—A Jace le gustan las cosas ordenadas —repuso Clary, pensando en la habitación monjil del muchacho en el Instituto.
—Bueno, a mí no. —Magnus observaba a Alec por el rabillo del ojo mientras éste miraba a la nada, con la frente arrugada—. Jace está ahí dentro si queréis verle. —Señaló en dirección a una puerta situada al fondo de la habitación.
«Ahí dentro» resultó ser un estudio de tamaño mediano... sorprendentemente acogedor, con paredes estucadas, cortinas de terciopelo corridas sobre las ventanas y sillones cubiertos con telas esparcidos como rechonchos icebergs de colores en un mar de nudosa moqueta beige. Un sofá de un rosa vivo estaba dispuesto con sábanas y una manta, y junto a él había una bolsa de lona repleta de ropa. No entraba nada de luz a través de las gruesas cortinas; la única fuente de iluminación era una parpadeante pantalla de televisión, que relucía con fuerza a pesar de que el televisor no estaba enchufado.
—¿Qué ponen? —inquirió Magnus.
—Qué no ponerse —contestó una voz familiar, que emanaba de una figura repantigada en uno de los sillones. Ésta se sentó al frente y por un momento Clary pensó que Jace iba a levantarse para saludarles. Pero el muchacho meneó la cabeza en dirección a la pantalla.
—¿Pantalones caqui de cintura alta? ¿Quién se pone eso? —Volvió la cabeza y miró a Magnus iracundo—. Poder sobrenatural casi ilimitado —dijo—, y todo lo que haces es usarlo para ver reposiciones. ¡Qué desperdicio!
—Además, TiVo consigue casi lo mismo —indicó Simón.
—Mi modo es más barato. —Magnus dio una palmada y la habitación se inundó repentinamente de luz.
Jace, desplomado en el sillón, alzó un brazo para cubrirse el rostro.
—¿Puedes hacer eso sin magia? —dijo.
—En realidad —contestó Simón—, sí se puede. Si mirases anuncios lo sabrías.
Clary percibió que la atmósfera de la habitación se estaba enrareciendo.
—Ya es suficiente —intervino. Miró a Jace, que había bajado el brazo y pestañeaba con resentimiento bajo la luz—. Tenemos que hablar —añadió—. Todos nosotros. Sobre qué vamos a hacer ahora.
—Yo iba a mirar Proyecto Pasarela —replicó Jace—. Lo ponen a continuación.
—No, ni hablar —dijo Magnus; chasqueó los dedos y el televisor se apagó, liberando una pequeña bocanada de humo al desvanecerse la imagen—. Tienes que ocuparte de esto.
—¿De repente estás interesado en resolver mis problemas?
—Estoy interesado en recuperar mi apartamento. Estoy harto de que limpies todo el rato. —Magnus volvió a chasquear los dedos, amenazador—. Levántate.
—O serás el siguiente que desaparece en una nube de humo —añadió Simon con fruición.
—No hay necesidad de aclarar mi chasquear de dedos —dijo Magnus—. La implicación quedaba clara con el propio chasquido.
—Estupendo.
Jace se levantó del asiento. Iba descalzo y tema una línea de piel de un tono púrpura brillante alrededor de la muñeca, allí donde las heridas seguían curando. Parecía cansado, pero no como si aún sintiera dolor.
—¿Quieres que hagamos una mesa redonda? Podemos hacer una mesa redonda.
—Me encantan las mesas redondas —exclamó Magnus con vivacidad—. Quedan mucho mejor que las cuadradas.
En la salita, Magnus hizo aparecer una enorme mesa circular rodeada de cinco sillas de madera de respaldo alto.
—Es alucinante —soltó Clary, acomodándose en una silla, que resultó sorprendentemente cómoda—. ¿Cómo puedes crear algo de la nada de ese modo?
—No se puede —respondió Magnus—. Todo viene de alguna otra parte. Éstas, por ejemplo, provienen de una tienda de reproducciones de antigüedades de la Quinta Avenida. Y éstos —de improviso cinco vasos blancos de papel encerado aparecieron sobre la mesa, con una columna de vapor elevándose suavemente por los agujeros de las tapas de plástico— proceden de Dean & DeLuca en Broadway.
—Eso se parece a robar, ¿no es cierto? —Simon se acercó un vaso y levantó la tapa—. ¡Ah! Moccachino. —Miró a Magnus—. ¿Lo has pagado?
—Desde luego —respondió Magnus, mientras Jace y Alec lanzaban una risita—. Hago aparecer billetes de dólar mágicamente en su caja registradora.
—¿De verdad?
—No —Magnus hizo saltar la tapa de su café—, pero puedes fingir que lo he hecho si así te sientes mejor. Bueno, ¿el primer tema del día es...?
Clary colocó las manos alrededor de su taza. Quizá fuese robada, pero también estaba caliente y repleta de cafeína. Podía pasar por Dean & DeLuca y dejar un dólar en la jarra de las propinas en cualquier otro momento.
—Entender qué es lo que está pasando sería un inicio —respondió, soplando sobre la espuma—. Jace, tú dijiste que lo sucedido en la Ciudad Silenciosa fue culpa de Valentine.
Jace clavó la vista en su café.
—Sí.
Alec puso la mano en el brazo de su amigo.
—¿Qué sucedió? ¿Le viste?
—Yo estaba en la celda —respondió Jace con voz inexpresiva—. Oí chillar a los Hermanos Silenciosos. Entonces Valentine bajó con... con algo. No sé lo que era. Como humo, con ojos brillantes. Un demonio, pero no como ninguno que haya visto antes. Se acercó a los barrotes y me dijo...
—Te dijo ¿qué?
La mano de Alec ascendió por el brazo de Jace hasta el hombro. Magnus carraspeó, y Alec dejó caer la mano, ruborizado, mientras Simon sonreía con la cara dirigida a su café, que aún no había probado.
—Maellartach —contestó Jace—. Quería la Espada—Alma y mató a los Hermanos Silenciosos para conseguirla.
Magnus fruncía el entrecejo.
—Alec, anoche, cuando los Hermanos Silenciosos llamaron pidiendo vuestra ayuda, ¿dónde estaba el Cónclave? ¿Por qué no había nadie en el Instituto?
Alec pareció sorprenderse de que le preguntaran.
—Anoche asesinaron a un subterráneo en Central Park. Una niña hada. El cuerpo no tenía ni una gota de sangre.
—Apuesto a que la Inquisidora piensa que también es cosa mía —ironizó Jace—. Mi reinado de terror prosigue.
Magnus se levantó y fue a la ventana. Apartó la cortina, dejando entrar justo la luz suficiente para recortar su perfil aguileño.
—Sangre —dijo, medio para sí—. Tuve un sueño hace dos noches. Vi una ciudad toda de sangre, con torres hechas de hueso, y la sangre corría por las calles como agua.
Simon volvió bruscamente los ojos hacia Jace.
—¿Se pasa todo el tiempo junto a la ventana farfullando sobre sangre?
—No —contestó Jace—, a veces se sienta en el sofá a hacerlo.
Alec lanzó a ambos una mirada severa.
—Magnus, ¿qué es lo que sucede?
—La sangre —repitió Magnus—. No puede tratarse de una coincidencia.
Parecía estar mirando hacia la calle. El crepúsculo avanzaba veloz sobre el horizonte de la ciudad: barras de aluminio y listas de luz de un dorado rosáceo ocupaban el cielo.
—Ha habido varios asesinatos esta semana —explicó—, de subterráneos. Un brujo asesinado en una torre de apartamentos en el South Street Seaport. Le habían cortado el cuello y las muñecas, y no le quedaba en el cuerpo ni una gota de sangre. Y hace unos pocos días mataron a un hombre lobo en La Luna del Cazador. También le habían cortado la garganta.
—Parece como si se tratara de vampiros —dijo Simón, repentinamente muy pálido.
—No lo creo —repuso Jace—. Al menos, Raphael dijo que no era cosa de los Hijos de la Noche. Parecía categórico al respecto.
—Ya, será que él es digno de confianza —masculló Simón.
—Esta vez creo que decía la verdad —dijo Magnus, cerrando la cortina.
El rostro del brujo se veía anguloso, ensombrecido. Cuando regresó a la mesa, Clary vio que sostenía un grueso libro encuadernado en tela verde. No recordaba que lo sostuviera unos pocos momentos antes.
—Había una fuerte presencia demoníaca en ambos lugares —siguió Magnus—. Creo que otra persona fue responsable de las tres muertes. No Raphael y su tribu, sino Valentine.