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Lenta y furtivamente, de manera que no me doy cuenta de su juego hasta que ya es demasiado tarde, va subiendo mi mano por su pierna hasta llegar a su erección. Ahogo un grito, y con el pánico impreso en los ojos miro alrededor de la mesa, pero todo el mundo está concentrado en el escenario. Gracias a Dios que llevo máscara.

Aprovecho la ocasión y le acaricio despacio, dejando que mis dedos exploren. Christian mantiene su mano sobre la mía, ocultando mis audaces dedos, mientras su pulgar se desliza suavemente sobre mi nuca. Abre la boca y jadea imperceptiblemente, y esa es la única reacción que capto a mi inexperta caricia. Pero significa mucho. Me desea. Mi cuerpo se contrae por debajo de la cintura. Empieza a ser insoportable.

El último lote de la subasta es una semana en el lago Adriana. Naturalmente, el señor y la doctora Grey tienen una casa en aquel hermoso paraje de Montana, y la puja sube rápidamente, pero yo apenas soy consciente de ello. Le noto crecer bajo mis dedos y eso hace que me sienta muy poderosa.

– ¡Adjudicado por ciento diez mil dólares! -proclama triunfalmente el maestro de ceremonias.

Toda la sala prorrumpe en aplausos, y yo me sumo a ellos de mala gana, igual que Christian, poniendo fin a nuestra diversión.

Se vuelve hacia mí con una expresión sugerente en los labios.

– ¿Lista? -musita sobre la efusiva ovación.

– Sí -respondo en voz queda.

– ¡Ana! -grita Mia-. ¡Ha llegado el momento!

¿Qué? No. Otra vez no.

– ¿El momento de qué?

– La Subasta del Baile Inaugural. ¡Vamos!

Se levanta y me tiende la mano.

Yo miro de reojo a Christian, que está, creo, frunciéndole el ceño a Mia, y no sé si reír o llorar, pero al final opto por la primera opción. Rompo a reír en un estallido catártico de colegiala nerviosa, al vernos frustrados nuevamente por ese torbellino de energía rosa que es Mia Grey. Christian me observa fijamente y, al cabo de un momento, aparece la sombra de una sonrisa en sus labios.

– El primer baile será conmigo, ¿de acuerdo? Y no será en la pista -me dice lascivo al oído.

Mi risita remite en cuanto la expectativa aviva las llamas del deseo. ¡Oh, sí! La diosa que llevo dentro ejecuta una perfecta pirueta en el aire con sus patines sobre hielo.

– Me apetece mucho.

Me inclino y le beso castamente en los labios. Echo un vistazo alrededor y me doy cuenta de que el resto de los comensales de la mesa están atónitos. Naturalmente, nunca habían visto a Christian acompañado de una chica.

Él esboza una amplia sonrisa y parece… feliz.

– Vamos, Ana -insiste Mia.

Acepto la mano que me tiende y la sigo al escenario, donde se han congregado otras diez jóvenes más, y veo con cierta inquietud que Lily es una de ellas.

– ¡Caballeros, el momento cumbre de la velada! -grita el maestro de ceremonias por encima del bullicio-. ¡El momento que todos estaban esperando! ¡Estas doce encantadoras damas han aceptado subastar su primer baile al mejor postor!

Oh, no. Enrojezco de la cabeza a los pies. No me había dado cuenta de qué iba todo esto. ¡Qué humillante!

– Es por una buena causa -sisea Mia al notar mi incomodidad-. Además, ganará Christian -añade poniendo los ojos en blanco-. Me resulta inconcebible que permita que alguien puje más que él. No te ha quitado los ojos de encima en toda la noche.

Eso es… Tú concéntrate solo en que es para una buena causa, y en que Christian ganará. Después de todo, no le viene de unos pocos dólares.

¡Pero eso implica que se gaste más dinero en ti!, me gruñe mi subconsciente. Pero yo no quiero bailar con ningún otro… no podría bailar con ningún otro, y además, no se va a gastar el dinero en mí, va a donarlo a la beneficencia. ¿Como los veinticuatro mil dólares que ya se ha gastado en ti?, prosigue mi subconsciente, entornando los ojos.

Maldita sea. Parece que me he dejado llevar con esa puja impulsiva. ¿Y por qué estoy discutiendo conmigo misma?

– Ahora, caballeros, acérquense por favor y echen un buen vistazo a quien podría acompañarles en su primer baile. Doce muchachas hermosas y complacientes.

¡Santo Dios! Me siento como si estuviera en un mercado de carne. Contemplo horrorizada a la veintena de hombres, como mínimo, que se aproxima a la zona del escenario, Christian incluido. Se pasean con despreocupada elegancia entre las mesas, deteniéndose a saludar una o dos veces por el camino. En cuanto los interesados están reunidos alrededor del escenario, el maestro de ceremonias procede.

– Damas y caballeros, de acuerdo con la tradición del baile de máscaras, mantendremos el misterio oculto tras las mismas y utilizaremos únicamente los nombres de pila. En primer lugar tenemos a la encantadora Jada.

Jada también se ríe nerviosamente como una colegiala. Tal vez yo no esté tan fuera de lugar. Va vestida de pies a la cabeza de tafetán azul marino con una máscara a juego. Dos jóvenes dan un paso al frente, expectantes. Qué afortunada, Jada…

– Jada habla japonés con fluidez, tiene el título de piloto de combate y es gimnasta olímpica… mmm. -El maestro de ceremonias guiña un ojo-. Caballeros, ¿cuál es la oferta inicial?

Jada se queda boquiabierta ante las palabras del maestro de ceremonias: obviamente, todo lo que ha dicho en su presentación no son más que bobadas graciosas. Sonríe con timidez a los dos postores.

– ¡Mil dólares! -grita uno.

La puja alcanza rápidamente los cinco mil dólares.

– A la una… a las dos… adjudicada… -proclama a voz en grito el maestro de ceremonias-… ¡al caballero de la máscara!

Y naturalmente, como todos los caballeros llevan máscara, estallan las carcajadas y los aplausos jocosos. Jada sonríe radiante a su comprador y abandona a toda prisa el escenario.

– ¿Lo ves…? ¡Es divertido! -murmura Mia, y añade-: Espero que Christian consiga tu primer baile, porque… no quiero que haya pelea.

– ¿Pelea? -replico horrorizada.

– Oh, sí. Cuando era más joven era muy temperamental -dice con un ligero estremecimiento.

¿Christian metido en una pelea? ¿El refinado y sofisticado Christian, aficionado a la música coral del periodo Tudor? No me entra en la cabeza. El maestro de ceremonias me distrae de mis pensamientos con la siguiente presentación: una joven vestida de rojo, con una larga melena azabache.

– Caballeros, permitan que les presente ahora a la maravillosa Mariah. Ah… ¿qué podemos decir de Mariah? Es una experta espadachina, toca el violonchelo como una auténtica concertista y es campeona de salto con pértiga… ¿Qué les parece, caballeros? ¿Cuánto estarían dispuestos a ofrecer por un baile con la deliciosa Mariah?

Mariah se queda mirando al maestro de ceremonias, y entonces alguien grita, muy fuerte:

– ¡Tres mil dólares!

Es un hombre enmascarado con cabello rubio y barba.

Se produce una contraoferta, y Mariah acaba siendo adjudicada por cuatro mil dólares.

Christian no me quita los ojos de encima. El pedenciero Trevelyan-Grey… ¿quién lo habría dicho?

– ¿Cuánto hace de eso? -le pregunto a Mia.

Me mira, desconcertada.

– ¿Cuántos años tenía Christian cuando se metía en peleas?

– Al principio de la adolescencia. Solía volver a casa con el labio partido y los ojos morados, y mis padres estaban desesperados. Le expulsaron de dos colegios. Llegó a causar serios daños a algunos de sus oponentes.

La miro boquiabierta.

– ¿Él no te lo había contado? -Suspira-. Tenía bastante mala fama entre mis amigos. Durante años fue considerado una auténtica persona non grata. Pero a los quince o dieciséis años se le pasó.