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—¡No! —protestó Clary—. No quiero que tu seguridad dependa de mi estúpida runa. ¿Y si no funciona?

—Funcionó antes —replicó Jace mientras abandonaban el puente y marchaban de vuelta a Brooklyn.

Conducían por la estrecha calle Van Brunt, entre elevadas fábricas de ladrillo cuyas ventanas tapiadas y puertas cerradas con candados no delataban nada de lo que había en el interior. A lo lejos, la zona ribereña brillaba con luz trémula entre los edificios.

—¿Y si lo echo todo a perder esta vez?

Jace volvió la cabeza hacia ella, y por un momento los ojos de ambos se encontraron. Los de él tenían el dorado de la lejana luz solar.

—No lo harás —aseguró.

—¿Estás seguro de que ésta es la dirección? —preguntó Luke, deteniendo lentamente la furgoneta—. Magnus no está aquí.

Clary miró a su alrededor. Se habían detenido frente a una fábrica enorme, que parecía haber sido destruida por algún terrible incendio. Las paredes de ladrillo hueco y yeso todavía permanecían en pie, pero asomaban puntales de metal a través de ellas, doblados y requemados. A lo lejos, Clary podía ver el distrito financiero del sur de Manhattan, y el montículo negro que era la Governors Island, más dentro del mar.

—Vendrá —dijo—. Si le dijo a Alec que iba a venir, lo hará.

Bajaron de la furgoneta. Aunque la fábrica se alzaba en una calle bordeada de edificios similares, era un lugar tranquilo, incluso para ser un domingo. No había nadie más por allí ni ninguno de los sonidos del comercio —camiones retrocediendo, hombres que gritaban— que Clary asociaba con las zonas de almacenes. En su lugar había silencio, una brisa fresca que soplaba procedente del río y los gritos de las aves marinas. Clary se subió la capucha, cerró la cremallera de la chaqueta y tiritó.

Luke cerró la portezuela de la furgoneta con un golpe y se subió la cremallera de la chaqueta de franela. En silencio, ofreció a Clary un par de gruesos guantes de lana. Ella se los puso y meneó los dedos. Eran demasiado grandes para ella y era igual que llevar puestas unas zarpas. Paseó la mirada alrededor.

—Aguarda... ¿dónde está Jace?

Luke señaló con el dedo. Jace estaba arrodillado junto a la orilla, una figura oscura que se recortaba en el cielo azul grisáceo y el río de aguas marrones.

—¿Crees que quiere intimidad? —preguntó ella.

—En esta situación, la intimidad es un lujo que ninguno de nosotros puede permitirse. Vamos.

Luke avanzó a grandes zancadas, y Clary le siguió. La fábrica se extendía justo hasta la línea del agua, pero había una amplia playa de grava junto a ella. Un oleaje superficial lamía las rocas infestadas de malas hierbas. Había unos troncos colocados formando un tosco cuadrado alrededor de un hoyo negro en el que en una ocasión había ardido una hoguera. Había latas oxidadas y botellas tiradas por todas partes. Jace estaba de pie en el borde del agua, sin la cazadora. Mientras Clary observaba, arrojó algo pequeño y blanco en dirección al agua; lo que fuera chocó con ella con un chapoteo y desapareció.

—¿Qué haces? —preguntó Clary.

Jace se volvió hacia ellos, con el viento haciendo que los rubios cabellos le azotaran el rostro.

—Enviar un mensaje.

Por encima del hombro del chico, a Clary le pareció ver un zarcillo reluciente, como un pedazo vivo de alga, que emergía de las aguas grises del río con algo blanco enganchado. Al cabo de un momento se desvaneció, y ella se quedó parpadeando.

—¿Un mensaje a quién?

Jace torció el gesto.

—A nadie.

Se apartó del agua y se puso a andar a grandes zancadas por la playa de guijarros hasta el lugar donde había extendido la cazadora. Tres largos cuchillos entraban colocados sobre ella. Cuando Jace se dio la vuelta, Clary vio los afilados discos de metal metidos en su cinturón.

Jace pasó los dedos a lo largo de los cuchillos, planos y de un gris blanco, que aguardaban a que se les diera un nombre.

—No tuve oportunidad de acceder al arsenal, así que éstas son las armas que tenemos. Pensaba que podríamos prepararnos cuanto podamos antes de que Magnus llegue aquí. —Alzó el primer cuchillo—. Abrariel.

Al recibir un nombre el cuchillo serafín titiló y cambió de color. Se lo tendió a Luke.

—Yo ya tengo —dijo Luke, y apartó a un lado la chaqueta para mostrar el kindjal metido en el cinturón.

Jace entregó Abrariel a Clary, que tomó el arma en silencio. Tenía un tacto cálido, como si una vida secreta vibrara en su interior.

Camael —nombró Jace al siguiente cuchillo, haciendo que se estremeciera y resplandeciera—. Telantes —dijo al tercero.

—¿Usáis alguna vez el nombre de Raziel? —preguntó Clary mientras Jace se metía los cuchillos en el cinturón y volvía a ponerse la cazadora.

—Jamás —respondió Luke—. Es impensable.

Escudriñó con la mirada la calzada detrás de Clary buscando a Magnus. Ella podía percibir su ansiedad, sin embargo, antes de que pudiera decir nada más, sonó su teléfono. Lo abrió y se lo entregó a Jace sin decir una palabra. Éste leyó el mensaje de texto, enarcando las cejas.

—Parece ser que la Inquisidora le ha dado a Valentine hasta la puesta de sol para que decida si me quiere más a mí o a los Instrumentos Mortales —dijo—. Ella y Maryse llevan peleando desde hace horas, así que aún no ha notado que me he ido.

Devolvió el teléfono a Clary. Los dedos de ambos se rozaron y Clary retiró la mano violentamente, a pesar del grueso guante de lana que le cubría la piel. Vio cómo una sombra pasaba por las facciones del muchacho, pero él no le dijo nada. En su lugar, se volvió hacia Luke:

—¿La Inquisidora tiene un hijo muerto? —inquirió con brusquedad—. ¿Por eso es así?

Luke suspiró e introdujo las manos en los bolsillos de la chaqueta.

—¿Cómo lo has averiguado?

—Por el modo en que reacciona cuando alguien pronuncia su nombre. Es la única vez que la he visto mostrar cualquier sentimiento humano.

Luke soltó aire. Se había subido las gafas, y tenía los ojos entrecerrados para protegerse del fuerte viento proveniente del río.

—La Inquisidora es como es por muchas razones. Stephen es únicamente una de ellas.

—Es raro —comentó Jace—. No parece alguien a quien le gusten los niños.

—No los de otras personas —repuso Luke—. Era diferente con el suyo. Stephen era su niño mimado. De hecho, lo era de todo el mundo... de todos los que le conocían. Era una de esas personas que era buena en todo, indefectiblemente amable sin resultar aburrido, apuesto sin que nadie le odiara por eso. Bueno, a lo mejor le odiábamos un poco.

—¿Fue a la escuela contigo? —preguntó Clary—. ¿Y mi madre... y Valentine? ¿Es así como le conociste?

—Los Herondale estaban al frente de la dirección del Instituto de Londres y Stephen fue a la escuela allí. Después de que todos acabásemos los estudios, cuando regresó a vivir a Alacante, empecé a verle más. Y hubo un tiempo en que le veía muy a menudo, ya lo creo. —Los ojos de Luke se habían vuelto distantes, del mismo azul gris del río—. Después de que se casara.

—¿Así que estaba en el Círculo? —preguntó Clary.

—No entonces —respondió Luke—. Se unió al Círculo después de que yo... bueno, después de lo que me sucedió. Valentine necesitaba un segundo al mando y quiso a Stephen. Imogen, que era totalmente leal a la Clave, se puso histérica; le suplicó a Stephen que lo reconsiderara, pero él la dejó de lado. Dejó de hablarles tanto a ella como a su padre. Estaba totalmente subyugado por Valentine. Le seguía a todas partes como una sombra. —Luke hizo una pausa—. Y Valentine no consideraba que la esposa de Stephen fuese apropiada para él. No para alguien que iba a ser el número dos del Círculo. Ella tenía... conexiones familiares indeseables.

El dolor en la voz de Luke sorprendió a Clary. ¿Tanto le habían importado aquellas personas?