Выбрать главу

Averiguar más cosas sobre su padre perdió importancia en cuanto empezó a demostrar que se merecía su puesto en Chelsea Terrace, 1. Lo primero que hizo Cathy para preparar el catálogo de la subasta italiana fue estudiar la historia de los cincuenta y nueve cuadros que iban a participar. A este fin, se desplazó de biblioteca en biblioteca y telefoneó a todas las galerías para rastrear sus orígenes. Al final, sólo un cuadro se le resistió, el de la Virgen María y el Niño, carente de firma o antecedentes históricos, aparte de que procedía de la colección particular de sir Charles Trumper y era propiedad ahora de una tal señora Kitty Bennett. Cathy preguntó a Becky si podía ayudarla, y descubrió que su patrona sospechaba que pertenecía a la escuela de Bronzino.

Simón, que iba a dirigir la subasta, sugirió que examinara los volúmenes de recortes de periódicos.

– Casi todo lo que necesitas saber sobre los Trumper está ahí. Cathy salió al instante del mostrador principal y preguntó dónde guardaban los archivos.

– Los archivos están en la cuarta planta, en esa pequeña habitación que hay al final del pasillo -le dijeron.

Cuando encontró el cuarto que albergaba los ficheros tuvo que eliminar una capa de polvo y una telaraña, a fin de echar un vistazo a los anuarios. Se sentó en el suelo, las piernas dobladas bajo el cuerpo, y siguió pasando las páginas, cada vez más absorta en la ascensión de Charles Trumper desde los días en que tenía un carretón en Whitechapel hasta los planes de «Trumper's» para Chelsea. Aunque las referencias periodísticas de los primeros años eran bastante breves, un pequeño artículo en el Evening Standard llamó la atención de Cathy. El paso del tiempo había teñido de amarillo la hoja, y en la esquina superior derecha, apenas discernible, se leía la fecha: 8 de septiembre de 1922.

Un hombre alto de casi treinta años, sin afeitar y vestido con un viejo gabán del ejército, irrumpió en el hogar del señor Charles Trumper, sito en Gilston Road, 11, Chelsea, ayer por la mañana. Aunque el intruso escapó sin nada, la señora Trumper, embarazada de siete meses de su segundo hijo, se desmayó a causa del sobresalto, siendo conducida al hospital de San Guido por su marido.

Nada más llegar se llevó a cabo una operación de emergencia, a cargo del señor Armitage, cirujano jefe, pero el niño nació muerto. Se espera que la señora Trumper permanezca en observación durante varios días.

La policía desearía entrevistarse con cualquier persona que se encontrara en las inmediaciones en aquel momento.

Los ojos de Cathy se desviaron hacia el segundo recorte, fechado nueve semanas más tarde.

La policía ha encontrado un gabán del ejército abandonado, que tal vez pertenezca al hombre que irrumpió en Gilston Road, 11, Chelsea, domicilio de los señores Trumper, la mañana de 7 de septiembre. Se sabe que el propietario del gabán es un antiguo capitán de los Fusileros Reales llamado Trentham, que sirvió con el regimiento en la India hasta hace poco, pero que, al parecer, se halla actualmente en Australia.

Cathy releyó los recortes una y otra vez. ¿Era en realidad la hija de un hombre que había intentado robar a sir Charles Trumper y era responsable de la muerte de su segundo hijo? ¿Dónde encajaba el cuadro? ¿Cómo había llegado a manos de la señora Bennet? Y, lo más importante, ¿por qué se había tomado tanto interés lady Trumper en un óleo insignificante de un artista desconocido? Incapaz de responder a estas preguntas, Cathy cerró el libro de recortes y lo puso en su sitio. Tenía ganas de bajar y formularle todas sus preguntas, una por una, a lady Trumper, pero sabía que no era posible.

Cuando el catálogo estuvo terminado y llevaba vendiéndose una semana, lady Trumper quiso ver a Cathy en su despacho. Cathy confió en no haber cometido ningún error garrafal. Tal vez alguien había descubierto la autoría auténtica de la Virgen María y el Niño, que no constaba en el catálogo.

– Te felicito -dijo Becky, en cuanto Cathy entró en su despacho.

– Gracias -contestó la joven, sin saber a qué atenerse. -Tu catálogo ha sido un éxito y hemos tenido que reimprimirlo.

– Sólo lamento no haber averiguado más datos sobre el cuadro de su marido -dijo Cathy, más tranquila. Aún confiaba en que su patrona le revelaría cómo había llegado el cuadro a manos de sir Charles, arrojando de paso alguna luz sobre la relación entre los Trumper y el capitán Trentham.

– No me sorprende -respondió Becky, sin dar más explicaciones.

«Encontré un artículo en los archivos que hacía mención de un tal capitán Trentham, y me pregunté…», quiso decir Cathy, pero guardó silencio.

– ¿Te gustaría hacer de observadora durante la subasta de la semana que viene? -preguntó Becky.

Simón Matthews acusó a Becky el día de la subasta italiana de estar «llena de energías», aunque no había probado bocado.

La subasta dio comienzo. Todos los cuadros superaron el precio mínimo adjudicado, y Cathy sintió una gran alegría cuando La basílica de San Marcos, de Canaletto, batió todos los récords anteriores del pintor.

Cuando el pequeño óleo de sir Charles reemplazó al Canaletto, experimentó cierta inquietud. Tal vez se debía a la forma de iluminar el lienzo, pero ahora no cabía duda de que se trataba también de una obra maestra. Su pensamiento instantáneo fue que, de haber tenido quinientas libras, habría pujado por él.

El clamor que se elevó después de retirar el cuadro aumentó el nerviosismo de Cathy. Pensó que el acusador tal vez estaba en lo cierto cuando afirmó que la pintura era de Bronzino. Nunca había visto un ejemplo mejor de sus clásicos halos bañados por el sol. Lady Trumper y Simón no echaron las culpas a Cathy, y continuaron asegurando a todo el mundo que la galería conocía la obra desde hacía varios años.

Cuando terminó la subasta, Cathy examinó las etiquetas para comprobar que estuvieran en su correcto orden y, sobre todo, para que no cupieran dudas sobre quién había comprado cada artículo. Simón estaba informando al dueño de una galería, cuyos cuadros no habían alcanzado el precio mínimo y deberían venderse de forma privada. Se quedó helada cuando oyó que lady Trumper le decía a Simón, después de que el marchante se fuera:

– Otra vez esa maldita Trentham con sus trucos. ¿La viste en la parte de atrás?

Simón asintió, pero no hizo ningún comentario.

Una semana después de que el obispo de Reims emitiera su veredicto, Simón invitó a Cathy a cenar en su piso de Pimlico.

– Una pequeña celebración -añadió, explicando que había invitado a todos los implicados en la subasta italiana.

Cathy llegó aquella noche y encontró a varios miembros del departamento de Maestros Clásicos disfrutando ya de una copa de vino. Cuando se sentaron a cenar, sólo faltaba Rebecca Trumper. Advirtió de nuevo la atmósfera familiar que los Trumper creaban, aun en su ausencia, y todos los invitados disfrutaron de una cena excelente, compuesta de ensalada de aguacates con bacon, seguida de pato salvaje, que Simón les había preparado. Un joven llamado Julián, que trabajaba en el departamento de libros curiosos, y ella se quedaron para ayudar a despejar la mesa cuando todos los demás se marcharon.

– Ni se os ocurra lavarlos -dijo Simón-. La mujer de la limpieza se encargará por la mañana.

– Una típica actitud machista -comentó Cathy, poniéndose a lavar los platos-. Sin embargo, debo admitir que me he quedado por otro motivo.

– ¿Y cuál es? -preguntó él, cogiendo un paño en un débil intento de ayudar a Julián a secarlos.