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Fue a la nevera, tomó un recipiente de cartón de zumo de naranja, me sirvió un vaso, y se quedó el recipiente para él.

Le dije:

– ¿Y a qué debo el placer de la visita?

– Es la hora de las preguntas y las respuestas. Estaba conduciendo de vuelta a casa, escuchando la emisora de la policía, cuando algo interesante surgió en la frecuencia de Beverly Hills: un robo en North Crescent Drive.

Recitó la dirección.

– La casa de los Fontaine -dije.

– La mismísima Mansión Verde. Di un rodeo para echar una ojeada a lo que pasaba. ¿Sabes quién resultó ser el detective al cargo? Nuestro viejo amigo Dickie Cash…, me imagino que aún no ha logrado vender su guión de cine. Le conté un cuento acerca de que quizá estuviese relacionado con un homicidio ocurrido en Brentwood, y logré los detalles básicos. El robo ocurrió en algún momento de la madrugada. Un trabajo sofisticado: había un sistema de seguridad de alta tecnología, pero cortaron los cables que había que cortar, y la empresa de seguridad ni recibió un silbidito. La única razón por la que se supo lo que estaba pasando es porque un vecino se fijó en que había una puerta trasera abierta, la que da al pasaje de atrás… Sin duda fue nuestro amiguito, jugando a Sherlock Holmes. Cash me dejó entrar en la casa. ¡Vaya gusto el de esos dos: en el dormitorio principal tienen un mural de enormes labios rojos, muy húmedos! El inventario de artículos desaparecidos es bastante típico de ese barrio: algo de porcelana y plata, un par de televisores de pantalla supergrande, estéreos. Pero dejaron atrás montones de cosas realmente caras: otros tres televisores, joyas, pieles, plata mucho mejor, todo cosas fáciles de colocar a un perista. No fue un botín demasiado bueno, después de todo ese preocuparse en cortar los cables adecuados. Dickie estaba intrigado, pero no se sentía muy predispuesto a hacer demasiado, en vista de la ausencia de los dueños, y del hecho de que no fueron lo bastante corteses como para dejarle a su Departamento una dirección en la que pudieran contactarlos.

– ¿Y qué hay del museo en el sótano?

Se pasó la mano sobre la cara.

– Dickie no sabe nada de un museo y, a pesar de lo muy culpable que yo me sentí por ello, no le informé de nada. Me mostró el ascensor, pero no había ni llave ni código de acceso para operarlo; ni la Empresa de Seguridad sabía nada al respecto. Pero, si alguna vez logran bajar ahí abajo, apuesto diez contra uno a que parecerá Pompeya tras la gran fiesta de la lava.

– Están anudando cabos sueltos -dije.

Asintió con la cabeza.

– La cuestión es… ¿quién?

– ¿Sabes dónde se encuentran los Fontaine?

– En las Bahamas. El padre de Bijan no me ayudó en nada. Los taxis de Beverly Hills sólo tenían anotado el haberlos llevado al aeropuerto. Pero conseguí seguir la pista de la empresa de almacenamiento de automóviles, y, gracias a ellos, llegué a la agencia de viajes. Billetes de primera clase de L.A. a Miami, y luego a Nassau. Después seguían viaje, pero en la agencia no supieron, o no quisieron, decirme a dónde. Me imagino que a una de las islas más pequeñas y remotas…, con malas conexiones telefónicas, cócteles a base de ron con nombre de pájaros o monos exóticos, y unos bancos con tan poco interés en saber de dónde ha salido el dinero del cuentacorrentista, que harían parecer a los suizos, por comparación, unos entrometidos. El tipo de medio ambiente en que alguien con buena pasta puede pasar, de maravilla, una larga temporada.

Se acabó el zumo, luego el cereal, y se llevó el bol a los labios para beberse la leche.

– Y, hablando de otra cosa, ¿dónde demonios has estado? ¿Y para qué me llamaste anoche?

Le conté lo que había averiguado en Willow Glen.

– Extraño -dijo-. Muy extraño. Pero no veo delito en ello… a menos que la secuestrasen de pequeña. ¿O es que me he perdido algo?

Negué con la cabeza.

– Quiero contarte unas ideas que se me han ocurrido, para que me digas lo que te parecen.

Se llenó de nuevo el bol.

– Cuenta.

– Supongamos que Sharon y su gemela fueron el resultado de una relación entre Linda Lanier y Leland Belding…, un asuntillo con una de las chicas de sus fiestas, que fue más allá de lo que debería haber ido. Según Crotty, él tenía con ella algunas distinciones: podía entrar al despacho del jefe. Y Linda debió de mantener en secreto su preñez, porque estaba preocupada de que Leland la obligase a abortar.

– ¿Y cómo llegó a imaginar tal cosa?

– Quizá supiera que a él no le gustaban los niños o tal vez estuviera suponiéndolo, en base a lo que sabía de éclass="underline" Belding era un hombre frío, que no gustaba de las relaciones afectivas. Lo último que hubiese deseado era un heredero que no hubiera sido planificado por él. ¿Tiene sentido lo que digo?

– Sigue.

– Crotty vio juntos a la Lanier y Donald Neurath… arrullándose como tortolitos. ¿Y si él era su amante, además de su doctor? Digamos que se conocieron a un nivel profesional, y que la cosa fue a más.

– Lo que contaba la película porno…

– La película era una caricatura de su relación, resumida para la posteridad.

Milo se sentó y dejó la cuchara.

– Empieza como chica de fiestas con Belding, y las cosas van a más. Empieza como paciente con Neurath, y las cosas van a más.

– Era hermosa. Y era más que eso: era una experta en seducción. Debió de tener algo especial para que Belding la eligiera entre las demás chicas. Y, como su ginecólogo, Neurath debió de ser de los primeros, o el primero, en enterarse de que se hallaba en estado. Si había llegado a ligarse muy emocionalmente con ella, el descubrir que llevaba en su vientre al hijo de otro hombre debió de haberle irritado mucho, de haberle puesto muy celoso. ¿Y si le ofreció hacerle un aborto y ella se negó? Lo siguiente que él debió de hacer es amenazarla con decírselo a Belding. Linda estaba entre la espada y la pared. Se lo debió de contar a su hermano, y en la mente de extorsionista de éste surgió el plan: filmar la seducción de Neurath. Conseguir algo con que poder controlarlo. Cable trabajaba en el estudio: tenía acceso al equipo. No debió resultarle difícil montarlo todo.

Milo estuvo rumiando esto durante largo tiempo, y luego dijo:

– Y el hermano, siendo un auténtico chorizo, se imaginó un modo de ganar algo de pasta extra: venderle una copia de la película a algún coleccionista.

Asentí con la cabeza.

– A Gordon Fontaine o a alguien quien, al cabo, se la vendió a él. Años más tarde, Paul Kruse dio con ella, vio el parecido con Sharon y le picó la curiosidad. Pero nos estamos adelantando a la historia. Sigamos, de momento, con Linda: cuando su estado comenzó a hacerse evidente, debió de salir de la ciudad, y dar a luz a un par de gemelas, en algún momento entre la primavera y el verano del 53. Y debió de creer que ya no había peligro en contárselo a Belding: una cosa es abortar y otra rechazar a dos bebés adorables. Quizá el hermanito, Cable, ayudó a darle confianza, mientras ante los ojos de él flotaban visiones de signos de dólar danzando. Así que Linda debió de hacerle una visita a Belding, le mostró las niñas y le planteó su demanda: haz de mí una mujer honesta, o pásame la pasta suficiente como para que las niñas, su tío Cable y yo podamos vivir felices por siempre jamás.

Milo puso cara agria:

– Suena justo igual al tipo de trato que siempre intentan hacer los perdedores natos. La estúpida historia que logras reconstruir a pedacitos, después de que ellos han acabado en una camilla de la Morgue.

– Fue una historia estúpida. Los Johnson eran timadores de poca monta y subestimaron gravemente la amenaza que representaban para Belding… y la falta de compasión de éste. Las gemelas hubieran sido sus únicas herederas. Toda su fortuna estaba en juego… era una monstruosa pérdida de control, para un hombre acostumbrado a ser el dueño de su propio destino. Estamos hablando de un hombre que jamás creyó que debiera compartir su fortuna, que jamás puso a la venta acciones de sus empresas. Que no podía tolerar que una noche de descuido se volviese contra él. Y, justo mientras Linda le debía de estar aún hablando, las ruedecillas le debieron comenzar a girar. Pero seguro que no lo mostraría: pondría cara de alegría, haría de papá orgulloso. Expresaría su buena disposición, montándoles aquel ático en Fountain. Comprándoles un coche, joyas, pieles, una entrada de admisión instantánea en la Buena Vida. Y lo único que debió de pedirles a cambio fue que mantuviesen a las niñas en secreto, hasta que fuese el momento adecuado para mostrárselas al público… ganando así algo de tiempo. Y los Johnson seguro que aceptaron el trato, sintiéndose como un par de gorrinos en el cielo de los marranos. Y siguieron así hasta el día en que los mataron. Y las gemelas nunca dejaron de ser un secreto.