– Todo muy frío -comentó Milo.
– Pero tiene sentido, ¿no? Hummel y DeGranzfeld eran hombres de Belding. Como detectives de Narcóticos estaban en el lugar perfecto para montar un falso hallazgo de drogas. Con la pasta de Belding, podían echar mano de un montón de heroína. Dejaron fuera a los uniformados, y entraron en ese piso solos, para montar el tiroteo y preparar la escena del crimen. Pero el deshacerse de Linda y Cable sólo solucionaba parte de los problemas de Belding: le habían caído encima dos bebés que no deseaba. Bajo las mejores circunstancias, el criar a unas gemelas es todo un reto. Para alguien como Belding, debía de resultar aterrador, mucho más que diseñar fajas o comprar empresas. Así que recurrió a lo que era habitual en éclass="underline" pagó para que le sacaran de aquel lío. Y su arreglo con los Ransom era mucho más barato que cualquiera al que hubiese podido llegar con Linda y Cable. Y, posiblemente, llegó a algo similar con la otra gemela y alguna otra pareja.
Algún otro campo de tierra. Sin una Helen Leidecker y con la otra chica acabando impedida o…
– Preparó una trampa para que se cargasen a la madre de sus hijas, y luego las colocó por ahí. Superfrío.
– Era un hombre frío, Milo, y un misántropo que prefería las máquinas a la gente. Jamás se casó, jamás desarrolló unos lazos afectivos normales, acabó convertido en un ermitaño.
– Según ese libro inventado.
– Según todo el mundo. Seaman Cross sólo se limitó a embellecer la realidad. Y tú sabes, mejor que nadie, que constantemente están abandonando niños. Con muchos menos motivos. La Casa de los Niños está llena de ellos.
– ¿Y por qué los Ransom? -dijo-. ¿Qué clase de conexión podía tener un multimillonario con gente como ésa?
– Quizá ninguna. Cuando digo que Belding hizo todo esto, no quiero decir que lo hiciese personalmente. Probablemente jamás se ensució las manos, debió de hacer que se ocupase de todo un intermediario, como Billy Vidal…, ésa era la especialidad del Celestino: conseguir la gente que necesitaba Belding. En cuanto a dónde los halló el intermediario… ¿quién sabe? Pero, para esta tarea, el que fuesen retrasados mentales era un punto positivo, no negativo: serían pasivos, obedientes, no era probable que se tornasen ambiciosos ni que hiciesen preguntas. Ese tipo de personas piensan de un modo muy concreto, son muy testarudos… buenos en mantener secretos. O en olvidar. Tuve una exhibición de ello ayer. Y, miel sobre hojuelas, eran anónimos: ninguno de ellos sabía la fecha de su nacimiento, ninguna oficina gubernamental tenía ni la menor información acerca de ellos. Ni la tuvo hasta 1971, cuando Sharon se marchó a la Academia y Helen Leidecker decidió que necesitaba una protección extra, y se tomó la molestia de meterlos en la Medi-Cal y la Seguridad Social. Si no lo hubiera hecho, yo jamás los hubiese hallado.
– Ni tampoco si la Ransom no le hubiera dado a la mujer impedida el nombre de Shirlee -añadió Milo.
– Sí. Y no voy a decir que comprenda el porqué de esto…, ella estaba llena de simbolismos raros. Pero, fuera por lo que fuese, el caso es que darles una niña a Shirlee y Jasper era como borrar la identidad de esa niña. Quizá Belding ni siquiera esperase que sobreviviese. Pero Helen Leidecker la descubrió, la educó y la mandó al ancho mundo.
– A Kruse.
– Kruse fue a esa jornada de información sobre las carreras en la universidad de Long Island aparentando altruismo. Pero era un animal de presa: un tipo lujurioso y ambicioso de poder, siempre al acecho de nuevos discípulos. Quizá se sintió atraído por el aspecto de Sharon, o tal vez ya hubiese visto la película de Linda Lanier y le causase un fuerte impacto el parecido. En cualquier caso, lo que debió hacer fue emplear con ella todo su carisma, ponerla a hablar de sí misma, y, al ver lo evasiva que era acerca de su pasado, esto debió de intrigarle aún más. Los dos eran la combinación perfecta para un control mentaclass="underline" ella moldeada por Helen, sin unas auténticas raíces. Él, ansioso por hacer de Svengali.
– Menudo hijo de puta, disfrazado con bata de médico… -el ancho rostro de Milo se había ensombrecido por la ira.
– Siempre hay alguno que da mal nombre a la profesión -acepté.
Se levantó y se fue a buscar una cerveza. Mientras se la bebía, añadí:
– La puso bajo su ala, Milo. La convenció de que llegaría a ser una gran psicóloga…, las notas de ella hacían que esto no resultase descabellado… Se la llevó a California con él, la metió en la Escuela de Graduados, se colocó él mismo como su consejero. Supervisó sus casos, lo que normalmente incluye alguna terapia. Él lo transformó en terapia intensiva. Para Kruse, esto significaba extrañas comunicaciones, manipulación hipnótica. Como mucha gente que tiene identidades confusas, ella era un excelente sujeto de hipnosis. El rol de poder que él tenía en su relación incrementaba la susceptibilidad de ella. La hizo regresar al pasado, puso al descubierto recuerdos de su temprana infancia que aún lo intrigaron más. Algún tipo de trauma de primera edad del que ella no tenía conocimiento a nivel consciente…, quizás incluso algo acerca de Belding. Y Kruse empezó a husmear.
– Y a hacer películas.
– Una nueva versión de la película de su madre…, parte de la «terapia». Probablemente Kruse se lo presentó como un modo en que volverla a conectar con sus raíces… al amor materno. Y, a lo que él jugaba era a controlarla: a edificar una parte de ella, a derribar otra. Usando la hipnosis, podía sugerirle amnesia, mantenerla conscientemente en la ignorancia. Acabar sabiendo de ella más que ella misma. La alimentaba con bocaditos de su propio subconsciente en calculadas porciones, para mantenerla dependiente, insegura. Guerra psicológica. Vieras lo que vieses en Vietnam, él era un experto en eso. Luego, cuando el momento fue adecuado, la soltó sobre Belding.
– Pasta larga, control de grandes cosas.
– Y creo saber exactamente cuándo sucedió eso, Milo: en el verano de 1975. Ella desapareció sin explicación alguna, durante dos meses. La siguiente vez que la vi, tenía un coche deportivo, una casa, una vida realmente confortable para ser una estudiante graduada sin trabajo alguno. Mi primera idea fue que Kruse debía de estar manteniéndola. Ella lo sabía, incluso hizo un chiste al respecto, y me contó la historia de la herencia… que ahora sabemos que era una mentira. Aunque quizá, en cierto sentido, había algo de verdad en ello: había hecho una reclamación de lo que era suyo por derecho de nacimiento. Aunque aquello provocó el caos en su mente, acentuó sus problemas de identidad. La vez que la encontré mirando a la foto de su gemela, estaba en alguna especie de trance, casi catatónico. Y cuando se dio cuenta de que yo estaba allí y la había visto, se puso como loca. Estuve seguro de que todo había acabado entre nosotros. Pero después, ella fue quien me llamó, quien me pidió que fuese a verla y, cuando lo hice, cayó sobre mí como una auténtica ninfómana. Años más tarde, ella estaba haciendo lo mismo con sus pacientes…, pacientes que le buscaba Kruse. Nunca se sacó la licencia para ejercer, siguió siendo la ayudante de él, trabajando en oficinas cuyo alquiler pagaba él.