Descubrir que Jace era el hermano de Clary había sido como ser llevado ante un pelotón de fusilamiento y luego recibir un indulto en el último momento. De repente el mundo volvía a parecer lleno de posibilidades.
Sin embargo, en esos momentos, ya no estaba tan seguro.
—Eh, tú. —Alguien se acercaba por el pasillo, un alguien no demasiado alto que se abría paso con cuidado por entre las salpicaduras de sangre—. ¿Esperas para ver a Luke? ¿Está ahí dentro?
—No exactamente. —Simon se apartó de la puerta—. Quiero decir, más o menos. Está ahí dentro con una amiga mía.
La persona, que acababa de llegar junto a él, se detuvo y lo miró fijamente. Simon pudo ver que se trataba de una chica de unos dieciséis años, con una piel tersa de un moreno claro. Los cabellos de color castaño dorado estaban recogidos en docenas de trenzas pequeñas y el rostro tenía casi la forma exacta de un corazón. El cuerpo era compacto y curvilíneo, con amplias caderas que se abrían desde una estrecha cintura.
—¿Ese tipo del bar? ¿El cazador de sombras?
Simon se encogió de hombros.
—Bueno, pues odio tener que decírtelo —dijo ella—, pero tu amigo es un imbécil.
—No es mi amigo —replicó Simón—. Y no podría estar más de acuerdo contigo, la verdad.
—Pero creía que habías dicho...
—Dije amiga. Estoy esperando a su hermana —repuso Simón—. Es mi mejor amiga.
—¿Y está ahí dentro con él ahora? —La chica indicó la puerta con el pulgar.
Llevaba anillos en todos los dedos, aros de aspecto primitivo en bronce y oro. Los vaqueros estaban desgastados pero limpios, y cuando volvió la cabeza, le vio la cicatriz que le cruzaba el cuello, justo por encima de la camiseta.
—Bueno —repuso ella de mala gana—, tengo experiencia sobre hermanos imbéciles. Supongo que ella no tiene la culpa.
—No la tiene —replicó Simón—. Pero puede que sea la única persona a la que él escuche.
—No me pareció de los que escuchan —indicó la muchacha, y atrapó su mirada de reojo; una expresión divertida le pasó rauda por el rostro—. Me estás mirando la cicatriz. Es donde me mordieron.
—¿Mordieron? Quieres decir que eres...
—Una mujer lobo —concluyó ella—. Como todos los demás aquí. Excepto tú, y el imbécil. Y la hermana del imbécil.
—Pero tú no has sido siempre una mujer lobo... Quiero decir, no naciste así, ¿no?
—La mayoría de nosotros no hemos nacido así —respondió la muchacha—. Eso es lo que nos hace diferentes de tus compinches cazadores de sombras.
—¿El qué?
—Antes hemos sido humanos —respondió, y sonrió fugazmente.
Simon no dijo nada a eso. Al cabo de un momento, la muchacha le tendió la mano.
—Maia.
—Simón.
Le estrechó la mano. Era seca y suave. Ella alzó los ojos hacia él, mirándole por entre unas pestañas de un castaño dorado, el color de una tostada con mantequilla.
—¿Cómo sabes que Jace es un imbécil? —preguntó—. O quizá debería decir, ¿cómo lo has averiguado?
Ella retiró la mano.
—Ha destrozado el bar. Le ha dado una paliza a mi amigo Bat. Incluso ha dejado inconscientes a un par de los de la manada.
—¿Están todos bien? —Simon se sintió alarmado. Jace no le había parecido alterado, pero conociéndole, Simon no tenía ninguna duda de que podía matar a varias personas en una sola mañana y luego ir a tomarse unos gofres—. ¿Les ha visto un médico?
—Un brujo —respondió la muchacha—. Los nuestros no tienen mucha relación con los médicos mundanos.
—¿Los subterráneos?
La joven arqueó las cejas.
—Alguien te ha enseñado la jerga, ¿eh?
Simon se sintió irritado.
—¿Cómo sabes que no soy uno de ellos? ¿O de los tuyos? Un cazador de sombras o un subterráneo, o...
Maia negó con la cabeza hasta que las trenzas le saltaron.
—Simplemente brilla en ti —dijo, un tanto amargamente— tu humanidad.
La intensidad de su voz casi le produjo a Simon un escalofrío.
—Podría llamar a la puerta —sugirió éste, sintiéndose repentinamente tonto—. Si quieres hablar con Luke.
Ella se encogió de hombros.
—Sólo dile que Magnus está aquí, averiguando qué ha pasado en el callejón. —Sin duda Simon debió de parecer sobresaltado, porque ella dijo—: Magnus Bañe. Es un brujo.
«Lo sé», quiso decir Simón, pero no lo hizo. Toda la conversación ya había sido suficientemente fantástica.
—Vale.
Maia comenzó a marcharse, pero se detuvo a mitad del pasillo, con una mano en la puerta.
—¿Crees que su hermana será capaz de hacerle entrar en razón? —preguntó.
—Si le hace caso a alguien, será a ella.
—Eso es bonito —repuso Maia—. Que quiera a su hermana de ese modo.
—Sí —repuso Simón—. Es una maravilla.
La inquisidora
La primera vez que Clary había visto el Instituto, éste tenía el aspecto de una iglesia ruinosa, con el tejado desplomado y una sucia cinta policial amarilla manteniendo la puerta cerrada. Ahora no tuvo que concentrarse para disipar la ilusión. Incluso desde el otro lado de la calle podía ver exactamente lo que era, una imponente catedral gótica cuyas agujas parecían agujerear el cielo azul oscuro igual que cuchillos.
Luke se quedó en silencio. Estaba claro por la expresión de su rostro, que alguna especie de lucha tenía lugar en su interior. Mientras subían los escalones, Jace metió la mano dentro de la camiseta como por costumbre, pero cuando la sacó, estaba vacía. Lanzó una amarga carcajada.
—Me había olvidado. Maryse me quitó las llaves antes de que me fuera.
—Claro.
Luke estaba justo frente a las puertas del Instituto. Tocó con suavidad los símbolos tallados en la madera, justo debajo del arquitrabe.
—Estas puertas son exactamente iguales a las de la Sala del Consejo en Idris. Nunca pensé que vería algo igual otra vez.
Clary casi se sintió culpable al interrumpir la ensoñación de Luke, pero existían cuestiones prácticas de las que ocuparse.
—Si no tenemos la llave...
—No debería ser necesaria. Un Instituto debería estar abierto a cualquiera de los nefilim que no quiera hacer daño a los que lo habitan.
—¿Y si son ellos los que quieren hacernos daño a nosotros? —masculló Jace.
Luke esbozó una media sonrisa.
—No creo que eso influya.
—Ya, la Clave siempre se asegura de que las circunstancias estén de su parte. —La voz de Jace sonó ahogada; el labio inferior se le estaba hinchando y el párpado izquierdo empezaba a ponérsele morado.
«¿Por qué no se ha curado?», se preguntó Clary.
—¿También te requisó la estela? —inquirió.
—No cogí nada cuando me fui —respondió Jace—. No quise llevarme nada que los Lightwood me hubieran dado.
Luke le miró con cierta inquietud.
—Todo cazador de sombras debe tener una estela.
—En ese caso ya conseguiré otra —replicó Jace, y posó la mano sobre la puerta del Instituto—. En el nombre de la Clave —dijo—, solicito la entrada a este lugar sagrado. Y en el nombre del ángel Raziel, solicito tu bendición en mi misión contra...
Las puertas se abrieron de golpe. Clary pudo ver el interior de la catedral a través de ellas; la lóbrega oscuridad iluminada aquí y allí por velas metidas en altos candelabros de hierro.
—Bueno, esto es muy cómodo —ironizó Jace—. Imagino que las bendiciones son más fáciles de conseguir de lo que pensaba.