—¿Le crees? —preguntó Jace.
—No tengo ningún interés en hablar sobre asuntos de la Clave contigo ahora, Jace; sobre todo ante Lucian Graymark.
—Ahora me llaman Luke —dijo éste tranquilamente—. Luke Garroway.
Maryse sacudió la cabeza.
—Casi ni te he reconocido. Pareces un mundano.
—Ésa es la idea, sí.
—Todos pensábamos que estabas muerto.
—Esperabais —dijo Luke, todavía con placidez—. Esperabais que estuviese muerto.
Pareció como si Maryse se hubiese tragado algo afilado.
—Será mejor que os sentéis —dijo por fin, indicando las sillas situadas frente al escritorio—. Ahora —siguió, una vez que se hubieron sentado—, quizá podáis contarme por qué estáis aquí.
—Jace —respondió Luke, sin preámbulos— quiere un juicio ante la Clave. Estoy dispuesto a responder por él. Yo estaba allí aquella noche en Renwick, cuando Valentine se dio a conocer. Peleé con él y casi nos matamos mutuamente. Puedo confirmar que todo lo que Jace dice que sucedió es la verdad.
—No estoy segura —replicó Maryse— de lo que vale tu palabra.
—Puede que sea un licántropo —repuso Luke—, pero también soy un cazador de sombras. Estoy dispuesto a ser juzgado por la Espada, si eso ayuda.
«¿Por la Espada?» Eso sonaba mal. Clary dirigió una mirada a Jace. Este parecía calmado, con los dedos entrelazados sobre el regazo, pero había una tensión expectante en todo él, como si estuviera a un paso de estallar. Él captó su mirada.
—La Espada—Alma —explicó—. El segundo de los Instrumentos Mortales. Se usa en los juicios para determinar si un cazador de sombras miente.
—Tú no eres un cazador de sombras —indicó Maryse a Luke, como si Jace no hubiese hablado—. No has vivido según la Ley de la Clave desde hace mucho, mucho tiempo.
—Hubo un tiempo en que tú tampoco viviste según ella —repuso Luke, y un rubor intenso cubrió las mejillas de la mujer—. Pensaba —prosiguió él— que a estas alturas ya habrías superado lo de no ser capaz de confiar en nadie, Maryse.
—Algunas cosas nunca se olvidan —replicó ella; su voz tenía una dulzura peligrosa—. ¿Crees que fingir su propia muerte fue la mayor mentira que Valentine nos contó jamás? ¿Crees que «encanto» es lo mismo que «honestidad»? Yo solía pensarlo. Estaba equivocada. —Se puso en pie y se apoyó sobre la mesa con las delgadas manos—. Nos dijo que daría su vida por el Círculo y que esperaba que nosotros hiciésemos lo mismo. Y lo habríamos hecho... todos nosotros... lo sé. Yo casi lo hice. —Su mirada pasó rauda sobre Jace y Clary, y clavó los ojos en los de Luke—. ¿Recuerdas —prosiguió— cómo nos dijo que el Levantamiento no sería nada, apenas una batalla, unos pocos embajadores desarmados contra todo el poder del Círculo? Yo estaba tan segura de nuestra rápida victoria que cuando cabalgué a Alacante dejé a Alec en casa en su cuna. Pedí a Jocelyn que cuidara de mis hijos mientras yo estaba fuera. Ella se negó. Ahora sé el motivo. Ella lo sabía... y también tú. Y no nos advertisteis.
—Había intentado advertiros sobre Valentine —repuso Luke—. No me escuchasteis.
—No me refiero a Valentine. ¡Me refiero al Levantamiento! Cuando llegamos, había cincuenta de nosotros contra quinientos subterráneos...
—Habíais estado dispuestos a masacrarlos desarmados cuando pensabais que sólo serían cinco —indicó Luke en voz baja.
Las manos de Maryse se cerraron con fuerza sobre el escritorio.
—Fuimos nosotros los masacrados —exclamó—. En medio de la carnicería, volvimos la mirada hacia Valentine para que nos dirigiera. Pero él no estaba allí. Para entonces, la Clave había rodeado el Salón de los Acuerdos. Pensamos que habían matado a Valentine, estábamos listos para entregar nuestras vidas en una desesperada carga final. Entonces recordé a Alec; si yo moría, ¿qué le sucedería a mi pequeño? —La voz le tembló—. Así que depuse las armas y me entregué a la Clave.
—Hiciste lo correcto, Maryse —dijo Luke.
Ella se revolvió contra él, con ojos llameantes.
—¡No me trates con aire condescendiente, hombre lobo! De no haber sido por ti...
—¡No le chilles! —intervino Clary, casi poniéndose en pie—. Fue culpa vuestra por creer en Valentine, para empezar...
—¿Crees que no lo sé? —Había un tono áspero en la voz de Maryse—. Vaya, la Clave se preocupó de dejarlo bien claro cuando nos interrogaron..., tenían la Espada—Alma y sabían cuándo mentíamos, pero no pudieron hacernos hablar..., nada pudo hacernos hablar, hasta que...
—Hasta ¿qué? —Fue Luke quien habló—. Jamás lo he sabido. Siempre me he preguntado qué os contaron para hacer que os volvierais contra él.
—Simplemente la verdad —contestó Maryse, en un tono repentinamente cansado—. Que Valentine no había muerto en el Salón. Había huido..., nos había dejado allí para que muriéramos sin él.
Había muerto más tarde, se nos dijo, quemado en su casa. La Inquisidora nos mostró sus huesos y el amuleto que acostumbraba llevar, carbonizado. Por supuesto, eso era otra mentira... —La voz se le apagó, luego volvió a reponerse, con palabras tajantes—. Todo se estaba desmoronando para entonces, de todos modos. Finalmente hablábamos unos con otros, aquellos de nosotros que estábamos en el Círculo. Antes de la batalla, Valentine me había llevado aparte, me había contado que de todo el Círculo, yo era en quien más confiaba, su lugarteniente más allegado. Cuando la Clave nos interrogó, descubrí que había dicho lo mismo a todos.
—No hay furia en el infierno —masculló Jace, en voz tan baja que únicamente Clary le oyó.
—Mintió no tan sólo a la Clave sino a todos nosotros. Usó nuestra lealtad y nuestro afecto. Del mismo modo en que lo hizo cuando te envió a nosotros —dijo Maryse, mirando directamente a Jace ahora—. Y ahora ha regresado y tiene la Copa Mortal. Ha estado planeando todo esto durante años, desde el principio, todo. No puedo permitirme confiar en ti, Jace. Lo siento.
Jace no dijo nada. Tenía el rostro inexpresivo, pero había ido palideciendo a medida que Maryse hablaba, y los nuevos cardenales le destacaban amoratados en la mandíbula y la mejilla.
—Entonces, ¿qué? —quiso saber Luke—. ¿Qué es lo que esperas que haga? ¿Adónde se supone que debe ir?
Los ojos de la mujer descansaron por un momento sobre Clary.
—¿Por qué no con su hermana? —contestó—. La familia...
—Isabelle es la hermana de Jace —interrumpió Clary—. Alec y Max son sus hermanos. ¿Qué les vas a decir? Te odiarán eternamente si echas a Jace de tu casa.
Los ojos de Maryse se detuvieron en ella.
—¿Qué sabes tú de eso?
—Conozco a Alec y a Isabelle —respondió Clary, y la noción de la existencia de Valentine se le apareció, inoportunamente; la apartó con fuerza—. La familia es más que la sangre. Valentine no es mi padre. Luke sí lo es. Exactamente igual que Alec, Max e Isabelle son la familia de Jace. Si intentas arrancarlo de tu familia, dejarás una herida que no cicatrizará nunca.
Luke la miraba con una especie de sorprendido respeto. Algo se cruzó en los ojos de Maryse... ¿duda?
—Clary —dijo Jace en voz queda—, es suficiente.
Sonaba vencido. Clary se revolvió contra Maryse.
—¿Qué hay de la Espada? —exigió.
Maryse la contempló por un instante con genuina perplejidad.
—¿La Espada?
—La Espada—Alma —insistió Clary—. La que podéis usar para saber si un cazador de sombras miente o no. Podéis usarla con Jace.
—Ésa es una buena idea. —Había una chispa de animación en la voz de Jace.
—Clary, tus intenciones son buenas, pero no sabes lo que conlleva la Espada —observó Luke—. La única persona que puede usarla es la Inquisidora.
Jace se sentó en el borde de la silla.
—Entonces llamadla. Haced venir a la Inquisidora. Quiero poner fin a esto.
—No —dijo Luke, pero Maryse miraba a Jace.
—La Inquisidora —repuso ésta de mala gana— viene ya de camino...
—Maryse —la voz de Luke se quebró—, ¡dime que no la has involucrado en esto!
—¡No lo he hecho! ¿Crees que la Clave no se implicaría en esta disparatada historia sobre guerreros repudiados y Portales y muertes fingidas? ¿Después de lo que hizo Hodge? Se nos está investigando a todos, gracias a Valentine —finalizó, viendo la expresión lívida y atónita de Jace—. La Inquisidora podría encarcelar a Jace. Podría despojarle de sus Marcas. Pensé que sería mejor...
—Que Jace no estuviera cuando ella llegara —concluyó Luke—. No me extraña que estuvieses tan ansiosa por mandarle lejos.
—¿Quién es la Inquisidora? —quiso saber Clary. La palabra evocaba recuerdos de la Inquisición Española, de tortura, del látigo y el potro—. ¿Qué es lo que hace?
—Investiga a los cazadores de sombras para la Clave —explicó Luke—. Se asegura de que los nefilim no hayan quebrantado la Ley. Investigó a todos los miembros del Círculo después del Levantamiento.
—¿Maldijo a Hodge? —preguntó Jace—. ¿Os envió aquí?
—Ella eligió nuestro exilio y el castigo de Hodge. No siente ningún cariño por nosotros, y odia a tu padre.
—No voy a irme —afirmó Jace, todavía muy pálido—. ¿Qué te hará a ti si llega aquí y yo no estoy? Pensará que has conspirado para ocultarme. Te castigará... a ti, a Alec, a Isabelle y a Max.
Maryse no dijo nada.
—Maryse, no seas estúpida —apoyó Luke—. Te culpará más si dejas marchar a Jace. Mantenerle aquí y permitir el juicio por la Espada sería una señal de buena fe.
—Mantener aquí a Jace... ¡no puedes decirlo en serio, Luke! —exclamó Clary. La muchacha sabía que usar la Espada había sido idea suya, pero empezaba a lamentar haberlo mencionado—. Esa mujer suena horrible.
—Pero si Jace se va —continuó Luke—, no podrá regresar jamás. Nunca volverá a ser un cazador de sombras. Nos guste o no, la Inquisidora es la mano derecha de la Ley. Si Jace quiere seguir siendo una parte de la Clave tiene que cooperar con ella. Él sí tiene algo de su parte, algo que los miembros del Círculo no tenían después del Levantamiento.
—¿Y qué es eso? —preguntó Maryse.
Luke sonrió levemente.
—A diferencia de vosotros —contestó—, Jace dice la verdad.
Maryse inspiró con fuerza, luego volvió la cabeza hacia el chico.
—En última instancia, es tu decisión —dijo—. Si quieres el juicio, puedes permanecer aquí hasta que llegue la Inquisidora.
—Me quedaré —contestó él.
Había una firmeza en su tono, desprovista de ira, que sorprendió a Clary. Parecía mirar más allá de Maryse, con una luz titilando en sus ojos, como si fuese el reflejo de un fuego. En aquel momento, Clary no pudo evitar pensar que se parecía mucho a su padre.