– Tenía mis sospechas. Se te veía como si te hubiese pasado un camión por encima. Y no has estado hablando de ella, del modo en que siempre acostumbrabas a hacerlo.
– Muy bien deducido, señor detective. -Fui hasta mi escritorio, comencé a ordenar papeles, sin ton ni son.
– Espero que lo arregléis -me dijo-. Los dos juntos erais una cosa buena.
– Trata de evitar usar el pasado -le dije secamente.
– ¡Otra metedura de pata! Mea culpa. Mía Farrow -se golpeó en el pecho, pero pareció realmente dolido.
Fui hasta él y le di unas palmaditas en la espalda.
– Olvídalo, tío grandote. Hablemos de algo más placentero, como es el asesinato. Hoy fui a escarbar y he desenterrado cosas realmente interesantes.
– ¿Haciendo de Doctor Entrometido? -me dijo, adoptando el mismo tono protector que yo había usado con Maura.
– En la biblioteca, Milo. Que no es exactamente una zona de combate.
– Contigo todo es posible. De todos modos, si tú me cuentas lo tuyo, yo te cuento lo mío. Pero no con la boca seca.
Regresamos a la cocina, abrimos un par de cervezas y un paquete de palitos de pan con sésamo. Le hablé de la fantasía infantil de Sharon: el ambiente de la alta sociedad de la Costa Este que se parecía al de Kruse, la orfandad que era un eco de la de Leland Belding.
– Es como si hubiera estado recogiendo retazos de las historias de otra gente para hacerse una propia, Milo.
– ¿Y? -inquirió-. Aparte de ser una mentirosa de tomo y lomo, ¿qué es lo que significa eso?
– Probablemente un grave problema de identidad. Deseo de que se realicen los sueños… quizá su propia infancia estuvo repleta de malos tratos o de abandono. Y también tuvo una parte el ser una gemela. Y la conexión con Belding es algo más que una simple coincidencia.
Le conté lo de las fiestas para los funcionarios del Departamento de Guerra:
– Casas aisladas en las colinas de Hollywood, Milo. La de Jalmia va como anillo al dedo a esa descripción. La madre de Sharon trabajaba en las casas donde se daban las fiestas y treinta y cinco años más tarde, Sharon vivía en una de esas casas.
– ¿Y qué quieres sugerir con eso? ¿Que el viejo ermitaño era su papaíto?
– Desde luego, eso explicaría esta cobertura a alto nivel, pero… ¿quién sabe? La forma en que alteraba la verdad me hace dudar de todo.
– Eso es pensar como un policía -dijo.
– He cogido un par de libros sobre Belding… incluyendo El Multimillonario Ermitaño. Quizás encuentre algo útil en ellos.
– Ese libro es basura, Alex.
– A veces, entre la basura se hallan jirones de verdad.
Masticó un palito de pan, y dijo:
– Quizá. De todos modos, ¿cómo lo encontraste? Pensaba que esa jodida cosa había sido retirada por el editor.
– Se lo consulté a la bibliotecaria. Parece ser que las bibliotecas grandes reciben ejemplares de preedición; y que la orden de retirada de la edición sólo se aplicó a las librerías y distribuidoras. En cualquier caso, ha estado ahí enterrado desde el 73, y lo ha pedido muy poca gente.
– Es una rara demostración de buen gusto por parte del público lector -afirmó-. ¿Algo más?
Le conté mi charla con Maura Bannon.
– Creo que la convencí para que se echase a un lado, pero lo cierto es que tiene una fuente en el juzgado de instrucción.
– Sé quién es.
– Bromeas.
– No. Eso que me dices me ha iluminado una lamparita. Hace unos días había un estudiante de tercero de Medicina de la universidad de California del Sur, en rotación de prácticas en la Oficina del Forense. Hacía demasiadas preguntas acerca de los suicidios recientes y pareció estar husmeando por los archivos. Mi fuente me habló de él; tenía miedo de que fuera alguien de la alcaldía, que estuviera espiando.
– ¿Aún sigue metiendo las narices?
– No, se le acabó el período de rotación, y el chico ya no está allí. Probablemente sólo se tratara de un amiguito, intentando ganarse algo de sexo a base de hacerle de caballero de la blanca armadura a tu amiga la pequeña Luisa Lane. De todos modos, hiciste bien al calmarle los ánimos a la chica: todo este asunto se está poniendo más y más raro, y el montaje de acallar lo que sea va en serio. Ayer, en casa de los Kruse, se presentó Trapp antes de que llegase el equipo de investigación en la escena del crimen, todo él malignas sonrisas, deseando saber cómo había acudido a aquella llamada cuando, oficialmente, aún estaba de vacaciones. Le dije que ya me había pasado por la comisaría, y estaba en mi mesa, arreglando algo de papeleo, cuando llegó una llamada anónima, para denunciar que pasaban cosas raras en casa de los Kruse. Una mentira demasiado gorda, que no habría engañado ni a un polizonte novato, pero Trapp no la puso en cuestión, se limitó a darme las gracias por mi iniciativa, y decirme que él se hacía cargo.
Milo gruñó, e hizo sonar sus nudillos.
– ¡El muy cabrón me largó de allí!
– Lo vi en las noticias.
– ¿Qué te pareció el numerito que se montó? Una mierda pinchada en un palo. Y seguirá en el próximo número: corre la voz de que Trapp considera que se trata de un crimen sexual. Pero esas mujeres no tenían las posiciones que habitualmente se encuentran en los asesinatos sexuales: nada de piernas abiertas ni poses sexis, nada de arreglos de la ropa. Y, por lo poco que pudo ver mi fuente en el forense dado el estado de los cadáveres, no había habido ni estrangulación ni mutilación.
– ¿Cómo murieron?
– Apaleados y de un tiro…, no hay modo de saber qué es lo que fue primero. Con las manos atadas a la espalda y con una única bala en la nuca.
– Ejecución.
– Eso sería lo que yo consideraría.
Descargó su ira en un palito, masticándolo con fuerza y llenándose de migas la pechera de su camisa. Luego acabó su cerveza y se fue a buscar otra a la nevera.
– ¿Qué más? -le pregunté.
Se sentó, echó la cabeza hacia atrás y vertió líquido de su botella garganta abajo.
– La hora de la muerte. La putrefacción no es una ciencia exacta, pero, para que haya tal descomposición en una habitación con aire acondicionado, incluso con la puerta abierta, esos cadáveres ya debían de llevar tiempo tirados por allí. Había hinchazón de gas, pelado de la piel y pérdida de fluidos, lo cual indica días, no horas. El abanico teórico de mi fuente en el forense es de cuatro a diez días; pero sabemos que los Kruse estaban vivos durante la fiesta que dieron en su honor, el sábado, lo cual reduce el abanico entre cuatro y seis días.
– Lo que significa que podrían haber sido asesinados o bien antes o después de que muriera Sharon.
– Así es. Y, si fue antes, una cierta posibilidad asoma su fea cabeza, confirmando tu teoría acerca de Rasmussen. Llamé a la oficina del sheriff de Newhall para preguntar sobre él. Lo conocían bien: un borracho de los que causan problemas, liante crónico, con muy poca paciencia, varias detenciones por agresión; y mató a su padre…, lo golpeó hasta matarlo, y luego le disparó. Y ahora sabemos que se estaba acostando con la Ransom, pero no en plan de igualdad… ¿verdad? Él era un desajustado de gran calibre, con posiblemente la mitad del Cociente de Inteligencia que tendría ella. Sharon debía de estarlo manipulando, jugando con su cabeza. Y supongamos que ella tenía algo importante en contra de Kruse y se lo dijese a Rasmussen. Ni siquiera tendría que habérselo planteado crudamente…, al estilo de ve allí y mata a ese bastardo. Sólo tendría que haber ido dejando caer insinuaciones, quejarse de cómo le había hecho daño Kruse… tal vez emplear la hipnosis. Dijiste que sabía de hipnosis, ¿no?
Asentí con la cabeza.
– Así que pudo haberla usado para ablandar a Rasmussen. Y él, también buscando el coño de la Princesa, habría hecho de caballero de la blanca armadura, en el papel del Gran Verdugo.