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Colocó su mano sobre mi pierna. Tenía la palma húmeda.

– Sabía que me tenía manía, Alex, pero jamás me imaginé que llegase tan lejos. Cuando nos reunimos por primera vez, actuó como si me amase.

– ¿Cuándo fue eso?

– En mi segundo año en la escuela para graduados. En otoño.

Sorprendido, le pregunté:

– ¿No fue en verano?

– No, en otoño. En octubre.

– ¿Y cuál fue el asunto familiar que te impidió venirte conmigo a San Francisco?

– Terapia.

– ¿Darla o recibirla?

– Mi propia terapia.

– Que te daba Kruse.

Asentimiento con la cabeza.

– Era un momento crucial. No podía dejarlo. Estábamos tratando asuntos… Realmente era un asunto familiar.

– ¿Y dónde estabas viviendo?

– En su casa.

Yo había ido allí, buscándola, contemplando la cara de Kruse dividirse en dos…

Que tenga un buen día…

– Fue realmente intenso -me aseguró ella-. Él quería controlar todas las variables.

– ¿Y no tuviste problemas para dormir allí?

– Yo… No, él me ayudó. Me relajó.

– Hipnosis.

– Sí. Me estaba preparando… para que me viese con ella. Pensaba que sería un proceso curativo. Para ambas. Pero había infravalorado el mucho odio que aún quedaba.

Siguió en calma, pero la presión de su mano aumentó.

– Ella estaba actuando, Alex. Para ella era fácil… había estudiado teatro.

Algunos acaban en la pantalla o los escenarios…

– Una interesante elección de carrera -comenté.

– No era una carrera, sólo un antojo. Como todo lo demás en ella. Primero lo usó para acercarse a mí, luego para fijar sus miras en lo que yo más quería, tú; luego, años más tarde, en mi trabajo. Sabía lo mucho que mi trabajo representaba para mí.

– ¿Y por qué no te sacaste la licencia?

Se tironeó el lóbulo de la oreja.

– Demasiadas… distracciones. No estaba preparada.

– ¿Eso fue una opinión de Paul?

– Y mía.

Se apretó contra mí. Su tacto me parecía opresivo.

– Eres el único hombre al que he amado, Alex.

– ¿Y qué hay de Jasper? ¿Y Paul?

La mención del nombre de Kruse la hizo estremecerse.

– Hablo de un amor romántico. De un amor físico. Tú eres el único que ha penetrado en mí.

No dije nada.

– Es cierto, Alex. Sé que tenías tus sospechas, pero Paul y yo nunca hicimos nada así. Yo era su paciente… y el dormir con un paciente es algo así como un incesto. Incluso después de que la terapia ha acabado.

Algo en su voz me hizo echarme atrás.

– Vale. Pero no olvidemos a Mickey Starbuck.

– ¿A quién?

– A tu coprotagonista. En Examen Médico.

– ¿Era ése su nombre, Mickey? Lo único que sé es que era un profesional al que Paul había tratado para quitarle la adicción a la cocaína. Allá en Florida. Y yo no he estado nunca en Florida.

– ¿Ella?

Asintió la cabeza.

– ¿Y quién le propuso el papel?

– Sé que todo eso no tiene muy buen aspecto, pero lo cierto es que Paul pensó que podría ser curativo.

– Terapia radical. El trabajar el problema.

– Tendrías que haberlo visto en su contexto, Alex. Había trabajado con ella durante años sin tener demasiado éxito. Tenía que intentar algo.

Miré a otra parte, contemplé lo que me rodeaba. El punto grueso de la alfombra azul. Los mensajes familiares de los carteles. No había un jodido lugar como el hogar.

Un hogar en forma de nave espacial. Era como si unos extraterrestres hubiesen bajado a la Tierra a la caza de especímenes para un zoo interplanetario, y hubiesen preparado un hábitat «medio americano», con todos sus lugares comunes.

Cuando volví a mirarla, estaba sonriendo. Con una sonrisa luminosa. Demasiado luminosa. Como el hielo antes de cuartearse.

– Comprendo lo extraño que todo esto debe de sonarte, Alex. Es difícil resumir tantos años en sólo unos pocos minutos.

Le devolví la sonrisa, dejé que se viese mi confusión.

– Es arrollador… la dinámica que tiene… como todo se ensambla entre sí.

– Haré todo lo que pueda para aclarártelo.

– Te lo agradeceré.

– ¿Por dónde querrías que empezase?

– Por el principio; me parece que es un lugar tan bueno como cualquier otro.

Puso su cabeza en mi hombro.

– Ése es el problema: realmente, no hay un principio -me dijo, con la misma voz desencarnada que había usado, años antes, para hablarme de la muerte de sus «padres»-. Mis primeros años son como una mancha desdibujada. Me han hablado de ellos, pero es como oír una historia acerca de otra persona. De eso es de lo que iba la terapia, aquel verano. Paul estaba tratando de desbloquearme.

– ¿Regresión de edad?

– Regresión de edad, libre asociación, ejercicios de Gestalt… todas las técnicas estándar. Cosas que yo misma he usado con mis pacientes. Pero ninguna funcionó. No podía recordar nada. Quiero decir que, intelectualmente, yo comprendía el proceso defensivo, sabía que estaba reprimiéndome, pero eso no me ayudaba aquí dentro -y colocó mi mano sobre su vientre.

– ¿Hasta cuánto atrás puedes recordar? -le pregunté.

– Tiempos felices. Shirlee y Jasper. Y Helen. Tío Billy me ha dicho que la conociste ayer. ¿No es una persona realmente excepcional?

– Sí, lo es. -Ayer. Parecía haber sido hacia siglos-. ¿Sabe ella que tú estás viva?

Hizo una mueca, como si le hubiesen dado un bofetón. Se dio un fuerte tirón del lóbulo.

– Tío Billy me dijo que se había ocupado de eso.

– Estoy seguro de que lo hará. ¿De qué estabais hablando los dos en la fiesta?

– De ella. Estaba volviendo a meterse de nuevo en mi vida, por la fuerza, dejándose caer por mi casa a cualquier hora del día, despertándome, aullando y maldiciendo, o metiéndose en la cama conmigo y manoseándome, tratando de beber de mis pechos. En una ocasión la encontré con unas tijeras, intentando cortarme el cabello. En otras ocasiones llegaba drogada o borracha de sus daiquiris, vomitaba por todas partes, perdía el control de su vejiga en mi alfombra. Yo no dejaba de cambiar las cerraduras, pero ella siempre encontraba un modo para meterse dentro. Y tomaba pastillas como si fuesen caramelos.

Pinchazos ya antiguos entre los dedos de los pies.

– ¿Se pinchaba droga?

– Lo hizo un tiempo, hace unos diez años. No sé, quizá hubiera empezado de nuevo… cocaína, anfetaminas. A lo largo de los años, seguramente se tomó una sobredosis de algo, al menos una docena de veces. Yo tenía el teléfono de uno de los doctores de tío Billy, al que podía llamar las veinticuatro horas del día, sólo para vaciarle el estómago. Para cuando lo de la fiesta, se había deteriorado de verdad y estaba tratando de hundirme con ella. No paraba de decir que íbamos a ser compañeras de cuarto eternas. Yo estaba aterrada, ya no podía seguir soportando aquello. Así que le pedí a tío Billy que se ocupase él de todo. A pesar de todo por lo que ella me había hecho pasar, resultaba duro, pues yo sabía que eso representaba que la iban a tener que internar. Así que el verte allí, en la fiesta, realmente me levantó los ánimos. Una semana antes, yo había estado en casa de Paul, y Suzanne estaba haciendo la caligrafía para las invitaciones. Vi tu nombre en la lista, y noté cómo brotaba en mí un torrente de sentimientos hacia ti.