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—Alec —se oyó decir—, lleva a Isabelle a la escala ahora o todos nosotros moriremos.

Alec le miró a los ojos y le sostuvo la mirada por un instante. Luego asintió y empujó a Isabelle, que seguía protestando, hacia la barandilla. La ayudó a subir a ella y luego a pasar al otro lado, y con un alivio inmenso Jace vio cómo la oscura cabeza de la joven desaparecía a medida que empezaba a descender por la escala.

«Y ahora tú, Alec —pensó—. Vete.»

Pero su amigo no se iba. Isabelle, fuera de la vista en aquellos momentos, lanzó un grito agudo de protesta cuando su hermano volvió a bajar de un salto de la barandilla sobre la cubierta del barco. El guisarme de Alec descansaba sobre la cubierta donde lo había dejado caer; lo asió entonces y avanzó para colocarse junto a Jace y enfrentarse al demonio que se aproximaba.

No consiguió llegar tan lejos. El demonio, que se le venía encima a Jace, efectuó un repentino viraje y fue hacia Alec con la ensangrentada trompa chasqueando a un lado y a otro ávidamente. Jace se volvió para cubrir a Alec, pero la cubierta de metal sobre la que estaba, podrida por el veneno, se hundió bajo él. El pie atravesó la plancha de acero, y Jace cayó violentamente sobre la cubierta.

Alec tuvo tiempo de chillar el nombre de Jace antes de que el demonio se abalanzara sobre él. Alec lo acuchilló con el guisarme, hundiendo profundamente el extremo afilado del arma en la carne del demonio. La criatura se echó hacia atrás profiriendo un sobrecogedor alarido humano mientras que una sangre negra comenzaba a brotar a chorros de la herida. Alec retrocedió alargando la mano para coger otra arma justo cuando la garra del demonio le alcanzó con un trallazo, derribándole al suelo. Entonces, la trompa de la criatura se enroscó a su alrededor.

Isabelle chillaba. Jace forcejeó desesperadamente para sacar la pierna del agujero de la cubierta; afilados bordes de metal se le clavaron cuando consiguió liberarse de un tirón y se incorporó tambaleante.

Alzó a Samandiriel. Una potente luz, brillante como una estrella fugaz, surgió del cuchillo serafín. El demonio reculó emitiendo un quedo siseo. Relajó la presión sobre Alec, y por un momento, Jace pensó que tal vez fuera a soltarle. Entonces la criatura echó la cabeza hacia atrás con repentina y sobrecogedora rapidez y lanzó a Alec con una fuerza descomunal. Éste chocó contra la cubierta que la sangre volvía resbaladiza, patinó sobre ella... y cayó, con un único grito ronco, por el costado del barco.

Isabelle chillaba a todo pulmón el nombre de su hermano; sus alaridos eran como púas que se clavaban en los oídos de Jace. Samandiriel seguía llameando en su mano. La luz del arma iluminó al demonio, que avanzaba majestuoso hacia él con una mirada de insecto brillante y rapaz, pero lo único que Jace podía ver era a Alec; a Alec cayendo por el costado del barco, a Alec ahogándose en las negras aguas. Le pareció sentir el sabor del agua marina en la boca, o quizá fuera sangre. El demonio estaba casi sobre él; alzó a Samandiriel y lo arrojó. El demonio chilló con un sonido agudo y angustiado. Y entonces la cubierta cedió bajo Jace con un escalofriante chirrido de metal y el muchacho cayó a la oscuridad.

Dies irae

—Te equivocas —dijo Clary, pero su voz carecía de convicción—. No sabes nada sobre mí o Jace. Simplemente intentas...

—¿Qué? Intento llegar hasta ti, Clarissa. Hacerte comprender.

No había ningún sentimiento en la voz de Valentine que Clary pudiera detectar más allá de una leve diversión.

—Te estás riendo de nosotros. Crees que puedes utilizarme para hacer daño a Jace, así que te ríes de nosotros. Ni siquiera estás enojado —añadió—. Un auténtico padre estaría enojado.

—Soy un auténtico padre. La misma sangre que corre por mis venas corre por las tuyas.

—Tú no eres mi padre. Luke lo es —replicó Clary, casi con voz cansina—. Ya hemos hablado de esto.

—Sólo consideras a Luke como tu padre por su relación con tu madre...

—¿Su relación? —Clary lanzó una sonora carcajada—. Luke y mi madre son amigos.

Por un momento estuvo segura de que veía pasar una expresión de sorpresa por el rostro de Velentine. «Pero ¿es eso verdad?», fue todo lo que él dijo.

—¿Realmente crees que él soportó todo esto... —añadió luego—, Lucian, quiero decir..., esta vida de silencio y de ocultarse y huir, esta devoción a la protección de un secreto que ni siquiera él comprendía por completo, simplemente por amistad? A tu edad, sabes muy poco sobre la gente, Clary, y menos sobre los hombres.

—Puedes hacer todas las insinuaciones sobre Luke que desees. No servirá de nada. Estás equivocado respecto a él, igual que te equivocas con Jace. Tienes que darle a todo el mundo motivos egoístas para lo que hacen, porque sólo eres capaz de comprender motivos egoístas.

—¿Es eso lo que sería si él amara a tu madre? ¿Egoísta? —preguntó Valentine—. ¿Qué hay del interesado en el amor, Clarissa? ¿O es que tú sientes, en lo más profundo, que tu precioso Lucian no es ni realmente humano ni realmente capaz de sentimientos como los comprenderíamos nosotros...?

—Luke es tan humano como lo soy yo —le echó en cara ella—. Tú sólo eres un fanático.

—Claro que no —replicó Valentine—. Soy cualquier cosa excepto eso. —Se le acercó un poco más, y ella fue a colocarse frente a la Espada, ocultándola a sus ojos—. Piensas así de mí porque me miras a mí y a lo que hago a través de la lente de tu comprensión mundana del mundo. Los mundanos crean distinciones entre ellos mismos, distinciones que parecen ridículas a cualquier cazador de sombras. Sus distinciones están basadas en la raza, la religión, la identidad nacional, en cualquiera de una docena de indicadores menores e irrelevantes. Para los mundanos estas distinciones parecen lógicas, pues aunque no pueden ver, comprender o reconocer la existencia de los mundos demoníacos, enterrada aún en algún lugar de sus antiquísimos recuerdos, poseen la información de que deambulando por esta tierra hay seres que son «distintos», que no pertenecen aquí, y cuya única intención es hacer daño y destruir. Puesto que la amenaza de los demonios es invisible para los mundanos, éstos deben asignar la amenaza a otros de su propia especie. Colocan el rostro de su enemigo sobre el rostro del vecino, y de este modo quedan aseguradas generaciones de sufrimiento. —Dio otro paso hacia ella y Clary retrocedió instintivamente; su cuerpo tocaba ya el baúl—. Yo no soy así —siguió él—. Yo puedo ver la verdad. Los mundanos ven como a través de un espejo, oscuramente, pero los cazadores de sombras... nosotros vemos cara a cara. Conocemos la verdad del mal y sabemos que, si bien anda entre nosotros, no es algo nuestro. A lo que no pertenece a nuestro mundo no se le debe permitir echar raíces aquí, crecer como una flor venenosa y extinguir toda vida.

Clary había tenido la intención de ir a por la Espada y luego a por Valentine, pero sus palabras la impresionaron. Tenía una voz tan suave, tan persuasiva, y también ella pensaba que a los demonios no se les debía permitir que permanecieran en la tierra para consumirla y convertirla en cenizas como ya habían consumido tantos otros mundos... Casi tenía sentido lo que él decía, pero...

—Luke no es un demonio —afirmó.

—Me da la impresión, Clarissa —repuso Valentine—, de que has tenido muy poca experiencia sobre lo que es y no es un demonio. Has conocido a unos pocos subterráneos que te han parecido muy amables, y es a través de la lente de su amabilidad que miras el mundo. Los demonios, para ti, son criaturas espantosas que saltan de la oscuridad para desgarrar y matar. Y existen tales criaturas. Pero también existen demonios profundamente sutiles que saben ocultarse muy bien, demonios que deambulan entre humanos sin ser reconocidos y sin que se les ponga trabas. Sin embargo les he visto hacer cosas tan atroces que sus colegas demonios parecían delicadas criaturas en comparación. Conocí a un demonio en Londres que se hacía pasar por un poderoso financiero. Jamás estaba solo, así que me resultó difícil acercarme lo suficiente para matarlo, aunque yo sabía lo que era. Hacía que sus sirvientes le llevaran animales y niños pequeños; cualquier cosa que fuese pequeña e indefensa...