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El empleado del aparcamiento aparece a gran velocidad con el coche de Christian y una enorme sonrisa en la cara. Vaya, hoy todo el mundo parece muy feliz.

– Un coche magnífico, señor -comenta al entregarle las llaves a Christian.

Él le guiña un ojo y le da una propina escandalosamente generosa.

Yo le frunzo el ceño. Por Dios…

Mientras avanzamos entre el tráfico, Christian está sumido en sus pensamientos. Por los altavoces suena la voz de una mujer joven, con un timbre precioso, rico, melodioso, y me pierdo en esa voz triste y conmovedora.

– Tengo que desviarme un momento. No tardaremos -dice con aire ausente, y me distrae de la canción.

Oh, ¿por qué? Estoy intrigada por conocer cuál es la sorpresa. La diosa que llevo dentro está dando saltitos como una niña de cinco años.

– Claro -murmuro.

Aquí pasa algo. De pronto parece muy serio y decidido.

Entra en el aparcamiento de un enorme concesionario, para el coche y se gira hacia mí con expresión cauta.

– Hay que comprarte un coche -dice.

Le miro con la boca abierta. ¿Ahora? ¿En domingo? ¿Qué demonios…? Y esto es un concesionario de Saab.

– ¿Un Audi no? -es la única tontería que se me ocurre decir, y el pobre, bendito sea, se ruboriza.

Christian, avergonzado… ¡Esto es algo insólito!

– Pensé que te apetecería variar -musita incómodo, como si no supiera dónde meterse.

Oh, por favor… No hay que dejar pasar esta oportunidad única de burlarse de él.

– ¿Un Saab? -pregunto.

– Sí. Un 9-3. Vamos.

– ¿A ti qué te pasa con los coches extranjeros?

– Los alemanes y los suecos fabrican los coches más seguros del mundo, Anastasia.

¿Ah, sí?

– Creí que ya habías encargado otro Audi A3 para mí.

Me mira con aire enigmático y divertido.

– Eso puede anularse. Vamos.

Baja tranquilamente del coche, se acerca a mi lado y me abre la puerta.

– Te debo un regalo de graduación -dice en voz baja, y me tiende la mano.

– Christian, de verdad, no tienes por qué hacer esto.

– Sí, quiero hacerlo. Por favor. Vamos.

Su tono no admite réplica.

Yo me resigno a mi destino. ¿Un Saab? ¿Quiero yo un Saab? Me gustaba bastante el Audi Especial para Sumisas. Era muy práctico.

Claro que ahora está cubierto por una tonelada de pintura blanca… Me estremezco. Y ella aún anda suelta por ahí.

Acepto la mano de Christian, y nos dirigimos a la sala de exposición.

Troy Turniansky, el encargado de las ventas, se pega como una lapa a Cincuenta. Huele la venta. Tiene un peculiar acento que parece del otro lado del Atlántico… ¿inglés, quizá? Es difícil saberlo.

– ¿Un Saab, señor? ¿De segunda mano?

Se frota las manos con fruición.

– Nuevo.

Christian se pone muy serio.

¡Nuevo!

– ¿Ha pensado en algún modelo, señor?

Y encima es un pelota suavón.

– Un sedán deportivo 9-3 2.0T.

– Excelente elección, señor.

– ¿De qué color, Anastasia? -me pregunta Christian, ladeando la cabeza.

– Eh… ¿negro? -Me encojo de hombros-. De verdad, no hace falta que hagas esto.

Tuerce el gesto.

– El negro no se ve bien de noche.

Oh, por Dios. Resisto la tentación de poner los ojos en blanco.

– Tú tienes un coche negro.

Me mira con expresión ceñuda.

– Pues amarillo canario -digo, encogiéndome de hombros.

Christian hace una mueca de desagrado: está claro que el amarillo canario no es su estilo.

– ¿De qué color quieres tú que sea el coche? -le pregunto como si fuera un niño pequeño, lo cual es cierto en muchos aspectos.

Y ese inoportuno pensamiento me pone triste y me da que pensar.

– Plateado o blanco.

– Plateado, pues. Sabes que me quedaría con el Audi -añado, escarmentada por mis pensamientos.

Troy palidece al percatarse de que puede perder la venta.

– ¿Quizá preferiría el descapotable, señora? -pregunta, dando nerviosas y entusiastas palmaditas.

Mi subconsciente está avergonzada y disgustada, mortificada por todo este asunto de la compra del coche, pero la diosa que llevo dentro le hace un placaje y la tira al suelo. ¿Un descapotable? ¡Para morirse…!

Christian frunce el ceño y me echa un vistazo.

– ¿El descapotable? -pregunta, arqueando una ceja.

Me ruborizo. Es como si tuviera una línea erótica directa con la diosa que llevo dentro, algo que sin duda es muy cierto. A veces resulta muy incómodo. Me miro las manos.

Christian se vuelve hacia Troy.

– ¿Qué dicen las estadísticas de seguridad del descapotable?

Troy capta la vulnerabilidad de Christian y, lanzándose a muerte, le recita todo tipo de cifras y estadísticas.

A Christian le preocupa mi seguridad, está claro. Para él eso es como una religión y, como el fanático que es, escucha atentamente la consabida perorata de Troy. No cabe duda de que a Cincuenta le importa.

«Sí, te quiero.» Recuerdo las palabras entrecortadas que susurró esta mañana y una emoción resplandeciente se expande por mis venas como miel derretida. Este hombre, este regalo de Dios a las mujeres, me quiere.

Me doy cuenta de que estoy mirándole sonriendo embobada, y cuando se percata de ello se queda desconcertado, aunque también divertido por mi expresión. Yo solo tengo ganas de abrazarme a mí misma, de lo feliz que soy.

– Yo también quiero un poco de eso que se ha tomado, señorita Steele, sea lo que sea -cuchichea mientras Troy va hacia su ordenador.

– Lo que me he tomado eres tú, señor Grey.

– ¿En serio? Pues la verdad es que pareces que estés embriagada. -Me da un beso fugaz-. Y gracias por aceptar el coche. Esta vez ha sido más fácil que la anterior.

– Bueno, este no es un Audi A3.

Sonríe satisfecho.

– Ese no es un coche para ti.

– A mí me gustaba.

– Señor, ¿el 9-3? He localizado uno en nuestro concesionario de Beverly Hills. En un par de días podemos tenerlo aquí.

Troy está radiante por el éxito.

– ¿De gama alta?

– Sí, señor.

– Excelente.

Christian saca la tarjeta de crédito, ¿o es la de Taylor? Pensar en eso me pone nerviosa. Me pregunto cómo estará Taylor, y si habrá encontrado a Leila en el apartamento. Me masajeo la frente. Sí, está también todo el bagaje que lleva consigo Christian.

– Si quiere acompañarme, señor… -Troy echa un vistazo al nombre de la tarjeta-… Grey.

Christian me abre la puerta, y yo ocupo el asiento del pasajero.

– Gracias -le digo en cuanto se sienta a mi lado.

Él sonríe.

– Lo hago con mucho gusto, Anastasia.

Christian enciende el motor y vuelve a sonar la música.

– ¿Quién es? -pregunto.

– Eva Cassidy.

– Tiene una voz preciosa.

– Sí, la tenía.

– Oh.

– Murió joven.

– Oh.

– ¿Tienes hambre? No te terminaste el desayuno.

Me mira de reojo con expresión reprobatoria.

Oh, oh…

– Sí.

– Entonces comamos primero.

Christian conduce hacia los muelles y después hacia el norte, por el viaducto Alaskan Way. Es otro día precioso en Seattle. Llevamos varias semanas con buen tiempo, y eso no es habitual.

Christian parece feliz y relajado mientras circulamos por la autovía escuchando la voz dulce y melancólica de Eva Cassidy. ¿Me había sentido así de cómoda con él antes? No lo sé.

Ahora sé que no me castigará y sus cambios de humor me preocupan menos, y también él parece más tranquilo conmigo. Gira a la izquierda, por la carretera de la costa, y finalmente deja el coche en un aparcamiento frente a un puerto deportivo enorme.