Y una «buena demostración de lo que valgo», rodando una película porno «en algún lugar de Florida. Jodiendo y chupándola como una superestrella de la pantalla».
Las «fiestas» siempre acababan en una pérdida del sentido ocasionada por la droga, durante la cual Jana se retiraba y J se despertaba, sin saber nada de lo que había hecho su «gemela».
Esta habilidad para partirse en dos era el intríngulis del problema de la paciente, decidió Sharon, y ése fue el objetivo de su asalto terapéutico. El ego de J había de ser integrado, las «gemelas» acercadas más y más, hasta conseguir, al cabo, enfrentarlas la una con la otra, logrando algún tipo de contacto y acabando por fundirlas en una única identidad, totalmente funcional.
Un proceso potencialmente traumático, lo reconocía, que no venía apoyado por muchos datos clínicos. Muy pocos terapeutas afirmaban haber podido integrar personalidades múltiples, así que la prognosis para el cambio era pobre. Pero Kruse la animaba, apoyando su teoría de que, dado que esas múltiples eran «gemelas» idénticas, compartían un «núcleo psíquico» que seria apto para la fusión.
Durante la hipnosis, Sharon comenzó a alimentarle a J pequeños bocados de Jana, a darle pequeñas visiones de las carreras a lo largo de la autopista, de una señal de ruta o el cartel de un motel que Jana le hubiera mencionado. Instantáneas, de cámara fotográfica, de un material neutral que podía ser retirado con facilidad si la ansiedad de la paciente subía demasiado.
J toleró bien esto: no había signos externos de ansiedad, a pesar de que no respondía a nada del material de Jana, y desobedecía la sugerencia posthipnótica de Sharon para que recordase esos detalles. La sesión siguiente era idéntica: ni recuerdo, ni respuesta en absoluto. Sharon lo intentó de nuevo. Nada. Sesión tras sesión. Una pared lisa, impenetrable. A pesar de la sugestibilidad previa de la paciente, no había modo de que respondiese. Aparentemente, estaba decidida a que las dos «gemelas» jamás se encontrasen.
Sorprendida por la fuerza de la resistencia de la paciente, Sharon se preguntó si no habría estado equivocada en el hecho de que el ser «gemelas» hiciera más fácil la integración. Quizá lo cierto fuera justamente lo opuesto: que el hecho de que J y Jana fuesen físicamente idénticas, pero opuestas de espejo en lo psicológico, hubiera intensificado su rivalidad.
Comenzó a investigar la psicología de los gemelos, especialmente los idénticos; había consultado a Kruse, y luego probado con otro método de ataque: continuar hipnotizando a la paciente, pero sin insistir en los intentos de integración. En lugar de aquello, había adoptado un rol más activo, simplemente charlando con la paciente acerca de temas aparentemente inocuos: las hermanas, las gemelas, las gemelas idénticas. Llevando a J a través de discusiones no apasionadas… ¿acaso existía un nexo especial entre los gemelos y, si era así, cuál era su naturaleza? ¿Cuál era el mejor modo de criar a los gemelos cuando eran pequeños? ¿Cuánta de la semejanza de comportamiento de los gemelos era debida a la herencia, y cuánta a la genética?
«Yendo a favor, y no en contra, de la resistencia», era como lo había descrito ella. Tomando buena nota del lenguaje corporal de la paciente y de sus tonalidades en el habla, sincronizando a ello sus actuaciones.
Explotando el mensaje oculto, de acuerdo con la teoría del doctor P.P. Kruse, sobre la dinámica de las comunicaciones.
Esto siguió durante varios meses más; a primera vista, no eran más que un par de amigas charlando, pero la paciente había respondido al cambio de la estrategia hundiéndose más y más profundamente en la hipnosis. Mostrando una sugestibilidad tan profunda, que había llegado a desarrollar total anestesia de la piel al fuego, y empezado a ajustar la cadencia de su respiración al habla de Sharon. Pareciendo preparada a la sugestión directa. Pero Sharon nunca se la ofrecía, simplemente seguía charlando.
Luego, durante la sesión cincuenta y cuatro, la paciente pasó espontáneamente a ser Jana y comenzó a describir una loca noche que había tenido lugar en Italia… una fiesta en una villa en Venecia, poblada por raros personajes siempre sonrientes y alimentada por alcohol a chorros y abundante droga.
Al principio, sólo era otra narración de una de las orgías de Jana, con cada uno de los detalles escabrosos contado con evidente delectación, pero al cabo, a mitad del relato, había sido otra cosa…
– Mi hermana está aquí -dijo Jana, asombrada-. Está jodidamente sola, ahí en ese rincón, sentada en esa fea silla sin barnizar.
– ¿Qué es lo que ella siente? -le preguntó Sharon.
– Está aterrada. Se caga de miedo. Unos hombres le están chupando los pezones… unos tipos desnudos, muy peludos. Como babuinos… y están tirados por encima de ella, cubriéndola, clavándole cosas.
– ¿Cosas?
– Sus cosas. Sus repugnantes cosas. Le están haciendo daño y se ríen, y ahí está la cámara.
– ¿Dónde está la cámara?
– Allí, al otro lado de la habitación. Yo estoy… ¡oh, no, yo estoy aguantándola! Quiero verlo todo y todas las luces están encendidas. Pero a ella no le gusta, y sin embargo yo sigo filmándola. No puedo detenerme.
Mientras continuaba describiendo la escena, la voz de Jana fue debilitándose, quebrándose. Describió a J como «exactamente como… parece exactamente como yo, pero, ya sabes, más inocente. Ella siempre ha sido más inocente. Y realmente están abusando de ella. Me siento…».
– ¿Cómo? -le preguntó Sharon.
– Nada.
– ¿Cómo te sentías, Jana? ¿Cómo te sentías cuando viste lo que le estaba pasando a tu hermana?
– No sentí nada. -Una pausa-. Mal.
– ¿Muy mal?
– Un… poco mal. -Expresión de ira-. ¡Pero fue por su propia jodida culpa! ¡No cometas el crimen si no puedes cometer el crimen! ¿De acuerdo? Si no quería hacer eso no tendría que haber ido allí, ¿no?
– ¿Acaso tuvo elección, Jana?
Pausa.
– ¿Qué quieres decir?
– ¿Tuvo J elección en eso de ir a la fiesta?
Largo silencio.
– ¿Jana? -inquirió Sharon.
– Vale. La he oído. Primero pensé que, claro, seguro que la había tenido… todo el mundo puede elegir. Pero, luego…
– ¿Qué, Jana?
– No sé… quiero decir que realmente no la conozco. Quiero decir que somos exactamente la misma, pero hay algo en ella que… no sé. Es como si fuéramos… no sé… más que hermanas. No sé cuál debe de ser la palabra adecuada, quizá compa… Olvídelo.
Pausa.
– ¿Compañeras? -ofrece Sharon.
Jana, sobresaltada:
– ¡He dicho que lo olvide, ya basta de toda esta mierda! Hablemos de cosas divertidas, de lo que yo estaba haciendo en la jodida fiesta.
– De acuerdo -aceptó Sharon-. ¿Qué es lo que tú estabas haciendo?
Jana, desconcertada, al cabo de un largo silencio:
– No… lo recuerdo. ¡Buf, probablemente era algo aburrido! Cualquier fiesta a la que vaya ella seguro que es aburrida.
Una puerta había sido abierta; Sharon se abstuvo de seguir empujándola. Dejó que Jana siguiera hablando de naderías, esperó a que toda su ira se hubiera disipado, y luego terminó la sesión, segura de que se había producido una ruptura. Por primera vez, en más de tres años, J había permitido coexistir a las gemelas. Y había ofrecido una nueva clave: la palabra compañera parecía tener una tremenda carga emocional. Sharon decidió seguir con aquello, sacándolo a colación la siguiente vez que hipnotizó a J.
– ¿Cómo dice, doctora? ¿Qué es lo que acaba de decir?
– Compañeras -insistió Sharon-. Te acabo de sugerir que tú y Jana sois algo más que hermanas. O incluso que gemelas. Quizá sois compañeras. Compañeras psicológicas.