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—¡Izya! ¡Izya! —se oyó el grito agudo de una mujer, asomada al patio—. ¡Izya, ven a cenar! Niños, ¿no habéis visto a Izya?

—¡Izya! —se pusieron a gritar en ese momento las vocecitas infantiles—. ¡Katzman! ¡Ven, te llama tu mamá!

Andrei, muy tenso, pegó el rostro al cristal de la ventana y miró atentamente a la oscuridad. Pero solo vio sombras difusas que se movían por el fondo oscuro y negro de aquel hueco, entre los montones de rajas de leña.

FIN