—¿Están todos muertos? —preguntó, dirigiéndose a Alec—. ¿No habéis hallado a nadie con vida en la Ciudad?
Alec negó con la cabeza.
—No que nosotros viéramos, Inquisidora.
De modo que ésa era la Inquisidora, pensó Clary. Ciertamente parecía alguien capaz de arrojar a un chico adolescente a una mazmorra sin más motivo que el no gustarle su actitud.
—Que vierais —repitió la Inquisidora, con los ojos igual que centelleantes cuentas, antes de volver la cabeza hacia Maryse—. Aún podría haber supervivientes. Yo enviaría a tu gente al interior de la Ciudad para que hicieran una comprobación a fondo.
Maryse apretó los labios. Por lo poco que Clary había averiguado sobre Maryse, sabía que a la madre adoptiva de Jace no le gustaba que le dijesen qué hacer.
—Muy bien —aceptó Maryse. Se volvió hacia el resto de cazadores de sombras, que no eran tantos como Clary había pensado en un principio; más cerca de veinte que de treinta, aunque la impresión que le había causado su aparición los había hecho parecer una multitud ingente.
Maryse habló con Malik en voz baja. Él asintió y, cogiendo por el brazo a la mujer de cabellos plateados, condujo a los cazadores de sombras hacia la entrada de la Ciudad de Hueso. A medida que uno tras otro descendían por la escalera, con sus respectivas luces mágicas en la mano, el resplandor del patio empezó a desvanecerse. La última en bajar fue la mujer del cabello canoso. A mitad de la escalera, la mujer se detuvo, se volvió y miró hacia atrás... directamente a Clary. Sus ojos estaban cargados de un terrible anhelo, como si ansiase desesperadamente decirle algo. Después de un momento, volvió a echarse la capucha sobre el rostro y desapareció en las sombras.
Maryse rompió el silencio.
—¿Por qué querría nadie asesinar a los Hermanos Silenciosos? No son guerreros, no llevan Marcas de combate...
—No seas ingenua, Maryse —le cortó la Inquisidora—. Esto no ha sido un ataque al azar. Puede que los Hermanos Silenciosos no sean guerreros, pero son ante todo guardianes, y muy buenos en su trabajo. Por no decir difíciles de matar. Alguien quería algo de la Ciudad de Hueso y estaba dispuesto a matar a los Hermanos Silenciosos para obtenerlo. Esto ha sido premeditado.
—¿Qué hace que estés tan segura?
—¿Esa pérdida de tiempo que nos ha llevado a todos a Central Park? ¿La niña hada muerta?
—Yo no llamaría a eso una pérdida de tiempo. A la niña hada le habían sacado toda la sangre, como a los otros. Estos asesinatos podrían ocasionar serios problemas entre los Hijos de la Noche y otros subterráneos...
—Distracciones —replicó la Inquisidora, desdeñosa—. Quería que estuviésemos fuera del Instituto para que nadie respondiera a los Hermanos cuando llamaran pidiendo ayuda. Ingenioso, en realidad. Pero claro, él siempre fue muy ingenioso.
—¿Él? —Fue Isabelle quien habló, con el rostro muy pálido entre las negras alas de sus cabellos—. Se refiere...
Las siguientes palabras de Jace provocaron una sacudida en Clary, como si hubiese entrado en contacto con una corriente eléctrica.
—Valentine —dijo el muchacho—. Valentine ha cogido la Espada Mortal. Por eso ha matado a los Hermanos Silenciosos.
Una fina y repentina sonrisa se curvó en el rostro de la Inquisidora, como si Jace hubiese dicho algo que la complaciera enormemente.
Alec dio un brinco y se volvió para mirar a Jace boquiabierto.
—¿Valentine? Pero tú no nos has dicho que estaba aquí.
—Nadie me lo ha preguntado.
—Pero él no puede haber matado a los Hermanos. Los han hecho pedazos. Ninguna persona podría haber hecho todo eso.
—Probablemente tuvo ayuda demoníaca —repuso la Inquisidora—. Ya ha usado antes demonios para que le ayuden. Y con la protección de la Copa, podría invocar a algunas criaturas muy peligrosas. Más peligrosas que los rapiñadores —añadió haciendo una mueca con el labio, y aunque no miró a Clary al decirlo, las palabras fueron, en cierto modo, un bofetón verbal; la tenue esperanza de Clary de que la Inquisidora no la hubiese visto o reconocido se desvaneció—. O los patéticos repudiados.
—No sé nada sobre eso. —Jace estaba muy pálido, con manchas rojizas como de fiebre en los pómulos—. Pero ha sido Valentine. Lo he visto. De hecho, llevaba la Espada cuando bajó a las celdas y se burló de mí a través de los barrotes. Era como una película mala, sólo le ha faltado retorcerse el bigote.
Clary le miró preocupada. Hablaba demasiado de prisa, pensó, y parecía mantenerse en pie con dificultad.
La Inquisidora no pareció advertirlo.
—¿Así que dices que Valentine te ha contado todo esto? ¿Te ha contado que mató a los Hermanos Silenciosos porque quería la Espada del Ángel?
—¿Qué más te ha contado? ¿Te dijo adónde iba? ¿Qué planea hacer con los dos Instrumentos Mortales? —preguntó apresuradamente Maryse.
Jace negó con la cabeza.
La Inquisidora avanzó hacia él, con el abrigo arremolinándose a su alrededor como humo en movimiento. Los ojos grises y la boca eran tirantes líneas horizontales.
—No te creo —dijo.
Jace se limitó a mirarla.
—No esperaba que lo hiciera.
—Dudo que la Clave te crea.
—Jace no es un mentiroso... —empezó a decir Alec con vehemencia.
—Usa tu cerebro, Alexander —replicó la Inquisidora, sin apartar los ojos de Jace—. Deja a un lado tu lealtad hacia tu amigo por un momento. ¿Qué probabilidades existen de que Valentine pasara por la celda de su hijo para una charla paternal sobre la Espada—Alma y no mencionara lo que planeaba hacer con ella, o incluso adónde iba?
—S'io credesse che mia risposta fosse —dijo Jace en un idioma que Clary no conocía—, a persona che mai tornasse al mondo...
—Dante. —La Inquisidora pareció fríamente divertida—. El Inferno. Aún no estás en el infierno, Jonathan Morgenstern, aunque si insistes en mentirle a la Clave, desearás estarlo. —Volvió la cabeza hacia los demás—. ¿Y no le parece curioso a nadie que la Espada—Alma haya desaparecido la noche antes de que Jonathan Morgenstern tenga que someterse a juicio por su hoja... y que haya sido su padre quien la ha cogido?
Jace pareció escandalizado, y sus labios se entreabrieron ligeramente en una expresión de sorpresa, como si eso jamás se le hubiera ocurrido.
—Mi padre no ha cogido la Espada por mí. La ha cogido para él. Dudo que supiese siquiera lo del juicio.
—Qué terriblemente conveniente para ti, no obstante. Y para él. No tendrá que preocuparse de que cuentes sus secretos.
—Claro —replicó Jace—, le aterra que le cuente a todo el mundo que en realidad siempre ha querido ser una bailarina de ballet. —La Inquisidora se limitó a mirarle fijamente—. No conozco ninguno de los secretos de mi padre —afirmó, con menos acritud—. Jamás me contó nada.
La Inquisidora le contempló con algo parecido al tedio.
—Si tu padre no ha cogido la Espada para protegerte, entonces, ¿por qué?
—Es un Instrumento Mortal —dijo Clary—. Es poderosa. Como la Copa. A Valentine le gusta el poder.
—La Copa tiene una utilidad inmediata —replicó la Inquisidora—. Puede usarla para crear un ejército. La Espada se utiliza en juicios. No veo cómo podría interesarle.
—Podría haberlo hecho para desestabilizar la Clave —sugirió Maryse—. Para socavar nuestra moral. Para indicar que no hay nada que podamos proteger de él si lo desea lo suficiente. —Era un argumento sorprendentemente bueno, pensó Clary, pero Maryse no sonaba muy convencida—. El hecho es que...
Pero nunca llegaron a oír cuál era el hecho, porque en ese momento Jace alzó la mano como si fuera a hacer una pregunta, puso cara de sorpresa y se sentó en la hierba de golpe, como si sus piernas hubiesen cedido. Alec se arrodilló junto a él, pero Jace desechó su inquietud con un ademán.