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Clary recordó el Salón de los Acuerdos, y a Meliorn diciendo que no quería pelear en la batalla a menos que los Hijos de la Noche también pelearan.

—No creo que él le guste mucho a Luke.

—Y de nuevo —dijo la reina—hablas sobre gustar.

—Cuando os vi la otra vez, en la corte seelie —indicó Clary—, nos llamasteis a Jace y a mí hermanos. Pero vos sabíais que no éramos realmente hermano. ¿Verdad?

La reina sonrió.

—La misma sangre corre por vuestras venas —repuso—. La sangre del Ángel. Todos aquellos que llevan sangre del Ángel son hermanos bajo la piel.

Clary se estremeció.

—Podríais habernos dicho la verdad, no obstante. Y no lo hicisteis.

—Os dije la verdad tal y como la veía. Todos decimos la verdad tal y como la vemos, ¿no es cierto? ¿Te has detenido a preguntarte alguna vez qué falsedades podría haber habido en el relato que te contó tu madre? ¿Realmente crees que conoces cada uno de los secretos de tu pasado?

Clary vaciló. Sin saber por qué, de repente oyó la voz de madame Dorothea en su cabeza. «Te enamorarás de la persona equivocada», le había dicho la falsa bruja a Jace. Clary había acabado por aceptar que Dorothea sólo se había estado refiriendo a la gran cantidad de problemas que el afecto de Jace por Clary les acarrearía a ambos. Pero, con todo, había espacios en blanco, lo sabía, en su memoria; incluso ahora, cosas, acontecimientos, que no había regresado a ella. Secretos cuyas verdades jamás sabría. Ella los había dado por perdidos y carentes de importancia, pero quizá…

No. Sintió que las manos se le tensaban a los costados. El veneno de la reina era sutil, pero poderoso. ¿Existía alguien en el mundo que pudiese decir realmente que conocía cada secreto de sí mismo? ¿Y no era mejor dejar tranquilos algunos secretos?

Sacudió la cabeza.

—Lo que hicisteis en la corte… —dijo—. Sí, tal vez no mentisteis, pero fuisteis poco amable. —Empezó a darse la vuelta—. Y ya estoy hasta de tanta falta de amabilidad.

—¿Realmente rechazarías un favor de la reina de la corte seelie? —inquirió la reina—. NO a todos los mortales se les concede tal posibilidad.

—No necesito un favor de vos —dijo Clary—. Tengo todo lo que quiero.

Le dio la espalda a la reina y se alejó.

Cuando regresó junto a su grupo de amigos descubrió que se habían unido a ellos Robert y Maryse Lightwood, que estaban —observó con sorpresa—. Estrechando la mano de Magnus Bane, que había guardado la centelleante cinta para el pelo y se mostraba como un modelo de decoro. Maryse rodeaba los hombros de Alec con el brazo. El resto de los amigos de Clary estaban sentados en un grupo a lo largo de la pared; Clary se dirigía a reunirse con ellos, cuando sintió un golpecito en el hombro.

—¡Clary!

Era su madre, que le sonreía… y Luke estaba junto a ella, cogiéndola de la mano. Jocelyn no iba nada engalanada; llevaba vaqueros y una camisa holgada que al menos no estaba manchada de pintura. No obstante, nadie podría haber dicho por el modo en que Luke la miraba que estaba menos que perfecta.

—Me alegro de que finalmente te hayamos encontrado.

Clary sonrió radiante a Luke.

—¿Así que no te vas a mudar a Idris, supongo?

—No —dijo él, y parecía más feliz de lo que le había visto jamás—. La pizza aquí es terrible.

Jocelyn lanzó una carcajada y se apartó para hablar con Amatis, que estaba admirando una burbuja flotante de cristal llena de humo que no dejaba de cambiar de color. Clary miró a Luke.

—¿Estabas dispuesto a dejar Nueva York de verdad, o sólo lo dijiste para conseguir que ella por fin diera el paso?

—Clary —dijo Luke—, me escandaliza que puedas sugerir tal cosa. —Sonrió ampliamente, luego se tornó bruscamente más serio—. A ti no te importa, ¿verdad? Sé que esto significaría un gran cambio en tu vida… Os iba a preguntar si tú y tu madre querríais trasladaros a vivir conmigo, ya que vuestro apartamento es inhabitable en estos momentos…

Clary lanzó un resoplido.

—¿Un gran cambio? Mi vida ya ha cambiado por completo. Varias veces.

Luke echó un vistazo hacia donde estaba Jace, que los observaba desde su asiento sobre la pared. El muchacho los saludó con la cabeza, dedicándoles una sonrisa divertida.

—Supongo que sí —dijo Luke.

—El cambio es positivo —indicó Clary.

Luke alzó la mano; la runa de la alianza se había borrado, como le había sucedido a todo el mundo, pero la piel todavía mostraba su delator rastro blanco, la cicatriz que nunca desaparecería por completo. Se contempló la Marca pensativo.

—Sí, lo es.

—¡Clary! —llamó Isabelle desde la pared—. ¡Los fuegos artificiales!

Clary dio un golpecito a Luke en el hombro y fue a reunirse con sus amigos, que estaban sentados en fila a lo largo de la pared: Jace, Isabelle, Simon, Maia y Aline. Se detuvo junto a Jace.

—No veo fuegos artificiales —dijo, dedicando una fingida mueca de enojo a Isabelle.

—Paciencia, saltamontes —indicó Maia—. Las cosas buenas les llegan a aquellos que sabes esperar.

—Yo siempre había pensando que «las cosas buenas llegan a aquellos que hacen la ola» —dijo Simon—. NO es de extrañar que haya estado tan confundido toda mi vida.

—«Confundido» es una buena manera de decirlo —dijo Jace, aunque estaba más concentrado en otras cosas; alargó los brazos y atrajo a Clary hacia él, casi distraídamente, como su fuese un acto reflejo.

Ella se enroscó en su hombro, alzando los ojos al cielo. Nada iluminaba el firmamento salvo las torres de los demonios, que refulgían con un suave tono blanco plateado en la oscuridad.

—¿Adonde has ido? —preguntó él, lo bastante suave para que sólo ella pudiera oír la pregunta.

—La reina seelie quería que le hiciera un favor —respondió Clary—. Y quería hacerme un favor a cambio. —Sintió cómo Jace se ponía en tensión—. Relájate. Le he dicho que no.

—No mucha gente rechazaría un favor de la reina seelie —dijo Jace.

—Le he dicho que no necesitaba un favor —repuso Clary—. Le he dio que tenía todo lo que quería.

Jace rió ante aquello, con suavidad, e hizo ascender la mano por el brazo de Clary hasta alcanzar el hombro; los dedos juguetearon distraídamente con la cadena que rodeaba el cuello de la joven, y Clary echó una ojeada al destello plateado sobre el vestido. Había llevado el anillo Morgenstern desde que Jace lo había dejando en la habitación para ella, y a veces se preguntaba por qué. ¿Realmente quería recordar a Valentine? Y sin embargo, al mismo tiempo, ¿era correcto olvidar?

Uno no podía borrar todo lo que le causaba dolor cuando lo recordaba. Ella no quería olvidar a Max ni a Madeleine, ni a Hodge, ni a la Inquisidora, ni siquiera a Sebastian. Cada recuerdo era valioso; incluso los malos. Valentine había querido olvidar: olvidar que el mundo tenía que cambiar, y que los cazadores de sombras tenían que cambiar con él… Olvidar que los subterráneos tenían alma, y que todas las almas eran importantes en la estructura del mundo. Había querido pensar únicamente en lo que diferenciaba a los cazadores de sombras de los subterráneos. Pero lo que había sido su perdición había sido el modo en que todos ellos eran iguales.

—Clary —dijo Jace, sacándola de su ensoñación.

Apretó más los brazos alrededor de la muchacha, y ella alzó la cabeza; la multitud vitoreaba a medida que los primeros cohetes ascendían.

—Mira.

Ella miró mientras los fuegos artificiales estallaban en una lluvia de chispas… Chispas que pintaron las nubes sobre sus cabezas a medida que caían, una a una, en veloces líneas de fuego dorado, como ángeles cayendo del cielo.