– Muy bonito -comentó Milo.
– Así es como eran las cosas entonces, Pelma. ¿Estás seguro de que son mucho mejores ahora?
– ¿Estás seguro tú de que este Neurath era miembro del Club?
– Lo sé con seguridad, porque fui a recoger pasta a su oficina, una suite muy lujosa y grande, en Wilshire, cerca de Western. -Se detuvo, miró a Milo-. Sí, cierto, yo también hice de recadero. No es que fuese mi jodido trabajo favorito, pero ya tenía bastantes cosas propias con las que comerme el coco, sin necesidad de preocuparme porque alguien le sacase un soborno a otro alguien por permitir algo que, de todos modos, iba a suceder. Infiernos, ahora una cría puede entrar en una clínica y salir raspada media hora después. Así que, ¿por qué demonios era un delito entonces?
Milo le dijo:
– Sigue hablando.
Crotty le lanzó una mirada agria.
– Llevábamos a cabo esos negocios fuera de su horario de visitas, cuando no había nadie. Yo subía en ascensor a su consultorio, me aseguraba de que estaba solo, y hacía una llamada convenida a su puerta. Una vez dentro, ninguno de los dos hablaba… fingíamos que aquello no estaba sucediendo. Él me entregaba una bolsa marrón, yo lo contaba por encima y me largaba.
– ¿Qué clase de doctor era?
– Tocólogo. Resulta irónico, ¿no? Lo que Neurath traía al mundo, Neurath podía llevárselo al otro.
– ¿Y qué hay de él y la Lanier?
– Una tarde, después de haber recogido el botín, fui a un sitio chino que había en la misma manzana, para tomarme un poco de moogoo y vino de arroz, antes de regresar a la comisaría. Estaba sentado en una de las mesas de atrás, cuando va y entra en el local Neurath, con una tía imponente, rubia platino. El restaurante estaba muy oscuro, así que no me vieron. Ella lo llevaba cogido del brazo y parecían muy acaramelados. Se pusieron en una mesa al otro lado de la sala, sentaditos muy juntos, hablando con mucha intensidad. La vieja historia de la paciente que se liga a su doctor, sólo que esta nena tenía un aspecto realmente elegante, no era ninguna furcia. Unos minutos más tarde ella se levantó para ir al lavabo de señoras y pude darle una buena mirada a la cara. Fue entonces cuando la reconocí…, de la fiesta de Belding. Aquel día de la fiesta, ella llevaba un vestido de noche negro: sin espalda, con poco por delante, y con muchos adornos en visón. Por lo del visón, yo había supuesto que debía ser una nena de casa bien. Se me había quedado clavada en el coco porque era una señora impresionante, realmente sensacional. Una cara perfecta, un cuerpo delicioso. Pero elegante, con clase.
Cambió la mirada hacia mí.
– También tengo sentimientos hacia las hembras, doctor Psicología. Probablemente, aprecio esa especie mucho más que la mayoría de sementales hétero.
– ¿Y qué más? -le interrumpió Milo.
– Nada más. Se tomaron un par de tragos, se arrullaron, luego se marcharon… sin duda camino de algún motel. Nada de sensacionales revelaciones. Luego, más o menos un año después, la cara de la tía buena aparece en todos los papeles. Y, cuanto más averiguo del asunto, más me pica la curiosidad.
Tosió de nuevo, se rascó la tripa.
– Fue cuando aquella aprehensión de droga, con el tiroteo. A ella la mataron, junto a un tipo que resultó ser su hermano. Los periódicos los describieron a ambos como camellos de los importantes. Ella estaba contratada como actriz por el estudio de Belding…, jamás hizo ni una sola película, y había serias sospechas de que el contrato no fuese otra cosa que una tapadera. Y eso que hay que tener en cuenta que la mayoría de los actores casi nunca trabajaban. Además, ella había sido una de las chicas de las fiestas. De todo eso, ni palabra en los diarios. El hermano también trabajaba en el estudio, como maquinista. Los dos eran pececillos pequeños. Y, sin embargo, tenían para pagar el alquiler de un apartamento de lujo en Fountain, de diez habitaciones nada menos; tenían un coche de lujo, y se estaban pegando una jodida vida padre. Los periódicos si que le sacaron mucha punta a esto, describiendo detalladamente las pieles y joyas de ella, y cómo los dos habían llegado muy lejos, para ser una pareja de pelagatos llegados de un pueblecito de Texas. El verdadero nombre de ella era Eulalee Johnson. Y el hermano era un matoncillo con muy mala leche, de nombre Cable, que acostumbraba a extorsionar corredores de apuestas de tres al cuarto, y sacarles las perras a las putas de la calle, pero que nunca había llegado muy lejos. Pececillos pequeños en todo. O sea que de camellos importantes poco podían tener, ¿eh, Pelma? Pero el departamento se lo dijo a los periódicos, y los periódicos se tragaron la bola sin pestañear. En su casa hallaron trescientos de los grandes en heroína… lo que era una cantidad increíble en aquellos días. Total, que el ciudadano medio tragó también.
– Tú no.
– Infiernos, no. Nadie que estuviera colocando tanta nieve al sur de Fresno lo hacía sin estar contactado con la Mafia… con Cohen o con Dragna. Y, desde luego, no lo hacía un par de pelagatos texanos surgidos de la nada. Comprobé la ficha del hermano: borracheras, escándalo público, conducta deshonesta, robos… de ésos con intimidación. Tonterías. Nada de relaciones con alguien…, nadie en la calle le había visto con un petardo en el bolsillo. Todo aquello olía mal. Y el que hubiesen sido Hummel y DeGranzfeld los autores del tiroteo, aún hacía que el hedor fuese más fuerte.
– ¿Y por qué estabas husmeando eso, Ellston?
Crotty sonrió.
– Siempre estaba buscando cosas con las que poder presionar, Pelma. Pero aquello me daba miedo, no quería tocarlo. Y sin embargo, lo tenía cruzado en la garganta, no me lo podía tragar. Y, ahora, tú estás removiendo esa mierda otra vez. ¿No es maravilloso?
– ¿Cómo empezó la operación? -preguntó Milo.
– Supuestamente, alguien dio a Narcóticos Metropolitanos un chivatazo telefónico acerca de que había un buen mogollón en el apartamento de Fountain, y fueron Hummel y DeGranzfeld los que cogieron el teléfono. Se llevaron a un par de coches patrulla de apoyo, pero dejaron a los uniformados esperando fuera, mientras ellos entraban a comprobar. Todo está tranquilo en el frente, hasta que bang, bang, bang. Los uniformados entran a la carrera: encuentran a los dos Johnson en el suelo de la sala de estar, cosidos a balazos, y a Hummel y DeGranzfeld contabilizando todo ese montón de droga. La versión del Departamento es que llamaron a la puerta, fueron recibidos con disparos de armas de fuego, derribaron la puerta y entraron al asalto, con las pistolas escupiendo plomo. Bonito, ¿no? Una chica que hace de puta para fiestas y un delincuentillo de nada enfrentándose a tiros a los superhombres de Narco.
– ¿No hubo investigación interna respecto al tiroteo? -preguntó Milo.
– Qué chistoso eres Milo.
– ¿Ni siquiera habiendo muerto una mujer? La opinión pública acostumbra a ser muy remilgada acerca de eso.
– Esto era en el 1953, con todo lo de McCarthy y sus actividades antiamericanas, en pleno pánico por la invasión de las drogas. El ciudadano medio estaba histérico, viendo camellos en el patio de cada escuela. Y el Departamento hizo pasar a la Lanier por una chica mala de las de armas tomar. La jodida esposa de Satanás. No sólo no se investigó a Hummel y a Vicky el Pegajoso, sino que se convirtieron en héroes instantáneos: el alcalde les impuso medallas.
Aquello era en 1953. Justo antes de que Leland Belding se hubiera convertido en un playboy.
El año del nacimiento de Sharon y Shirlee.
– ¿Dejó algún hijo Linda Lanier? -pregunté.
– No -afirmó Crotty-. De eso me acordaría. Ese tipo de cosa hubiera aparecido en los periódicos: interés humano y todo eso. ¿Por qué? ¿Es que hay familiares que buscan vengarse?