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– ¿Qué edad tienen?

– No tengo ni idea, porque ellos tampoco lo saben. No tienen papeles, ni siquiera sabían cuándo eran sus cumpleaños. Tampoco el gobierno había oído jamás hablar de ellos. Cuando solicitamos para ellos la Seguridad Social y el Medi-Cal, estimamos su edad y les dimos unas fechas de nacimiento inventadas.

La Señora Navidad y el Señor Año Nuevo.

– Les pediste esa cobertura cuando Sharon se marchó a la Academia, ¿no?

– Sí, quería tenerlo todo cubierto.

– ¿Y cómo decidiste la fecha del cumpleaños de Sharon?

– Ella y yo la decidimos, cuando tenía diez años. -Sonrió-. El 4 de julio, día de la Independencia…, y también de la de Sharon. Yo le puse el año: 1953. Ya tenía una buena aproximación a su edad, gracias al doctor al que la llevé: por la formación de los huesos, de los dientes, por el peso y la altura. Tenía entre cuatro y cinco años cuando la llevé al médico.

Ella y yo habíamos celebrado un cumpleaños diferente: el 15 de mayo. El 15 de mayo de 1975. Una mentira más, para una noche con cena, baile y sexo. Una ficción más. Me pregunté qué simbolizaría aquella fecha.

– ¿Alguna posibilidad de que fuese su hija biológica? -pregunté.

– Es muy poco probable. El doctor los examinó a todos y dijo que, casi con toda seguridad, Shirlee era estéril. Así que eso deja abierto el misterio de dónde salió ella, ¿no? Bueno, durante un tiempo viví con la pesadilla de pensar que era el bebé secuestrado de alguien. Así que fui a San Bernardino y comprobé seis años de papeleo de todo el país, y hallé un par de casos que podrían coincidir, pero cuando los seguí, me enteré que en ambos casos el bebé había sido asesinado. De modo que sus orígenes permanecen entre tinieblas. Y cuando uno se lo pregunta a Shirlee, se limita a reír y decir que Sharon se la regalaron.

– A mí me dijo que era un secreto.

– Ése es un juego de los que le gustan a ella…, los secretos. Realmente, son como niños.

– ¿Y cuál es la teoría más aceptada acerca de cómo se hicieron con ella?

– Realmente no hay ninguna. Ten en cuenta de que el doctor no estaba absolutamente seguro de que Shirlee no pudiese concebir… «muy poco probable» es frase de él. Así que supongo que todo es posible. Aunque la noción de que dos pobrecillos como ellos produjesen algo tan exquisito es… -se le cortó la voz-. No, Alex, no tengo ni idea.

– Sharon debe de haber sentido curiosidad acerca de sus raíces.

– Es algo comprensible, ¿no? Pero, realmente, nunca pasó por una etapa de búsqueda de su identidad. Ni siquiera durante su adolescencia. Ella sabía que era diferente de Shirlee y Jasper, pero los amaba, y aceptaba las cosas tal como eran. El único conflicto que vi fue el verano antes de que se fuese a la Academia. Fue algo realmente duro para ella: estaba excitada y asustada, y se sentía tremendamente culpable por abandonarlos. Sabía que estaba dando un paso tremendo, y que las cosas ya nunca volverían a ser iguales.

Se detuvo, se inclinó, tomó del suelo una hoja de arce y la hizo girar entre sus dedos. El cielo que se veía entre los árboles estaba oscureciéndose. No intimidadas por las luces de la ciudad, las estrellas estaban quemando agujeros brillantes en la negrura.

– ¿Cuándo es la última vez que vino Sharon de visita por aquí? -le pregunté.

– Hace mucho tiempo -me contestó, haciéndolo sonar como una confesión-. Una vez que rompió con esto, le resultó muy doloroso regresar. Puede que eso suene a egoísta, pero su situación era única.

Seguimos caminando. Las ventanas del aula brillaban a través de la oscuridad: rectángulos de color mantequilla. No habíamos ido lejos: habíamos andado en círculos.

– Su última visita -dijo-, fue en 1974. Acababa justamente de graduarse en la Academia, y se iba a trasladar a L. A. Di una pequeña fiesta en su honor, en mi casa. El señor Leidecker y los chicos llevaban camisas blancas almidonadas y corbatas a juego, y les compré a Shirlee y Jasper ropas nuevas. Sharon llegó, y tenía un aspecto encantador; estaba guapísima. Nos trajo regalos a todos, incluido un juego de damas, hecho a mano en madera, para Shirlee y una lata metálica llena de lápices de colores, fabricados en Inglaterra, para Jasper. También les dio una foto de su graduación: con birrete y manto, y diploma de honor.

– No vi eso en la chabola.

– No, de algún modo lograron perderla, como el dinero. Nunca supieron lo que tenían, y siguen sin saberlo. Uno puede entender el motivo por el que Sharon no tenía un lugar aquí…, es todo un milagro que sobreviviese, hasta que yo la hallé.

– Shirlee me enseñó una carta. ¿Escribía muy a menudo?

– No de un modo regular, ¿para qué iba a hacerlo? Ellos apenas si saben leer. Pero los llamaba por teléfono habitualmente, para ver qué tal les iba. Realmente se preocupaba por ellos.

Lanzó la hoja al aire.

– ¡Fue tan duro para ella…! Eso tienes que entenderlo. Realmente le dolió el tener que dejarlos: su sensación de culpa era casi insoportable. Pero yo le dije que estaba haciendo lo que debía hacer. ¿Cuál era la alternativa? ¿El verse obligada a ser su cuidadora, de por vida? -Se interrumpió-. ¡Oh, lo siento! No me he fijado en lo que decía.

Por un momento me desconcertó su azaramiento.

– ¿Estás pensando en Joan? -se me ocurrió de repente.

– Creo que tu devoción por ella es maravillosa.

Me encogí de hombros. El doctor Noble.

– Estoy contento con mi elección.

– Sí. Sharon me dijo que lo estabas. Y ése es precisamente el punto que yo quiero dejar claro: ella tenía que tomar sus propias decisiones. No podía dejarse atrapar por alguna extraña treta del destino.

– ¿Cuándo te habló de Joan?

– Unos seis meses después de la fiesta de su graduación en la Academia, en su primer año de estudios de graduada. Me llamó para preguntarme por Shirlee y Jasper, pero parecía perturbada. Podía darme cuenta de que tenía otra cosa en su mente. Le pregunté si quería que nos viésemos y, para mi sorpresa, me dijo que sí. Quedamos para comer en Redlands. Parecía toda una profesional, perfectamente en su sitio, madura. Pero triste. Le pregunté el motivo y me dijo que había conocido al hombre de sus sueños, y pasó largo rato describiendo tus virtudes. Yo le dije que sonaba como si hubiese hallado al hombre perfecto, así que… ¿a qué venía aquella cara tan larga? Y entonces me habló de Joan, de cómo nunca podría funcionar, a causa de ella.

– ¿Te contó el origen de los problemas de Joan?

– ¿Lo de que se ahogó? ¡Oh, sí… qué terrible! ¡Y tú, sólo un niño, viéndolo!

Tocó mi brazo en un gesto de aliento.

– Ella lo entendió, Alex. No estaba ni amargada ni irritada.

– ¿Eso era todo lo que la preocupaba?

– Eso es de lo único que me habló.

– ¿Y cuándo la volviste a ver?

Se mordió el labio:

– Nunca. Ésa fue la última vez. Siguió llamando por teléfono, pero cada vez con menos frecuencia. Medio año más tarde, cesaron las llamadas. Pero recibíamos postales para Navidad, y paquetes de «La fruta del mes». -Logró una débil sonrisa-. De todas clases, excepto manzanas.

Varios metros más tarde añadió:

– Lo entendí. Aunque yo la había ayudado a abandonar su vieja vida, aún formaba parte de ella. Necesitaba romper por completo con el pasado. Años más tarde, cuando consiguió doctorarse, me mandó una invitación para la ceremonia de entrega del diploma. Ya había llegado a la cúspide, y se sentía lo bastante segura como para poder volver a conectar con el ayer.

– ¿Fuiste?

– No, me llegó tarde…, el día después de la ceremonia. Un despiste de Correos. Pasa muchas veces en las rutas de reparto rurales.