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El señor Harrison, terminada su tarea, se levantó y acompañó a Becky en silencio a la puerta del edificio. Becky se preguntó si el abogado hablaba únicamente cuando tenía algo que comunicar.

– Lady Trumper, espero que me haga saber cuándo podré ponerme en contacto con su hijo.

Capítulo 38

Charlie y Becky fueron a Cambridge para ver a Daniel cuatro días después de la visita al señor Harrison. Charlie había insistido en que no podían retrasarlo más, y había telefoneado a Daniel aquella misma noche para avisarle de que irían al Trinity, pues necesitaban hablar con él de algo importante.

– Estupendo, porque yo también tengo algo importante que anunciaros -fue la contestación de Daniel.

De camino a Cambridge, Becky y Charlie ensayaron lo que dirían y cómo lo dirían, pero llegaron a la conclusión de que, por más que intentaran explicarle lo ocurrido en el pasado, no sabían cómo iba a reaccionar Daniel.

– Me pregunto si nos perdonará algún día -dijo Becky-. Teníamos que habérselo dicho hace años.

– Pero no lo hicimos.

– Y se lo decimos justo cuando puede repercutir en nuestro beneficio económico.

– Y en el suyo, a la postre. Después de todo, heredará en su momento el diez por ciento de la empresa, dejando aparte todos los bienes de Hardcastle. Veremos cómo reacciona ante las noticias. -Daniel aceleró cuando llegó a un tramo de dos carriles, pasado Rickmansworth -. Las reacciones de Daniel siempre han sido impredecibles, así que es inútil hacer cábalas. Repasemos el guión de nuevo. Tú empiezas contándole cómo conociste a Guy…

– Tal vez ya lo sabe -dijo Becky.-En ese caso, habría preguntado…

– No necesariamente. Siempre ha sido muy reservado, sobre todo en lo tocante a nosotros.

El ensayo prosiguió hasta que llegaron a las afueras de la ciudad.

Charlie condujo a escasa velocidad por los Backs, dejó atrás el colegio Queens, esquivando a un grupo de estudiantes que caminaba por la calle y dobló a la derecha para entrar en el Trinity. Detuvo el coche en el patio de los profesores, se dirigieron a la entrada C y subieron una gastada escalera de piedra hasta llegar a la puerta señalada con el letrero «doctor Daniel Trumper». Siempre divertía a Becky recordar que no fue consciente del doctorado de su hijo hasta que alguien le llamó «doctor Trumper» en su presencia.

Charlie aferró la mano de su mujer.

– No te preocupes, Becky. Todo irá bien, ya lo verás. -Le apretó los dedos una vez más antes de llamar con firmeza a la puerta de Daniel.

– Adelante -gritó una voz que sólo podía ser la de Daniel.

Al cabo de un momento abrió la pesada puerta de roble para darles la bienvenida. Abrazó a su madre antes de guiarle hacia su desordenado estudio, donde ya estaba servido el té en una mesa situada en el centro de la habitación.

Charlie y Becky se sentaron en dos de las enormes y estropeadas sillas de cuero que el colegio le había proporcionado. Habrían pertenecido a los seis ocupantes anteriores de la habitación, y recordaron a Becky la silla que había sacado de la casa de Charlie en Whitechapel Road.

Daniel les sirvió el té y tostó un bollo en la chimenea. Nadie habló durante un rato, y Becky se preguntó dónde habría comprado su hijo un jersei de cachemira tan bonito.

– ¿Habéis tenido un buen viaje? -preguntó Daniel por fin.

– Normal -contestó Charlie.

– ¿Qué tal va el nuevo coche?

– Bien.

– ¿Y «Trumper's»?

– Podría ir peor.

– No estás muy locuaz, ¿eh, papá? Deberías solicitar la plaza vacante de profesor de inglés.

– Lo siento, Daniel -dijo su madre-. Es que tiene muchas cosas en la cabeza en este momento, sobre todo el tema que queremos hablar contigo.

– Es el momento perfecto -dijo Daniel, dándole vuelta al bollo.

– ¿Por qué? -preguntó Charlie.

– Porque, como ya os avisé, quiero hablar con vosotros de algo importante. Así que… ¿quién empieza primero?

– Oigamos tus noticias -se apresuró a contestar Becky.

– No, creo que lo más oportuno es lidiar primero con nuestro problema -intervino Charlie.

– Por mí, perfecto. -Daniel dejó caer un bollo tostado en el plato de su madre-. Mantequilla, mermelada y miel -añadió, señalando tres platitos que descansaban sobre la mesa, frente a ella.

– Gracias -dijo Becky.

– Adelante, papá. No puedo soportar esta tensión. -Dio vuelta al segundo bollo.

– Bien, quiero hablarte de algo que debimos contarte hace muchos años, y lo habríamos hecho de no ser…

– ¿Un bollo, papá?

– Gracias -dijo Charlie, sin hacer caso del pastel caliente y humeante que Daniel dejó caer en su plato-… por ciertas circunstancias y una cadena de acontecimientos que nos impidieron abordarlo.

Daniel colocó un tercer bollo en el extremo de su larga tostadera.

– Come, mamá, o se te va a enfriar. En cualquier caso, enseguida te preparo otro.

– No tengo hambre -admitió Becky.

– Bien, como iba diciendo -continuó Charlie-, ha surgido un problema concerniente a una gran herencia que, en su momento…

Alguien llamó a la puerta. Becky miró con desesperación a Charlie, confiando en que la interrupción se tratara de un mensaje sin importancia. Lo último que necesitaban ahora era un estudiante con un problema interminable. Daniel se levantó y acudió a la puerta.

– Entra, querida -le oyeron decir. Charlie se puso en pie cuando la invitada de Daniel entró en la habitación.

– Me alegro de verte, Cathy -saludó Charlie-. No tenía ni idea de que hoy ibas a estar en Cambridge.

– No, es muy típico de Daniel -contestó Cathy-, Yo quería avisarles a ambos, pero él no me dejó. -Dirigió una nerviosa sonrisa a Becky y se sentó en una silla libre.

Becky les miró a ambos. Observó con asombro su enorme parecido. Deseaba hacer tres preguntas a la vez.

– Sírvete un poco de té, querida -dijo Daniel-. Llegas a tiempo del siguiente bollo y en el momento más excitante. Papá iba a comunicarme cuánto me va a dejar en su testamento. ¿Voy a heredar el imperio Trumper o tendré que conformarme con el abono anual para el West Ham F. C.?

– Oh, lo siento mucho -dijo Cathy, empezando a levantarse.

– No, no. -Charlie le indicó que no se moviera -. No seas tonta, no es tan importante. Lo dejaremos para más tarde.

– Están muy calientes, así que ten cuidado -dijo Daniel, dejando caer un bollo en el plato de Cathy-, Bien, si mi herencia es de una insignificancia tan monumental, daré yo mi noticia. Redoble de tambores, arriba el telón, primera línea. -Daniel alzó la tostadera como si fuera una batuta -. Cathy y yo nos vamos a casar.

– No me lo creo -exclamó Becky, saltando de la silla y abrazando a Cathy-, Es una noticia maravillosa.

– ¿Desde cuándo os conocéis? -preguntó Charlie-, Debo de haber estado ciego.

– Desde hace más de un año -admitió Daniel-, Para ser justos, papá, ni siquiera tú tienes un telescopio capaz de enfocar Cambridge todos los fines de semana. Te revelaré otro pequeño secreto: Cathy no me permitió decíroslo hasta que mamá la invitó a integrarse en el comité directivo.

– Como comerciante desde hace una eternidad, muchacho -dijo Charlie, resplandeciente-, debo decirte que te llevas lo mejor del negocio. -Daniel sonrió-. De hecho, creo que Cathy sale perdiendo. ¿Cuándo empezó todo esto?

– Nos conocimos durante la inauguración de su casa, hace casi dieciocho meses. Usted no se acordará, sir Charles, pero nos trompeamos en la escalera -dijo Cathy, jugueteando nerviosamente con la cruz que colgaba de su cuello.

– Claro que me acuerdo; pero haz el favor de llamarme Charlie.

– ¿Ya habéis decidido la fecha? -preguntó Becky.

– Pensamos casarnos durante las vacaciones de Pascua -dijo Daniel-, ¿Os va bien a los dos?