– Estoy viéndolas de la forma correcta -respondía-. En vez de degradarme Barkat a mí, yo le estoy ensalzando a él. ¿Creéis que su maldad es más poderosa que mi bondad? No confiáis en mi integridad sino que confiáis en la integridad de Barkat -les dije-. Sea cual sea vuestra opinión, yo confío en mí mismo. Barkat no puede hacerme ningún daño. Si alguien va a causar algún daño a alguien, seré yo quien se lo haga a Barkat.
Realmente, era un buen hombre, muy amable, y solía decirme:
– No deberían verte conmigo. Si quieres que nos encontremos y hablemos, podemos quedar a las afueras del pueblo, junto al río.
Él vivía cerca del cementerio musulmán, donde no va nadie a menos que haya muerto; solo se va una vez. No le permitían vivir en el pueblo. En el pueblo nadie estaba dispuesto a alquilarle una casa. Por mucho que quisiera pagar, no le alquilaban nada. Nadie quería meterle en su casa.
– ¿Por qué te convertiste en ladrón? -le pregunté a Barkat.
– La primera vez que me metieron en la cárcel -dijo-, yo era totalmente inocente, pero como era pobre, no podía contratar a un abogado y mi familia quería meterme en la cárcel por intereses creados. Mi padre y mi madre murieron cuando tenía muy pocos años, catorce o quince, y mis otros familiares querían quedarse con todos los bienes de la familia, la casa, las tierras… pero para hacerlo tenían que quitarme de en medio. Y lo consiguieron. Me metieron algo en una bolsa que tenía en casa; no hubo forma de evitarlo. Cuando encontraron la bolsa me metieron en la cárcel. Al salir, ya no existía mi terreno, mi casa había sido vendida y mis familiares habían conseguido dispersar y distribuir todo. Estaba en la calle.
»Al principio, cuando llegué, era inocente, pero cuando salí ya no era inocente porque me había graduado. En la cárcel le conté a todo el mundo lo que me había pasado y me dijeron: "No te preocupes, estos nueve meses pasarán pronto pero en ese tiempo te daremos los retoques finales y podrás vengarte de todo el mundo".
»Primero empecé por vengarme de todos mis parientes; no fue más que lo uno por lo otro. Me habían obligado a convertirme en un ladrón, y ahora podía demostrar que lo era. Fui contra todos mis allegados y les robé todo lo que tenían. Pero, poco a poco, me fui involucrando más. Te puedes librar en diez casos, pero en el undécimo te pescan. Cuanto más viejo y más eficiente te vuelves, menos te pescan. Pero surge un problema: la cárcel es un sitio relajante, unas vacaciones del trabajo, de las preocupaciones, y de todas esas cosas. Unos cuantos meses en la cárcel son buenos para la salud… una vida disciplinada con un horario para levantarse, ir al trabajo, y acostarse. Y comida suficiente para mantenerte vivo.
»Nunca me pongo enfermo en la cárcel -dijo-, excepto cuando lo finjo para que me manden al hospital y así tener unas pequeñas vacaciones. Cuando estoy fuera me pongo enfermo, pero cuando estoy dentro nunca. El mundo de fuera es un mundo extraño; todo el mundo es superior y yo soy inferior. Solo tengo sensación de libertad cuando estoy en la cárcel.
¡Que raro! Cuando dijo eso yo le pregunté:
– ¿Dices que en el cárcel te sientes libre?
– Así es -respondió-, solo en la cárcel me siento libre.
¿Qué clase de sociedad es esta donde la gente se siente libre en la cárcel y aprisionada cuando está fuera?
Y esta es la historia de cualquier delincuente. Al principio es algo insignificante -tal vez tenía hambre o frío, necesitaba una manta y la robó-, pequeñas necesidades que hay que satisfacer; si no fuera por eso no habría este tipo de personas en la sociedad. Nadie le pide a la sociedad que engendre a este tipo de personas. Por una parte cada vez hay más gente y no hay bastante comida, ni ropa, ni cobijo para todo el mundo. Entonces, ¿qué esperabais? Estáis poniendo a la gente en situación de verse abocados a ser delincuentes.
Si queremos que desaparezca el crimen, hay que reducir la población del mundo a la tercera parte.
Pero nadie quiere que desaparezca el crimen, porque la desaparición del crimen implica la desaparición de vuestros jueces, abogados, expertos en leyes, parlamentos, policías y carceleros. Crearía mucho desempleo y nadie quiere que las cosas cambien a mejor.
Todo el mundo dice que las cosas deberían cambiar a mejor, pero todo el mundo sigue haciendo que vayan a peor, porque cuanto peor van las cosas, más empleados hay. Cuanto peor van las cosas, más oportunidades tienes de sentirte bien. Los criminales son necesarios para que os sintáis éticos y respetables. Los pecadores son necesarios para que los santos se sientan santos. Sin pecadores, ¿quién sería santo? Si toda la sociedad estuviese formada por personas buenas, ¿crees que os habríais acordado de Jesucristo durante dos mil años? ¿Para qué? La sociedad criminal es la que recuerda a Jesucristo durante dos mil años.
Es algo muy fácil de entender. ¿Por qué recordáis a Gautama Buda? Si hubiese millones de budas, de seres iluminados en el mundo, no le daríais importancia. ¿Qué es lo que hizo sobresalir a Gautama Buda? Habría sido uno más del montón. Pero han pasado veinticinco siglos y él sigue inamovible, como la cima de una montaña, muy por encima de vuestras cabezas.
En realidad, Buda, Jesús, Mahoma o Mahavira, no son gigantes; sois vosotros los pigmeos. Y a los gigantes les interesa que tú sigas siendo un pigmeo, si no, ellos no serían gigantes. Es una gran conspiración.
Yo estoy en contra de esta conspiración. No soy un gigante ni un pigmeo. No tengo intereses creados. Solo soy yo mismo. No me comparo con nadie, así no hay nadie que sea más bajo o más alto que yo. Por este simple hecho, puedo ver claramente; no hay intereses creados que desvíen mi vista. Y esta es mi respuesta inmediata a la cuestión de la pena de muerte: es simplemente una prueba de que el ser humano todavía necesita civilizarse, necesita cultivarse y conocer los valores humanos.
En este mundo, nadie es un criminal ni lo ha sido nunca. Sí, hay gente que necesita compasión, pero no encarcelarlos o castigarlos. Todas las cárceles deberían convertirse en clínicas de cuidados psicológicos.
CUESTIONES DE VIDA Y MUERTE – RESPUESTAS A PREGUNTAS
Mi hermana tuvo un accidente y, desde entonces, no se puede mover, no puede ver, no puede oír ni hablar. ¿Sería mejor dejaría morir?
Esta es una de las preguntas fundamentales que se plantea en todo el mundo de diferentes maneras. Durante siglos hemos aceptado la idea de que habría que evitar la muerte porque es algo siniestro, ya que la vida nos viene dada por Dios y la muerte nos viene a través del demonio.
Incluso en la profesión médica, los licenciados en medicina de todo el mundo tienen que hacer el juramento hipocrático por el que se comprometen a que de ninguna manera ayudarán a morir a nadie, e intentarán proteger la vida de todas las formas posibles.
Esto estaba bien en la época de Hipócrates, porque de cada diez niños que nacían, solo uno llegaba a la edad adulta. Nueve morirían, y esa era la situación. La población del mundo entero en la época de Gautama Buda era tan reducida que no puedes ni hacerte una idea. Solo había doscientos millones de habitantes. En la India, ahora mismo, hay casi mil millones de personas. En el mundo hay más de cinco mil millones de personas. De doscientos millones de personas hemos pasado, en veinticinco siglos, a más de cinco mil millones de personas en la misma tierra. Y la ciencia médica ha avanzado muchísimo.
Se solía decir que la esperanza de vida era como mucho de setenta años. Desde hace casi cinco mil años los científicos han estado buscando huesos, esqueletos, para saber exactamente cuánto vivía el hombre antiguamente. Y han llegado a la conclusión de que la gente no vivía más de cuarenta años, por eso es cierto cuando la gente dice que antiguamente, los días eran tan hermosos que ningún padre veía la muerte de su propio hijo. Es natural. Si todos los padres mueren a los cuarenta años, ¿cómo es posible que vean la muerte de su propio hijo?