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A las siete se dio una ducha fría y a las ocho recién pasadas tomó un desayuno caliente. Aunque sólo tenía una entrevista ese día y era a las diez, se encontraba paseando por la suite en espera de Roberts mucho antes de la hora en que éste había quedado en venir a buscarle, las nueve y media, consciente de que si no resultaba nada de esta reunión bien podía hacer sus maletas y volverse a Inglaterra esa misma tarde. Al menos daría la satisfacción a Becky de haber tenido la razón.

A las nueve veinticinco Roberts llamó a la puerta; Charlie se preguntó cuánto rato habría estado el joven abogado fuera esperando. Roberts le informó que ya había telefoneado a la oficina del cónsul general y que sir Oliver había prometido llamar al comisario de policía antes de la hora.

– Bien. Ahora dígame todo lo que sepa sobre este hombre.

– Mike Reed tiene cuarenta y siete años, es eficiente, quisquilloso y presumido. Ha escalado todos los puestos, pero aún le parece necesario darse importancia ante todo el mundo, especialmente en presencia de un abogado, tal vez porque los índices de delincuencia en Melbourne suben más deprisa que los de odio contra Inglaterra.

– Ayer me comentó que era de la segunda generación. ¿De dónde proviene?

– Su padre emigró a Australia a comienzos de siglo -dijo Roberts revisando sus papeles-, procedente de un lugar llamado Deptford.

– ¿Deptford? -repitió Charlie con una sonrisa-. Eso es casi territorio local. ¿Nos ponemos en marcha? -propuso consultando su reloj -. Creo que estoy más que preparado para convencer al señor Reed.

Cuando veinte minutos más tarde Roberts mantuvo la puerta del cuartel de policía abierta para que pasara su cliente, desde una enorme fotografía oficial los miró un hombre cercano a los cincuenta, que le hizo sentir a Charles cada día de sus sesenta y cuatro años. Roberts dio sus nombres al oficial de guardia y sólo tuvieron que esperar unos minutos para ser conducidos a la oficina del comisario.

Los labios del policía dibujaron una delgada sonrisa al estrechar la mano a Charlie.

– No creo que sea mucho lo que puedo hacer por usted, sir Charles -comenzó Reed indicándole que tomara asiento-. Aun cuando su cónsul general se ha tomado la molestia de llamarme. -Ignoró completamente a Roberts que permanecía de pie a poca distancia detrás de Charlie.

– Yo conozco ese acento -dijo Charlie sin tomar la silla que se le ofrecía.

– ¿Perdón, cómo dice? -preguntó Reed que también permaneció de pie.

– Apuesto de media corona a una libra a que su padre proviene de Londres.

– Sí, tiene razón.

– Y el East End de esa ciudad sería mi apuesta.

– Deptford -dijo el comisario.

– Lo supe en el momento mismo en que abrió la boca -dijo Charlie sentándose y echándose atrás en el sillón tapizado en cuero-, Yo soy de Whitechapel. ¿Dónde nació él?

– En Bishop's Way -repuso el comisario-. Justo en…

– A justo a un tiro de piedra de mi parte del mundo -dijo Charlie con marcado acento cockney.

Robert aún no había pronunciado una palabra, y mucho menos dado alguna opinión profesional.

– Partidario del Tottenham, supongo -dijo Charlie.

– Los Gunners -dijo con firmeza Reed.

– Qué montón de basura -exclamó Charlie-, Arsenal es el único equipo que yo conozco que da los nombres del público a los jugadores.

– Pues sí -rió el comisario-. Yo ya casi he perdido las esperanzas para esta temporada. ¿Y de quién es partidario usted?

– Yo soy hombre del West Ham -dijo Charlie.

– ¿Y así y todo quiere que yo colabore con usted?

– Bueno -rió Charlie-. Les dejamos ganarnos en la Copa.

– En mil novecientos veintitrés -dijo riendo Reed.

– Tenemos memoria larga allí en Upton Park.

– Bueno, jamás me imaginé que usted tuviera ese acento, sir Charles.

– Llámeme Charlie, como todos mis amigos. Y, otra cosa, Mike, ¿quiere que él salga fuera? -dijo apuntando con el pulgar a Trevor Roberts a quien aún no le ofrecían una silla.

– Podría servir -dijo el comisario.

– Espéreme fuera, Roberts -dijo Charlie sin siquiera molestarse en mirar en dirección a su abogado.

– Sí, sir Charles.

Roberts se volvió y se dirigió a la puerta. Una vez solos, Charlie se inclinó por encima del escritorio y dijo:

– Puñeteros abogados, todos son iguales. Presumidos más que bien pagados, «coles de Bruselas», te cobran este mundo y luego quieren que uno haga el trabajo.

– Especialmente si eres «saltamontes» -confió Reed riendo.

– No había escuchado esa descripción de la poli desde que me fui de Whitechapel -se inclinó y añadió-: Esto queda entre nosotros Mike. Dos chicos del East End reunidos. ¿Puede decirme algo sobre Trentham que él no sepa? -indicó con el pulgar hacia la puerta.

– Para ser justo con él, no creo que haya mucho que Roberts no haya descubierto, sir Charles.

– Charlie.

– Charlie. Usted ya sabe que Trentham mató a su esposa y ya debe saber también que después fue colgado por el crimen.

– Sí, pero lo que necesito saber, Mike, es: ¿había algún hijo?

Charlie contuvo la respiración. El policía pareció titubear, luego miró la hoja de acusaciones que tenía delante de él en el escritorio.

– Aquí dice esposa, difunta, una hija.

Charlie trató de no dar un salto en la silla.

– Supongo que en esa hoja no aparece el nombre.

– Margaret Ethel Trentham -dijo el comisario.

No era necesario que buscara el nombre en los papeles que le había dejado Roberts la noche anterior. No aparecía ninguna Margaret Ethel Trentham en ninguno de ellos, y aún recordaba los nombres de tres Trentham nacidos en Australia entre 1923 y 1925. Todos eran varones.

– ¿Fecha de nacimiento? -aventuró.

– No aparece, Charlie -dijo Reed-. No era la niña la acusada. -Deslizó el papel sobre el escritorio para que su visitante pudiera leer todo lo que ya le había dicho-. No se preocupaban mucho de este tipo de detalles en los años veinte.

– ¿Hay alguna otra cosa en esa carpeta que le parezca que puede ayudar a un chico del East End que no pisa terreno familiar? -preguntó Charlie con la esperanza de no estarse pasando.

Reed revisó atentamente los papeles del informe sobre Trentham durante un rato antes de dar su opinión:

– Hay dos entradas registradas que podrían serle útiles. La primera fue escrita a lápiz por mi predecesor, y hay hasta una entrada hecha por el comisario anterior que supongo podría ser de interés.

– Soy todo oídos.

– El veinticuatro de abril de mil novecientos veintiséis, el comisario Parker recibió una visita de una tal señora Trentham, madre del difunto.

– Buen Dios -exclamó Charlie incapaz de ocultar su sorpresa-, ¿Pero con qué motivo?

– No se da el motivo ni tampoco hay constancia de lo que se habló en la entrevista, lo siento.

– ¿Y la segunda entrada?

– Ésa hace referencia a otro visitante procedente de Inglaterra que preguntaba por Guy Trentham. Esta vez fue el veintitrés de agosto de mil novecientos cuarenta y siete. El visitante era… -el comisario de policía se inclinó sobre el papel para leer nuevamente el nombre -: un señor Daniel Trentham.

Charlie sintió un escalofrío y tuvo que agarrarse a los brazos del sillón.

– ¿Se encuentra bien? -preguntó Reed en tono de verdadera preocupación.

– Muy bien -dijo Charlie-, es sólo el efecto del viaje y del cambio de horario.

– ¿Se da el motivo de la visita de Daniel Trentham?

– Según la nota adjunta, alegaba ser el hijo del difunto -dijo el comisario. Charlie trató de no demostrar ninguna emoción. El policía se echó atrás en su sillón-. De modo que ahora usted sabe tanto del caso como yo.