«Clary», había musitado Jace, y había intentado cogerle la mano, pero ella se había apartado de él igual que Simon lo había hecho de la luz. No quería tocarle. Jamás volvería a tocarle. Ésa era su penitencia, el pago por lo que le había hecho a Simón.
En aquellos momentos, mientras ascendía los peldaños del porche de Luke, a Clary se le secó la boca y las lágrimas le hicieron un nudo en la garganta. Se dijo que no debía llorar. Llorar sólo haría que él se sintiera peor.
Simon estaba sentado en las sombras en la esquina del porche, observándola. Clary pudo ver el brillo de sus ojos en la oscuridad, y se preguntó si antes ya habían tenido esa clase de luz; no podía recordarlo.
—¿Simón?
Él se levantó con un único y uniforme movimiento grácil que hizo que Clary sintiera un escalofrío en la espalda. Había una cosa que Simon no había sido nunca, y eso era grácil. También había algo más en él, algo distinto...
—Siento haberte asustado. —Simon hablaba con cuidado, casi ceremoniosamente, como si fuesen desconocidos.
—No pasa nada, es que... ¿Cuánto llevas aquí?
—No mucho. Sólo puedo desplazarme una vez que el sol empieza a ponerse, ¿recuerdas? Ayer saqué accidentalmente la mano como un centímetro por la ventana y casi me carbonizo los dedos. Por suerte me curo de prisa.
Clary buscó a tientas la llave, la giró en la cerradura y abrió la puerta de par en par. Una luz pálida se derramó sobre el porche.
—Luke dijo que debíamos ir adentro.
—Debido a las cosas desagradables —repuso Simón, pasando por delante de ella— que salen por la noche.
La salita estaba inundada de una cálida luz amarilla. Clary cerró la puerta tras ellos y corrió los pestillos. El abrigo azul de Isabelle todavía colgaba de un gancho junto a la puerta. Había tenido intención de llevarlo a una tintorería para ver si podían quitar las manchas de sangre, pero no había tenido la oportunidad de hacerlo. Lo miró fijamente por un momento, armándose de valor antes de mirar a Simón.
Él estaba de pie en medio de la habitación, con las manos metidas torpemente en los bolsillos de la chaqueta. Llevaba vaqueros y una raída camiseta I G NEW YORK que había pertenecido a su padre. A Clary todo en él le resultaba familiar, y sin embargo parecía un desconocido.
—Las gafas —dijo, comprendiendo con cierto retraso qué era lo que le había parecido extraño en el porche—. No las llevas.
—¿Has visto alguna vez a un vampiro con gafas?
—Bueno, no, pero...
—Ya no las necesito. Una visión perfecta parece formar parte del lote.
Se sentó en el sofá, y Clary se unió a él, sentándose a su lado aunque no demasiado cerca. A esa distancia podía ver lo pálida que era su piel, con venas azules marcándosele bajo la superficie. Los ojos sin las gafas parecían enormes y oscuros, las pestañas eran como negros trazos a tinta.
—Desde luego todavía tengo que llevarlas puestas por casa o mi madre alucinaría. Voy a tener que decirle que me voy a comprar unas lentes de contacto.
—Vas a tener que decírselo, punto —dijo Clary, con más firmeza de la que sentía—. No puedes ocultar tu... tu situación eternamente.
—Puedo intentarlo. —Se pasó una mano por los cabellos oscuros, haciendo una mueca—. Clary, ¿qué voy a hacer? Mi madre no hace más que traerme comida y yo tengo que tirarla por la ventana; no he salido en dos días, pero no sé cuánto tiempo más puedo seguir fingiendo que tengo la gripe. Al final acabará llevándome al médico, y entonces ¿qué? Mi corazón no late. Le dirá que estoy muerto.
—O escribirá un trabajo sobre ti declarándote un milagro de la medicina —bromeó Clary.
—No tiene gracia.
—Lo sé, sólo intentaba...
—No dejo de pensar en sangre —siguió Simón—. Sueño con ella. Me despierto pensando en ella. Muy pronto estaré escribiendo emotiva poesía morbosa sobre ella.
—¿Tienes todavía esas botellas de sangre que Magnus te dio? ¿No te estarás quedando sin?
—Las tengo. Están en mi mininevera. Pero sólo me quedan tres. —La voz sonó débil por la tensión—. ¿Qué sucederá cuando me quede sin?
—No te faltará. Te conseguiremos más —afirmó Clary, con más seguridad de la que sentía.
Supuso que siempre podía pedírsela al amistoso suministrador de sangre de cordero de Magnus, pero todo el asunto le revolvía el estómago.
—Mira, Simón, Luke cree que deberías contárselo a tu madre. No puedes ocultárselo eternamente.
—Pero puedo intentarlo.
—Piensa en Luke —replicó ella con desesperación—. Todavía puedes llevar una vida normal.
—¿Y qué hay de nosotros? ¿Quieres un novio vampiro? —Lanzó una amarga carcajada—. Porque preveo muchas meriendas románticas en nuestro futuro. Tú, bebiendo pina colada sin alcohol. Yo, bebiendo la sangre de una virgen.
—Piensa en ello como una minusvalía —instó Clary—. Simplemente tienes que aprender a que tu vida funcione bajo estas circunstancias. Muchas personas lo hacen.
—No estoy seguro de ser una persona. Ya no.
—Lo eres para mí —repuso ella—. De todas formas, ser humano está sobrevalorado.
—Al menos Jace ya no puede llamarme mundano. ¿Qué es eso? —preguntó, reparando en el folleto que Clary aún tenía enrollado en la mano izquierda.
—Ah, ¿esto? —Lo alzó—. Cómo hablar sinceramente con tus padres.
Él abrió los ojos de par en par.
—¿Hay algo que quieres decirme?
—No es para mí. Es para ti. —Se lo entregó.
—Yo no tengo que confesarle nada a mi madre —insistió Simón—. Ya piensa que soy homosexual porque no me interesan los deportes y todavía no he tenido una novia en serio. No que ella sepa, al menos.
—Pero tienes que confesarle que eres un vampiro —señaló Clary—. Luke pensó que quizá podrías, ya sabes, usar uno de los discursos que se sugieren en el folleto, excepto que debes usar la palabra «no muerto» en lugar de...
—Lo capto, lo capto. —Simon desplegó el folleto—. Bien, practicaré contigo. —Carraspeó—. Mamá, tengo algo que decirte. Soy un no muerto. Ahora bien, ya sé que tal vez tengas algunas ideas preconcebidas sobre los no muertos. Sé que puede que no te sientas a gusto con la idea de que yo sea un no muerto. Pero estoy aquí para decirte que los no muertos son como tú y yo. —Simon hizo una pausa—. Bueno, sí claro. Posiblemente más como yo que como tú.
—Simón.
—Vale, vale. —Prosiguió—: Lo primero que tienes que comprender es que soy la misma persona que he sido siempre. Ser un no muerto no es lo más importante de mí. Es sólo una parte de lo que soy. Lo segundo que deberías saber es que no ha sido una elección.
Nací así. —Simon la miró por encima del folleto entrecerrando los ojos—. Lo siento, renací así.
Clary suspiró.
—No lo intentas en serio.
—Al menos puedo decirle que me enterraste en un cementerio judío —dijo Simón, tirando el folleto—. Quizá debería empezar gradualmente. Decírselo primero a mi hermana.
—Iré contigo si quieres. A lo mejor puedo ayudar a hacerles comprender.