Noté cómo crecía mi propia rabia.
– Kruse estaba en posición de ayudarla, pero lo único que hizo el muy bastardo fue jugar con su cabeza. En lugar de tratarla, le mandó que escribiera su propia historia, como un falso historial de caso, y la usase como tesis. Probablemente era la idea que él tenía de una broma, su manera de burlarse de todas las normas.
– Hay un problema -dijo Milo-. En 1975, Belding ya llevaba mucho tiempo muerto.
– Quizá no.
– Cross admitió haber mentido.
– No sé lo que es verdad y lo que es mentira, Milo. Pero incluso si Belding estaba muerto, la Magna seguía viva. Y allí había montones de dinero y poder para que los chupase una sanguijuela. Digamos que Kruse presionó a la gran empresa, a Billy Vidal.
– ¿Y por qué le dejaron salirse con la suya durante doce años? ¿Por qué le dejaron con vida?
– He estado dándole vueltas a eso en la cabeza, y aún no le he encontrado respuesta. La única cosa que se me ocurre es que Kruse también tuviera algo que le diese poder sobre la hermana de Vidal, algo que no pudiesen arriesgarse a que saliese a la luz. Ella le dio los fondos para su cátedra, le ayudó en todo, para que lo hiciesen Jefe del Departamento. Se me ha dicho que esto fue por gratitud…, porque él trató a un hijo de ella. Pero en el obituario de su marido no había nada acerca de hijos. Quizá se volviese a casar y tuviera alguno… Estaba a punto de comprobar eso, justo cuando descubrí lo de Willow Glen.
– Quizá -dijo Milo- todo esto de los Blalock sólo sea una tapadera, Vidal esté empleando a su hermana como pantalla, y el dinero del pago del chantaje esté saliendo realmente de la Magna.
– Tal vez, pero eso sigue sin explicar el porqué le han dejado salirse con la suya durante tanto tiempo.
Milo se levantó impaciente, paseó arriba y abajo, se bebió la cerveza, cogió otra.
– Bueno -le pregunté-: ¿Qué piensas?
– Lo que pienso es que llevas razón. Y también pienso que quizá nunca lleguemos al fondo del asunto. Hay gente que lleva treinta años en la tumba. Y todo depende de que Belding sea el papaíto., ¿Cómo infiernos vamos a verificar eso?
– No lo sé.
Paseó un poco más, nerviosamente, y dijo:
– Volvamos, por un segundo, al aquí y ahora: ¿por qué se mató la Ransom?
– Quizá fuera por pena, a causa de la muerte de Kruse. O quizá no fuese un suicidio. Sé que no tengo pruebas…, es sólo una hipótesis.
– ¿Y qué me dices de los asesinatos de los Kruse? Como ya hemos comentado, no se puede decir que Rasmussen sea el típico asesino a sueldo que contrata una gran empresa.
– La única razón por la que le hemos colgado esas muertes a Rasmussen es porque más o menos para cuando asesinaron a los Kruse él habló de haber hecho cosas terribles.
– No sólo por eso -me recordó-. Ese jodido tenía un historial de violencia, mató a su propio padre. Además, me gustó toda esa cháchara de psico que me largaste, aquello de volver a matar a su propio padre y blablablá.
– Parafraseando a un experto, eso no son pruebas, amigo. Dado el historial de Rasmussen, cosas terribles podría significar cualquier cosa.
– Es una jodida pescadilla mordiéndose la cola -comentó-. Un círculo vicioso que da vueltas y vueltas.
– Hay alguien que podría aclarárnoslo.
– ¿Vidal?
– Que está vivito y coleando en El Segundo.
– Cierto -dijo Milo-. Sólo tenemos que presentarnos en su oficina y decirle al ayudante de la asistente de la subsecretaria de su secretaria que queremos ver al Gran Jefe… para tener con él una charla amistosa acerca de niñas abandonadas, chantajes, reclamaciones de herencias y asesinatos múltiples.
Alcé las manos al cielo y fui a buscar una cerveza para mí.
– No te cabrees -me gritó a la espalda-. No estoy tratando de patearte tu castillo de naipes, sólo intento mantener las cosas en el terreno de la lógica.
– Lo sé, lo sé. Es que resulta jodidamente frustrante.
– ¿El qué? ¿Como murió ella, o las cosas que hacía mientras estaba viva?
– Ambas cosas, sargento Freud.
Usó un dedo para dibujar una cara sonriente en el vaho de su vaso.
– Hay algo más: la foto de la gemela. ¿Qué edad tendrían las niñas en ella?
– Sobre los tres años.
– Así que no fueron separadas a su nacimiento, Alex. Lo que significa que, o bien alguien cuidó de ambas, o bien las dos les fueron dadas a los Ransom. Así que, ¿qué infiernos le pasó a la hermana?
– Helen Leidecker no mencionó a una segunda niña que hubiera vivido en Willow Glen.
– ¿Se lo preguntaste?
– No.
– ¿Mencionaste la foto?
– No. Ella me parecía…
– ¿Honesta?
– No. Simplemente, es que no surgió el tema.
No dijo nada.
– Vale -comenté-. Suspéndeme en Primero de Interrogatorios.
– Tranquilo -dijo-. Sólo estoy tratando de hacerme una imagen clara.
– Si la logras, compártela conmigo. ¡Maldita sea, Milo, quizá la jodida foto ni siquiera era de Sharon y su hermana! ¡Ya no sé qué infiernos es real y qué no lo es!
Me dejó echar humo un poco, y luego me dijo:
– El sugerirte que lo dejes correr todo sería una estupidez, supongo.
Ni le contesté.
– Antes de que caigas en el autodesprecio, Alex, ¿por qué no te limitas a hacerle una llamada a esa mujer, la Leidecker? Pregúntale acerca de la foto, y si tiene alguna reacción rara, ésa será la prueba de que no es la Honesta Maestra Rural. Lo que podría significar más labor de enmascaramiento…, como pudiera ser muy bien, en el caso de que la gemela hubiera sufrido esos daños bajo circunstancias sospechosas y ella estuviera tratando de encubrir a alguien.
– ¿A quién, a los Ransom? No los veo abusando de una niña…
– No abusando de ella, sino descuidándola. Tú mismo has dicho que no estaban hechos para ser padres, que apenas si podían ocuparse de una niña. Les hubiera resultado imposible enfrentarse con dos. ¿Y si hubieran vuelto la espalda justo en el mal momento, y la gemela hubiera sufrido un accidente?
– ¿Como, por ejemplo, ahogarse?
– Por ejemplo.
La cabeza me giraba sin parar. Me había pasado la noche dando vueltas en la cama, y seguía sin salir del remolino…
Milo se inclinó hacia mí y me dio unas palmadas en el hombro.
– No te preocupes. Aunque no podamos llevarlo a los tribunales, siempre podemos vendérselo a los estudios. Mostrarle a Dickie Cash cómo se coloca un guión.
– Llama a mi agente -le dije.
– Que tus abogados llamen a los míos y prepararemos un contrato.
Me obligué a sonreír.
– ¿Has comprobado ya el registro de nacimientos de Port Wallace?
– Aún no. Si tienes razón en lo de que la Lanier se debió de ir a algún lugar tranquilo a dar a luz, su pueblo era el sitio perfecto…, eso suponiendo que jamás hubiera leído a Thomas Wolfe. ¿Qué te parece si haces una llamada allí y ves lo que puedes conseguir? Empieza con la Cámara de Comercio y averigua los nombres de los hospitales que estuviesen ya funcionando en 1953. Si tienes suerte y aún conservan los archivos, alguna mentirijilla te permitirá fisgonear en los mismos… diles que eres algún tipo de burócrata. Harán lo que sea para librarse de ti. Y si no sacas nada, prueba suerte con el Registro Civil del Condado.
– Llama a Helen, llama a Port Wallace. ¿Alguna misión más, señor?
– Oye… si quieres jugar al investigador privado, tienes que acostumbrarte al trabajo tedioso.