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J se quedó pensativa, silenciosa, luego empezó a sonreír.

– ¿Qué es lo que te parece divertido, J?

– Nada. Supongo que tiene usted razón…, normalmente la tiene.

– Pero, ¿tiene esto sentido para ti?

– Supongo que sí, aunque si ella es mi compañera, desde luego es una compañera silenciosa. Nunca hablamos. Ella se niega a hablarme. -Pausa, su sonrisa se hizo más grande-. Compañeras silenciosas. ¿Compañeras en qué cosa?

– En esa cosa que se llama la vida -le contestó Sharon.

J, divertida:

– Sí, supongo que sí.

– ¿Te gustaría hablar más de eso? -preguntó Sharon-. ¿Hablar más acerca de tener una compañera silenciosa?

– No sé. Supongo que sí… Quizá no. No. Ella es tan burda y poco placentera, que realmente no soporto el tenerla cerca. Cambiemos de tema, si no le importa.

J no apareció para la siguiente sesión, ni para la otra. Cuando finalmente volvió a acudir, dos meses más tarde, parecía compuesta, afirmó que su vida iba de maravilla, y que lo único que necesitaba era una puesta a punto.

Sharon reinició la hipnoterapia, continuó con sus intentos de hacer que las «gemelas» se reuniesen. Cinco meses más de frustración, durante los cuales Sharon empezó a pensar de sí misma que era una fracasada, preguntándose si las necesidades de J no podrían ser cubiertas mejor por otro terapeuta, «con más experiencia, y quizás un hombre».

Pero Kruse la animó a continuar, aconsejándola que se fiase aún más de la manipulación no verbal.

Otro mes de statu quo, y J volvió a desaparecer. Cinco semanas más tarde se materializó de nuevo, irrumpiendo violentamente en la consulta, mientras Sharon estaba atendiendo a otra paciente, llamando a aquella mujer una «jodida desgraciada», diciéndole que «tus problemas no le importan una mierda a nadie», y ordenándole que saliese inmediatamente de la habitación.

A pesar de los intentos infructuosos de Sharon por hacerse con el control de la situación, la otra paciente había escapado llorando.

Sharon le había dicho a J que jamás volviera a hacer aquello. J se había convertido en Jana y acusado a Sharon de ser «una puta malvada y egoísta. ¡Eres una jodida puta manipuladora, que lo único que quieres es quedarte con todo lo que yo tengo, con todo lo que soy! ¡Lo único que quieres de mi es sangrarme hasta la última jodida gota!». Tras amenazar con ponerle un pleito a Sharon y arruinarla, había salido de la consulta, hecha una furia.

Y jamás había regresado.

Fin del tratamiento. Hora pues de que la terapeuta fracasada rumiase sobre su fracaso.

Una sección de cien páginas de discusión: un centenar de páginas de charlas de café acerca de lo que pudo ser el partido del domingo, cuando éste ya ha sido jugado y perdido. El resultado finaclass="underline" un darse cuenta, por parte de Sharon, de que su intento por reconciliar a J y Jana había estado condenado al fracaso desde el principio, porque las «gemelas» eran «enemigas psíquicas irreconciliables; el triunfo de una necesitaba de la muerte de la otra… una muerte psicológica, pero una muerte que tenía que ser tan real, tan decisiva, que podría haber sido una muerte auténtica».

Ahora se daba cuenta de que, en lugar de buscar una integración, tendría que haber luchado por reforzar la identidad de J, la buena, y haber formado equipo con esta gemela sana para aniquilar a la «destructiva y claramente perturbada Jana».

«No hay lugar en la psique de esta joven -concluía-, para cualquier tipo de compañera, y sobre todo no lo hay para las conflictivas compañeras silenciosas representadas por las particiones de su personalidad. La naturaleza de la identidad humana es tal que el asunto de vivir es, debe de ser, un proceso solitario. De soledad en ocasiones, pero enriquecido por la fuerza y la satisfacción que surge de la autodeterminación y de un ego totalmente integrado.

«Nacemos solos, solos morimos.»

Un caso infernal, si es que había existido tal caso.

Yo conocía a J. Había hecho el amor con ella, bailado con ella en una terraza.

También conocía a Jana, la había visto lanzar daiquiris de fresa contra una chimenea, ondular para salir de un vestido de color llama y hacer conmigo lo que le había venido en gana.

Un capítulo en la psicología de las gemelas, y, sin embargo, ni una sola vez había reconocido Sharon en su escrito el haber tenido una hermana gemela. Su propia compañera silenciosa.

¿Negativa? ¿Engaño?

Autobiografía.

Había husmeado en su propia psique atormentada, creado un falso historial del caso y lo había hecho pasar como su investigación doctoral.

Trabajándolo. ¿Era aquello algún tipo de terapia vanguardista?

Justo como la película porno.

Kruse había sido el presidente de su Comité.

Aquello hedía a Kruse.

Pero, ¿qué pasaba con Shirlee, la verdadera compañera silenciosa? ¿La había abandonado Sharon a un mundo silencioso y oscuro?

¿Y quién demonios era Jasper?

Y mis más sentidas gracias a Alex quien, aun en su ausencia, continúa inspirándome.

La recatada, pasiva, encopetada «J». Con ideas anticuadas respecto al sexo y el amor… aunque había sido sexualmente activa con un hombre por el que sentía un profundo afecto… una relación que se había acabado a causa de una intrusión de Jana.

Sopesé en una mano su disertación. Más de cuatrocientas páginas de escarbado en el alma, de pseudoinvestigación. Mentiras.

¿Cómo infiernos había podido colar aquello?

Creí saber un modo de averiguarlo.

26

Antes de salir, llamé a la oficina de Olivia.

– Lo siento, cariñito, el sistema sigue inoperante. Quizás al final del día…

– De acuerdo, gracias. Te llamaré luego.

– Otra cosa: ese hospital que estabas buscando en Glendale… Bueno, hablé con una amiga mía que antes trabajaba en el Adventista de Glendale. Me dijo que había un lugar en Brand llamado Resthaven Terrace, que cerró hace poco. Ella trabajaba allí por horas, llevándoles la administración de sus Medi-Cal.

– ¿Han cerrado del todo?

– Eso es lo que me ha dicho Arlene.

– ¿Y dónde puedo encontrar a Arlene?

– En el St. John, en Santa Mónica. Es la Directora Auxiliar de Servicios Sociales. Arlene Melamed.

Me dio un número de teléfono y añadió:

– Realmente tienes muchas ganas de hallar a esta chica, Shirlee… ¿no?

– Es un asunto muy complicado, Olivia.

– Contigo siempre lo son.

Llamé a la oficina de Arlene Melamed, y usé el nombre de Olivia para que su secretaria me la pasase. Segundos más tarde, una mujer de fuerte voz y un pronunciado acento eslavo, se puso al aparato:

– Señora Melamed, dígame.

Me presenté y le dije que estaba tratando de hallar la pista de una antigua paciente de Resthaven Terrace.

– ¿Cuándo estuvo en tratamiento, doctor?

– Hace seis años.

– Eso fue antes de que yo empezase a trabajar allí. Sólo he estado en ese sitio un año.

– La paciente tenía problemas múltiples, necesitaba cuidados crónicos. Muy probablemente aún siguiera allí hace un año.

– ¿Nombre?

– Shirlee Ransom, con dos es en Shirlee.

– Lo siento, pero no suena la campanita, aunque eso no significa nada. Yo no hacía trabajos con los casos, sólo papeleo. ¿En qué pabellón estaba?

– En una de las habitaciones privadas…, en la parte de atrás del edificio.

– Entonces me temo que no puedo serle de ayuda, doctor. Yo sólo trabajaba con los casos de Med-Cal, tratando de organizarles su sistema de facturas.

Pensé por un instante.

– La atendía un enfermero, un hombre llamado Elmo. Negro y musculoso.

– Elmo Castelmaine.