Asunto: Es un secreto
Espera y verás: es una sorpresa.
Tengo que trabajar… no me molestes.
Te quiero.
A x
De: Christian Grey
Fecha: 17 de junio de 2011 09:12
Para: Anastasia Steele
Asunto: Frustrado
Odio que me ocultes cosas.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Me quedo mirando la pequeña pantalla de mi BlackBerry. La vehemencia implícita en este e-mail me coge por sorpresa. ¿Por qué se siente así? No es como si yo estuviera escondiendo fotografías eróticas de mis ex.
De: Anastasia Steele
Fecha: 17 de junio de 2011 09:14
Para: Christian Grey
Asunto: Mimos
Es por tu cumpleaños.
Otra sorpresa.
No seas tan arisco.
A x
Él no me contesta inmediatamente, y entonces me llaman para acurdir a una reunión, así que no puedo entretenerme mucho.
Cuando vuelvo a echar un vistazo a mi BlackBerry, veo horrorizada que son las cuatro de la tarde. ¿Cómo ha pasado tan rápido el día? Sigue sin haber ningún mensaje de Christian. Decido volver a mandarle un e-mail.
De: Anastasia Steele
Fecha: 17 de junio de 2011 16:03
Para: Christian Grey
Asunto: Hola
¿No me hablas?
Acuérdate de que saldré a tomar una copa con José, y que se quedará a dormir esta noche.
Por favor, piénsate lo de venir con nosotros.
A x
No me contesta, y siento un escalofrío de inquietud. Espero que esté bien. Le llamo al móvil y salta el contestador. La grabación dice simplemente: «Grey, deja tu mensaje», en un tono muy cortante.
– Hola… esto… soy yo, Ana. ¿Estás bien? Llámame -le hablo tartamudeante al contestador.
No había tenido que hacerlo nunca. Me ruborizo y cuelgo. ¡Pues claro que sabrá que eres tú, boba! Mi subconsciente me mira poniendo los ojos en blanco. Me siento tentada de telefonear a Andrea, su ayudante, pero decido que eso sería ir demasiado lejos. Vuelvo al trabajo de mala gana.
De repente suena mi teléfono y el corazón me da un vuelco. ¡Christian! Pero no: es Kate, mi mejor amiga… ¡por fin!
– ¡Ana! -grita ella desde donde quiera que esté.
– ¡Kate! ¿Has vuelto? Te he echado de menos.
– Yo también. Tengo que contarte muchas cosas. Estamos en el aeropuerto… mi hombre y yo.
Y suelta una risita tonta, bastante impropia de Kate.
– Fantástico. Yo también tengo muchas cosas que contarte.
– ¿Nos vemos en el apartamento?
– He quedado con José para tomar algo. Vente con nosotros.
– ¿José está aquí? ¡Pues claro que iré! Mandadme un mensaje con la dirección del bar.
– Vale -digo con una sonrisa radiante.
– ¿Estás bien, Ana?
– Sí, muy bien.
– ¿Sigues con Christian?
– Sí.
– Bien. ¡Hasta luego!
Oh, no, ella también. La influencia de Elliot no conoce fronteras.
– Sí… hasta luego, nena.
Sonrío, y ella cuelga.
Uau. Kate ha vuelto. ¿Cómo voy a contarle todo lo que ha pasado? Debería apuntarlo, para no olvidarme de nada.
Una hora después suena el teléfono de mi despacho: ¿Christian? No, es Claire.
– Deberías ver al chico que pregunta por ti en recepción. ¿Cómo es que conoces a tantos tíos buenos, Ana?
José debe de haber llegado. Echo un vistazo al reloj: las seis menos cinco. Siento un pequeño escalofrío de emoción. Hace muchísimo que no le veo.
– ¡Ana… uau! Estás guapísima. Muy adulta -exclama, con una sonrisa de oreja a oreja.
Solo porque llevo un vestido elegante… ¡vaya!
Me abraza fuerte.
– Y alta -murmura, sorprendido.
– Es por los zapatos, José. Tú tampoco estás nada mal.
Él lleva unos vaqueros, una camiseta negra y una camisa de franela a cuadros blancos y negros.
– Voy a por mis cosas y nos vamos.
– Bien. Te espero aquí.
Cojo las dos cervezas Rolling Rocks de la abarrotada barra y voy a la mesa donde está sentado José.
– ¿Has encontrado sin problemas la casa de Christian?
– Sí. No he entrado. Subí con el ascensor de servicio y entregué las fotos. Las recogió un tal Taylor. El sitio parece impresionante.
– Lo es. Espera a que lo veas por dentro.
– Estoy impaciente. Salud, Ana. Seattle te sienta bien.
Me sonrojo y brindamos con las botellas. Es Christian lo que me sienta bien.
– Salud. Cuéntame qué tal fue la exposición.
Sonríe radiante y se lanza a explicármelo, entusiasmado. Vendió todas las fotos menos tres, y con eso ha pagado el préstamo académico y aún le queda algo de dinero para él.
– Y la oficina de turismo de Portland me ha encargado unos paisajes. No está mal, ¿eh? -dice orgulloso.
– Oh, eso es fantástico, José. Pero ¿no interferirá con tus estudios? -pregunto con cierta preocupación.
– Qué va. Ahora que vosotras os habéis ido, y también los otros tres tipos con los que solía salir, tengo más tiempo.
– ¿No hay ninguna monada que te mantenga ocupado? La última vez que te vi estabas rodeado de una docena de chicas que se te comían con los ojos -le digo, arqueando una ceja.
– Qué va, Ana. Ninguna de ellas es lo bastante mujer para mí -suelta en plan fanfarrón.
– Claro. José Rodríguez, el rompecorazones -replico con una risita.
– Eh… que yo también tengo mi encanto, Steele.
Parece ofendido, y me arrepiento un poco de mis palabras.
– Estoy convencida de eso -le digo en tono conciliador.
– ¿Y cómo está Grey? -pregunta, de nueve afable.
– Está bien. Estamos bien -murmuro.
– ¿Dijiste que la cosa va en serio?
– Sí, va en serio.
– ¿No es demasiado mayor para ti?
– Oh, José. ¿Sabes qué dice mi madre? Que yo ya nací vieja.
José hace un gesto irónico.
– ¿Cómo está tu madre? -pregunta, y de ese modo salimos de terreno pantanoso.
– ¡Ana!
Me doy la vuelta, y ahí están Kate y Ethan. Ella está guapísima, con un bronceado fantástico, tonos rojizos en su rubia cabellera y una preciosa y deslumbrante sonrisa. Viste una camisola blanca y unos tejanos ajustados del mismo color que le hacen un tipo estupendo. Todo el mundo la mira. Yo me levanto de un salto para darle un abrazo. ¡Oh, cómo la he echado de menos!
Ella me aparta un poco para examinarme bien. Me mira de arriba abajo y yo me ruborizo.
– Has adelgazado. Mucho. Y estás distinta. Pareces más mayor. ¿Qué ha pasado? -dice con una actitud muy maternal-. Me gusta tu vestido. Te sienta bien.
– Han pasado muchas cosas desde que te fuiste. Ya te lo contaré luego, cuando estemos solas.
Ahora mismo no estoy preparada para la santa inquisidora Katherine Kavanagh. Ella me mira con suspicacia.
– ¿Estás bien? -pregunta cariñosamente.
– Sí -respondo sonriendo, aunque estaría mejor si supiera dónde está Christian.
– Estupendo.
– Hola, Ethan.
Le sonrío, y él me da un pequeño abrazo.
– Hola, Ana -me susurra al oído.