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– Claro. Te dejo para que te arregles.

Y se encamina hacia la puerta sin mirar atrás.

He entrado en un universo alternativo. La joven que me devuelve la mirada desde el espejo parece digna de la alfombra roja. Su vestido de satén plateado, sin tirantes y largo hasta los pies, es sencillamente espectacular. Puede que yo misma escriba a Caroline Acton. Es entallado y realza las escasas curvas que tengo.

Mi pelo, suelto en delicadas ondas alrededor de la cara, cae por encima de mis hombros hasta los senos. Me lo recojo por detrás de la oreja para enseñar los pendientes de nuestra segunda oportunidad. Me he maquillado lo mínimo: lápiz de ojos, rímel, un toque de colorete y pintalabios rosa pálido.

La verdad es que no necesito el colorete. El constante movimiento de las bolas de plata me provoca un leve rubor. Sí, son la garantía de que esta noche tendré color en las mejillas. Meneo la cabeza pensando en las audaces ocurrencias eróticas de Christian, me inclino para recoger el chal de satén y el bolso de mano plateado, y voy a buscar a mi Cincuenta Sombras.

Está en el pasillo, hablando con Taylor y otros tres hombres, de espaldas a mí. Las expresiones de sorpresa y admiración de estos alertan a Christian de mi presencia. Se da la vuelta mientras yo me quedo ahí plantada, esperando incómoda.

Se me seca la boca. Está impresionante… Esmoquin negro, pajarita negra, y su semblante de asombro y admiración al verme. Camina hacia mí y me besa el pelo.

– Anastasia. Estás deslumbrante.

Su cumplido delante de Taylor y los otros tres hombres hace que me ruborice.

– ¿Una copa de champán antes de salir?

– Por favor -musito, con celeridad excesiva.

Christian le hace una señal a Taylor, que se dirige al vestíbulo con sus tres acompañantes.

Christian saca una botella de champán de la nevera.

– ¿El equipo de seguridad? -pregunto.

– Protección personal. Están a las órdenes de Taylor, que también está entrenado para ello.

Christian me ofrece una copa de champán.

– Es muy versátil.

– Sí, lo es. -Christian sonríe-. Estás adorable, Anastasia. Salud.

Levanta la copa y la entrechoca con la mía. El champán es de color rosa pálido. Tiene un delicioso sabor chispeante y ligero.

– ¿Cómo estás? -me pregunta con la mirada encendida.

– Bien, gracias.

Le sonrío con dulzura, sin expresar nada y sabiendo perfectamente que se refiere a las bolas de plata.

Hace un gesto de satisfacción.

– Toma, necesitarás esto. -Me tiende una bolsa de terciopelo que estaba sobre la encimera, en la isla de la cocina-. Ábrela -dice entre sorbos de champán.

Intrigada, cojo la bolsa y saco una elaborada máscara de disfraz plateada, coronada con un penacho de plumas azul cobalto.

– Es un baile de máscaras -dice con naturalidad.

– Ya veo.

Es preciosa. Ribeteada con un lazo de plata y una exquisita filigrana alrededor de los ojos.

– Esto realzará tus maravillosos ojos, Anastasia.

Yo le sonrío con timidez.

– ¿Tú llevarás una?

– Naturalmente. Tienen una cualidad muy liberadora -añade, arqueando una ceja y sonriendo.

Oh. Esto va a ser divertido.

– Ven. Quiero enseñarte una cosa.

Me tiende la mano y me lleva hacia el pasillo, hasta una puerta junto a la escalera. La abre y me encuentro ante una habitación enorme, de un tamaño aproximado al de su cuarto de juegos, que debe de quedar justo encima de esta sala. Está llena de libros. Vaya, una biblioteca con todas las paredes atestadas, desde el suelo hasta el techo. En el centro hay una mesa de billar enorme, iluminada con una gran lámpara de Tiffany en forma de prisma triangular.

– ¡Tienes una biblioteca! -exclamo asombrada y abrumada por la emoción.

– Sí, Elliot la llama «el salón de las bolas». El apartamento es muy espacioso. Hoy, cuando has mencionado lo de explorar, me he dado cuenta de que nunca te lo había enseñado. Ahora no tenemos tiempo, pero pensé que debía mostrarte esta sala, y puede que en un futuro no muy lejano te desafíe a una partida de billar.

Sonrío de oreja a oreja.

– Cuando quieras.

Siento un inmenso regocijo interior. A José y a mí nos encanta el billar. Nos hemos pasado los últimos tres años jugando, y soy toda una experta. José ha sido un magnífico maestro.

– ¿Qué? -pregunta Christian, divertido.

¡Oh, no!, me reprocho. Realmente debería dejar de expresar cada emoción en el momento en que la siento.

– Nada -contesto enseguida.

Christian entorna los ojos.

– Bien, quizá el doctor Flynn pueda desentrañar tus secretos. Esta noche le conocerás.

– ¿A ese charlatán tan caro?

– Oh, vaya.

– El mismo. Se muere por conocerte.

Mientras vamos en la parte de atrás del Audi en dirección norte, Christian me da la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar. Me estremezco, noto la sensación en mi entrepierna. Reprimo el impulso de gemir, ya que Taylor está delante sin los auriculares del iPod, junto a uno de esos agentes de seguridad que creo que se llama Sawyer.

Estoy empezando a notar un dolor sordo y placentero en el vientre, provocado por las bolas. Me pregunto cuánto podré resistir sin algún… ¿alivio? Cruzo las piernas. Al hacerlo, se me ocurre de pronto algo que lleva dándome vueltas en la cabeza.

– ¿De dónde has sacado el pintalabios? -le pregunto a Christian en voz baja.

Sonríe y señala al frente.

– De Taylor -articula en silencio.

Me echo a reír.

– Oh…

Y me paro en seco… las bolas.

Me muerdo el labio. Christian me mira risueño y con un brillo malicioso en los ojos. Sabe perfectamente lo que se hace, como el animal sexy que es.

– Relájate -musita-. Si te resulta excesivo…

Se le quiebra la voz y me besa con dulzura cada nudillo, por turnos, y luego me chupa la punta del meñique.

Ahora sé que lo hace a propósito. Cierro los ojos mientras un deseo oscuro se expande por mi cuerpo. Me rindo momentáneamente a esa sensación, y comprimo los músculos de las entrañas.

Cuando abro los ojos, Christian me está observando fijamente, como un príncipe tenebroso. Debe de ser por el esmoquin y la pajarita, pero parece mayor, sofisticado, un libertino fascinantemente apuesto con intenciones licenciosas. Sencillamente, me deja sin respiración. Estoy subyugada por su sexualidad, y, si tengo que darle crédito, él es mío. Esa idea hace que brote una sonrisa en mi cara, y él me responde con otra resplandeciente.

– ¿Y qué nos espera en esa gala?

– Ah, lo normal -dice Christian jovial.

– Para mí no es normal.

Sonríe cariñosamente y vuelve a besarme la mano

– Un montón de gente exhibiendo su dinero. Subasta, rifa, cena, baile… mi madre sabe cómo organizar una fiesta -dice complacido, y por primera vez en todo el día me permito sentir cierta ilusión ante la velada.

Una fila de lujosos coches sube por el sendero de la mansión Grey. Grandes farolillos de papel rosa pálido cuelgan a lo largo del camino, y, mientras nos acercamos lentamente con el Audi, veo que están por todas partes. Bajo la temprana luz del anochecer parecen algo mágico, como si entráramos en un reino encantado. Miro de reojo a Christian. Qué apropiado para mi príncipe… y florece en mí una alegría infantil que eclipsa cualquier otro sentimiento.

– Pongámonos las máscaras.

Christian esboza una amplia sonrisa y se coloca su sencilla máscara negra, y mi príncipe se transforma en alguien más oscuro, más sensual.

Lo único que veo de su cara es su preciosa boca perfilada y su enérgica barbilla. Mi corazón late desbocado al verle. Me pongo la máscara, ignorando el profundo anhelo que invade todo mi cuerpo.