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Dhamon dejó escapar un suspiro de alivio. A su espalda, la comandante Jalan lanzó un juramento. El antiguo caballero escudriñó su mente en busca del dragón y no encontró ningún rastro, así que dio un paso indeciso hacia la parte trasera de la construcción.

Siguió sin recibir contraorden por parte del dragón y se preguntó si sería un truco para hacerle creer que era libre. Comprendió que la salvación estaba fuera de su alcance, ahora que había derramado sangre solámnica. Se había condenado para toda la eternidad. Pero ¿dónde se encontraba la presencia del dragón? Dio otro paso vacilante. ¿Era esto un juego más que el reptil finalizaría con un tirón de los hilos de su marioneta?

Consideró la posibilidad de arrojar la alabarda al suelo y salir huyendo. Tal vez el dragón quisiera que la comandante Jalan se hiciera cargo de ella ahora. Percibió entonces los gritos del exterior y vio cómo la comandante erguía la espalda y penetraba en las siniestras tinieblas.

Dhamon Fierolobo se echó el arma al hombro y sin hacer ruido se escabulló hacia la parte posterior, pasó al otro lado de la abertura, y emergió a la luz.

Había unas colinas al este, y no muy lejos distinguió un paso entre las montañas. El paso no, decidió; podían seguirlo con demasiada facilidad. Miró en derredor en busca de aldeanos o simpatizantes solámnicos; había sangre en el suelo, un rastro. Dhamon hizo caso omiso, y decidió correr en dirección a las colinas. Mientras ascendía gateando sobre rocas cubiertas de musgo, dedicó una última mirada al poblado y contempló la oscura nube. Distinguió lo que parecía una larga cola sobresaliendo de ella y escuchó los horrorosos alaridos y el entrechocar del acero. Los Caballeros de Takhisis combatían contra algo que se encontraba dentro de las tinieblas; la nube era demasiado pequeña para cubrir a Onysablet, por lo que supuso que tal vez envolvía a uno de sus esbirros.

Ascendió penosamente por el escarpado terreno de las estribaciones de Blode y se encaminó a las montañas. La voz del dragón había desaparecido.

El Dragón de las Tinieblas se había atiborrado. Había acabado con todos los Caballeros de Takhisis excepto uno; la comandante Jalan era la única superviviente. El dragón sólo sabía que era una cabecilla importante, a juzgar por las condecoraciones de su armadura. Aparte de ello, también debía de poseer un valor poco corriente al atreverse a presentarle batalla.

La comandante avanzó, cegada por la nube, tropezando con los pocos cadáveres que el dragón no se había tragado todavía. Balanceaba la espada ante ella, despacio, en busca del enemigo que no podía ver.

El Dragón de las Tinieblas estudió por un instante su rostro decidido, y luego batió las alas para elevarse por encima de la negra nube. La oscuridad se disiparía en cuestión de minutos, aunque la mujer seguiría sin ver durante más tiempo. Decidió dejarla vivir, que fuera el único superviviente, para que contara a su draconiana señora aquel triunfante ataque. Los supervivientes eran necesarios; de lo contrario no quedarían testimonios de sus grandes hazañas.

El dragón se elevó alejándose del poblado, y bordeó las estribaciones del Yelmo de Blode para dirigirse hacia las montañas. Se dedicó a buscar sombras hasta que por fin divisó una que le gustó, situada a mitad de camino de una cima. Planeó por el aire hasta ella y se encontró con la entrada de una cueva, cuya oscuridad interior era densa y agradable. Su oscura figura rieló y se encogió lo suficiente para permitirle pasar por la abertura y acogerse al amigable abrazo de las sombras del interior. Decidió que había llegado la hora de descansar, de saborear su éxito y hacer planes. Cerró los oscuros ojos.

Volvió a abrirlos horas más tarde. En el interior de la caverna resonaban los pasos de un intruso.

8

Una cuestión de oportunidad

—¿Adónde te diriges, Ulin? —Ampolla estaba de pie en medio del corredor, con las piernas abiertas, cerrando el paso al joven. El pasillo de lo alto de la Torre de Wayreth describía una curva y era estrecho, de modo que, aunque la kender era menuda, no había modo de esquivarla.

Ulin cambió de posición la mochila de piel de su espalda y le hizo un gesto con la cabeza para indicar que se hiciera a un lado.

—¿Adónde vas? —insistió ella, sin moverse.

—Me marcho.

—¿Adónde te marchas? ¿A casa con tu esposa?

—Simplemente me voy, Ampolla. Todavía no sé a qué lugar. —El mago se pasó la mano libre por la rojiza cabellera y bajó la mirada hacia la decidida kender—. Me voy de aquí. —añadió sin perder la calma.

—¿Necesitas compañía? Podría ir contigo. Esto empieza a resultar aburrido.

—No esta vez.

—¿Saben Palin y Usha que te vas?

El joven lanzó un largo suspiro y asintió.

—Claro que sí. Se lo dije. Soy un adulto, Ampolla. Puedo hacer lo que quiera, ir a donde quiera.

—Pero los dragones y todo lo demás. Rig y Feril y...

—Me marcho con un dragón, Alba. —El joven Majere había conocido al dragón durante su viaje con Gilthanas al territorio helado de Ergoth del Sur, y Alba le había enseñado cómo absorber la esencia de un dragón para dar más fuerza a los conjuros. Ulin había probado por primera vez aquella, técnica durante el combate contra Khellendros en la isla de Schallsea, hacía ya más de un mes, pero aún no conseguía dominar tal habilidad, y ansiaba llegar a hacerlo; siempre ansiaba más en lo referente a la magia.

—De modo que te vas con un Dragón del Bien, uno Dorado. Eres muy afortunado. Pero a mí me preocupan los Dragones del Mal.

—A mí también. Y lo mismo le sucede a Alba.

—En ese caso deberías ayudarnos... y también a tu padre.

Ulin apretó los labios hasta formar una fina línea con ellos, al tiempo que cerraba los ojos por un instante.

—No tengo tiempo para conversaciones, Ampolla. Alba me espera fuera, y el tiempo vuela. No hay nada más que pueda hacer aquí para ayudar.

—Entonces quizá tú y Alba podríais volar tras Gilthanas. Silvara lo llevó a...

—Brukt. Lo sé. Donde se encuentran Dhamon y la alabarda. Pero yo no me dirijo allí. Voy a un lugar donde podré aprender más cosas sobre la magia y estudiar con Alba.

—Eso lo podrías hacer aquí, o en casa con tu esposa.

—Tienes razón, así es. —Un leve rubor afluyó a su rostro, y lanzó una mirada furiosa a la kender, pero enseguida suavizó la expresión y le dedicó algo parecido a una sonrisa—. Podría estudiar aquí mismo, pero no quiero hacerlo. Vamos a un lugar donde hay otros Dragones del Bien. Y, mientras trabajo con Alba, aprenderemos de ellos. Si podemos unir con más firmeza a los dragones que están de nuestro lado, éstos representarán un gran reto para los señores supremos y ofrecerán a mi padre su ayuda cuando llegue el momento del enfrentamiento decisivo. Así que, como puedes ver, estaré ayudando a mi padre.

—Claro, a tu padre. Desde luego, él se las apaña muy bien por su cuenta. Pero tu esposa e...

—Ampolla —Ulin hizo un esfuerzo por contenerse—, ¿realmente crees que deseo estar alejado de mi esposa e hijos? Los amo y los echo terriblemente de menos. Pero puede que me quede sin esposa e hijos si nadie detiene a los señores supremos y si Takhisis regresa.

—¿Qué piensa tu padre sobre todo esto?

—No se lo pregunté.

—Tal vez deberías.

—Tal vez tú deberías ocuparte de tus asuntos para variar.

La kender meneó la cabeza con tristeza y se hizo a un lado.

—Tú acostumbrabas preocuparte por las cosas de los demás —dijo en tono quedo.

—Todavía lo hago —replicó él mientras pasaba junto a ella.

Ampolla murmuró algo amargamente para sí, mientras Ulin seguía andando por el pasillo y desaparecía escaleras abajo.