– Matando a su padre una vez más -añadí.
– ¡Ah, estos comecocos! -Su sonrisa se borró-. Y la criada y la esposa murieron, simplemente, porque estaban en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
Dejó de hablar. Su silencio me encontró muy lejos.
– ¿En qué piensas?
– Me la estaba imaginando como planificadora de muerte.
– Sólo es una suposición -recordó.
– Pero, si era tan fría, ¿por qué se mató?
Milo se encogió de hombros.
– Pensé que tú podrías resolver eso.
– No puedo. Ella tenía problemas, pero nunca fue cruel.
– El joder a todos esos pacientes no fue ningún acto de caridad.
– Nunca fue descaradamente cruel.
– La gente cambia.
– Lo sé, pero no puedo imaginármela como una asesina, Milo. No le pega.
– Entonces, olvídalo -me dijo-. De todos modos, todo son mamonadas teóricas. Puedo inventarme diez suposiciones más, todas diferentes, en otros tantos minutos. Y eso es prácticamente lo único que podemos hacer, vistas las nulas pruebas que tenemos…, hay demasiadas preguntas sin respuesta. Como, por ejemplo: ¿hay control de llamadas telefónicas que liguen a Rasmussen con la Ransom entre el momento en que murieron los Kruse y el momento en que murió ella? De Newhall a Hollywood es una llamada interurbana, así que normalmente eso debería ser fácil de averiguar, si no fuera porque, cuando yo lo intenté, los controles habían sido retirados y sellados, por cortesía de los que me dan trabajo. Y, para empezar, ¿quién fue el que informó de la muerte de la Ransom? Normalmente, si quisiera saber esto, le echaría una ojeadita a su ficha, pero resulta que no hay una jodida ficha de ella, de nuevo por cortesía de mis jefes.
Se puso en pie, se frotó la cara con la mano y paseó arriba y abajo por la cocina.
– Fui esta mañana hasta su casa, quería hablar con sus vecinos, ver si alguno de ellos había hecho la llamada. Incluso calculé quién vivía al otro lado del cañón y los visité, para ver si habían oído algo, visto algo, quizá para encontrarme a un mirón con un catalejo. Nada de nada. Dos de las cuatro casas en su camino sin salida no están ocupadas. La tercera lo está por una vieja artista que hace libros para niños, que está siempre encerrada en casa con un grave problema de artritis. Quería ayudar, pero el problema es que desde su casa no se puede ver lo que pasa en la de la Ransom…, sólo se divisa el sendero de acceso. De hecho, no hay una vista desde ninguna de ellas.
– Una arquitectura muy adecuada para unas casas dedicadas a orgías.
– Hummm -aceptó-. De todos modos, desde su jardín la artista podía ver algunas idas y venidas. Visitantes ocasionales…, hombres y mujeres, Rasmussen incluido… llegaban y se marchaban al cabo de una hora, más o menos.
– Pacientes.
– Eso es lo que ella había supuesto. Pero todas esas visitas se acabaron hará medio año.
– El momento en que la cazaron durmiendo con sus pacientes.
– Quizá decidiese retirarse y dejarlos. Exceptuando a Rasmussen… Ése seguía yendo por allí; no muy a menudo, pero hasta hace un mes la artista recuerda haber visto su camioneta verde. También describió a un tipo que me sonaba a Kruse…, éste se quedaba más tiempo, a veces varias horas seguidas; pero sólo lo vio una o dos veces. Lo cual no significa mucho: no puede andar por ahí demasiado bien… así que es posible que él hiciera más visitas y ella no lo viese. Otra cosa interesante es que no le llamó la atención una foto de Trapp. Lo que probablemente signifique que no era uno de los amantes de la Ransom. Y también que, si ese bastardo estaba investigando el caso, no se preocupó ni en hablar con los vecinos…, o sea que ni cumplió con lo más básico del deber de un polizonte. Lo que se resume, para mí, en opinar que esa babosa viscosa está involucrada en todo este tapujo. Y yo estoy fuera del caso. ¡Maldita sea, Alex, esto hace que se me revuelvan las tripas!
– Están los otros interrogantes -intervine-. Tu suposición está basada en la existencia de algún tipo de hostilidad entre Sharon y Kruse. Ella tenía problemas, me lo dijo en la fiesta. Pero nada indica que fueran con Kruse. En el momento de su muerte ella aún seguía registrada como su ayudante. Y apareció en la fiesta en honor de él, Milo. La vi discutir con ese tipo mayor del que te he hablado, pero no tengo ni idea de quién pueda ser.
– ¿Qué más? -preguntó.
– Hay montones de otros factores a considerar: Belding, Linda Lanier, el doctor chantajeado, sea quien sea. Y Shirlee, la gemela desaparecida. Llamé a Olivia Brickerman, traté de conseguir que consultase en los archivos de la Medi-Cal. El ordenador estaba estropeado, pero espero obtener algo pronto.
– ¿Por qué sigues con eso? Aunque pudieras hallarla, no podrías hablar con ella.
– Quizá pueda hallar a alguien que la conozca…, que las conociese a las dos. No creo que logremos conocer a Sharon, sin saber más acerca de Shirlee, más de la relación entre ambas. Sharon tenía a Shirlee por algo más que una hermana…, eran compañeras psicológicas, mitades de un ser total. Los gemelos pueden desarrollar problemas de identidad. Sharon escogió ese tema, o algo parecido, para su tesina doctoral. Apostaría diez contra uno a que escribió sobre sí misma.
Esto le sobresaltó:
– ¿Airear tus trapos sucios y que te den el doctorado? ¿Se considera a eso correcto?
– En absoluto, pero ella lograba pasar por encima de muchas prohibiciones.
– Bueno -aceptó-, tú sigue adelante, busca a la gemela. Pero no te hagas demasiadas ilusiones.
– ¿Y qué vas a hacer tú?
– Tengo otro día y medio antes de que Trapp me encierre en alguna otra misión especialmente pensada para mí. Viendo que estamos tratando con cosas de hace treinta y cinco años, hay alguien que quizá pueda informarnos. Alguien que estaba por aquí en aquellos tiempos. El problema es que es una persona impredecible, y que no estamos precisamente en las mejores relaciones.
Se alzó, se dio una palmada en la nalga.
– ¡Qué infiernos! Lo intentaré, te llamaré mañana por la mañana. Mientras, sigue leyendo esas revistas y libros. El tío Milo vendrá a hacerte unas cuantas preguntas sobre tus lecturas, cuando menos te lo esperes.
22
Pasé el resto del día entrenándome para ser un experto en Leland Belding, empezando por donde lo había dejado: el fallecimiento de las audiencias del Senado.
Inmediatamente después de recibir la reprimenda oficial el multimillonario se había zambullido en el negocio del cine, cambiando el nombre de su estudio a Magnafilm, y escribiendo el guión, dirigiendo y produciendo una serie de sagas de lucha, protagonizadas por rudos héroes que hacían tambalear al orden establecido y finalmente emergían victoriosos de su combate con el mismo. Todas estas películas habían sido calificadas por los críticos como mecánicas y sin relieve. El público no había acudido a verlas.
En 1949, había comprado un periódico profesional de Hollywood, había despedido al crítico cinematográfico e instalado en su puesto a su propio hombre de paja. Había comprado una cadena de salas de cine y programado en ellas sus propios productos. Más pérdidas. En 1950, se recluyó aún más, por lo que sólo hallé una referencia cubriendo los dos siguientes años: la petición, a nombre de la Magna de una patente para una faja, reforzada con aluminio, que suprimía las prominencias no deseadas y aumentaba el rebotar de las carnes. El artículo originalmente desarrollado para una actriz con tendencia hacia la voluminosidad, fue puesto en el mercado con el nombre de Magna-Corsair. Las mujeres estadounidenses no se sintieron atraídas por el mismo.
A finales de 1952 reapareció, convertido de la noche al día en un nuevo hombre: un Leland Belding público, que acudía a estrenos y fiestas, que era visto acompañando a jóvenes estrellas a Ciro's, Trocadero o Mogambo. Y que produjo una serie de nuevas películas: comedietas insustanciales, repletas de dobles sentidos.