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Kitiara y él volverían a reunirse. Pronto. Pero primero Khellendros tendría que resistir este dolor infernal durante todo el camino de regreso a su guarida.

—Khellendros cree que estamos muertos —dijo Rig. El marinero de piel oscura levantó la vista, mirando en la dirección por la que el gigantesco señor supremo Azul había desaparecido. Se pasó una mano por el corto cabello y lanzó un suspiro de alivio.

—Realmente espero que lo crea. De lo contrario regresará y volverá a intentarlo. Y no quisiera que lo volviera a intentar porque no creo que se limitara sólo a probar. —La voz tensa y aguda pertenecía a Ampolla, una kender de mediana edad que avanzaba con pasos lentos en dirección al marinero—. No. No creo que se quedara en una simple prueba, en mi opinión. —Sus manos retorcidas estaban muy ocupadas, una tirando de la manga de Jaspe, la otra forcejeando con su revuelto copete rubio—. Veréis, si regresara y volviera a intentarlo... bueno... lo cierto es que tengo la sensación de que le saldría diabólicamente bien. Me sorprende la verdad seguir viva y respirando. No hay duda de que es un dragón muy grande. Nunca vi a uno tan grande. ¿Visteis sus dientes? Unos dientes enormes también. —Hizo una pausa y su rostro se torció en una expresión de perplejidad—. ¿Qué es lo que sucedió? ¿Cómo escapamos?

—Palin. —Fue Rig quien respondió ahora.

—Oh. ¿Qué hiciste? —Ampolla dirigió su atención a Palin Majere.

El hechicero se apartó un largo mechón de cabellos grises de los ojos.

—Un conjuro —respondió en voz baja, pues le faltaban fuerzas para hablar en voz más alta. Con la espalda encorvada, se apoyó en Rig y aspiró con fuerza el húmedo aire para llenar sus pulmones. El conjuro climático había agotado todas sus reservas. Era el hechicero más poderoso de Krynn y uno de los pocos supervivientes de la batalla en el Abismo; pero en aquel instante no se consideraba precisamente poderoso. Se sentía débil, vulnerable, con el espíritu tan destrozado como su túnica embarrada y las desgarradas polainas.

—Un conjuro sorprendente —repuso Ampolla—. Muy efectivo. ¿No piensas tú lo mismo, Jaspe?

El enano se sujetó el costado, asintiendo; un jadeo escapó de sus gruesos labios. Aunque la herida que Dhamon había infligido a Jaspe iba mejorando —gracias a los cuidados de Feril—, el enano nunca volvería a ser el mismo porque tenía un pulmón perforado. En épocas anteriores habría podido usar su propia magia sanadora para curarse, pero tal poder se encontraba ahora fuera de su alcance. Su fe había muerto con Goldmoon, y con ella habían muerto sus poderes curativos. Dedicó a Ampolla una leve sonrisa.

—Sorprendente. Sí, Jaspe también lo cree. Un conjuro muy impresionante —parloteó la kender—. ¿Nos hiciste invisibles a todos?

—No exactamente —replicó Palin.

—¿Nos enviaste a otro lugar?

—No diría yo eso.

—Entonces ¿qué?

—Durante unos pocos minutos, nos disfracé, hice que nos fundiéramos con el paisaje. Luego creé una ilusión mágica de nuestras figuras un poco más allá de donde estábamos ocultos. Khellendros mató la ilusión. Y, por suerte, parecía tener mucha prisa y se fue sin examinar su obra. De haberse quedado un poco más, sus agudos sentidos nos habrían descubierto.

—¡Vaya! ¿Cómo creaste la ilusión? —siguió preguntando ella.

—No es importante —intervino Jaspe. Volvió la mirada en dirección a Groller, su sordo amigo semiogro. Fiona Quinti, la joven Dama de Solamnia que se había unido a ellos recientemente, usaba en aquellos instantes un rudimentario lenguaje por señas para traducirle lo que se decía, de modo que Groller pudiera comprenderlo. El enano se volvió para mirar a Ampolla y manoseó un terrón de barro pegado a sus cabellos rojizos—. No tiene la menor importancia. Lo que sí es importante, Ampolla, es que...

—¿No podría Palin usar un poco de su magia para encontrar a Dhamon? Quiero ir tras Dhamon, averiguar por qué se volvió loco, hirió a Jaspe y mató a Goldmoon. Podríamos...

El marinero posó una mano sobre la cabeza de la kender, y dirigió la mirada hacia Palin.

—Lo que podríamos hacer es matarlo. Aunque indirectamente, fue por causa de Dhamon que murió Shaon. Ahora ha muerto Goldmoon... y no por causas indirectas en este caso. Y por poco también mata a Jaspe. Y hundió mi barco.

—El Yunque de Flint --musitó Jaspe. El enano había adquirido la carraca meses atrás, y su amado navío los había transportado desde Schallsea hasta Palanthas, en el lejano norte, para luego volver a traerlos de vuelta. Había sido su medio de transporte y su hogar.

—Opino que deberíamos matarlo antes de que cause más daño —concluyó Rig. El marinero hizo un gesto al resto para que se reunieran a su alrededor: Feril, la kalanesti; Groller y su lobo Furia; Fiona; Gilthanas, el larguirucho hechicero elfo que habían rescatado de una fortaleza de los Caballeros de Takhisis, y Ulin, hijo de Palin.

Describiendo círculos sobre sus cabezas había dos dragones, uno dorado y el otro de plata —Alba y Silvara— que habían transportado a Ulin y a Gilthanas a Schallsea y habían contribuido a distraer al Azul de modo que Palin pudiera lanzar su conjuro. Los dragones y sus jinetes acababan de regresar de las islas de los Dragones, donde habían informado a los Dragones del Bien que allí residían de lo que acaecía en la faz de Ansalon.

—Rig... —Feril carraspeó para llamar la atención del marinero. Una leve brisa le agitaba la enmarañada cabellera castaña contra el rostro—. Hemos de encontrar a Dhamon. Hemos de ayudarlo a luchar contra la influencia de la escama. Debemos tener fe...

—¿Fe? —Jaspe alzó la cabeza hacia ella y clavó la mirada en la hoja de roble que llevaba tatuada en la tostada mejilla. El rubicundo rostro del enano aparecía inusitadamente sombrío—. Mató a Goldmoon. Ni siquiera hemos tenido tiempo de llorarla, o enterrarla adecuadamente. Ella predicaba la fe..., respiraba fe. Y perdón. Pero ahora mismo no tengo fe y nada de perdón. En estos instantes me pongo de parte de Rig.

—Yo también estoy furiosa, Jaspe. —Feril cerró los ojos y soltó un largo suspiro—. A lo mejor nunca podré perdonarlo. Pero tengo que saber qué sucedió y por qué.

—Salta a la vista lo que sucedió —interrumpió Rig—. Nos dijo que en una ocasión fue un Caballero de Takhisis, y apuesto a que todavía lo es. Nos embaucó, como nos embaucó el anciano para que reuniéramos las malditas reliquias. No hay barco. Goldmoon ya no está. No tenemos la lanza de Huma.

—Ni medallones. El medallón de Goldmoon, y el segundo medallón que yo... —Jaspe reprimió un sollozo—. El que yo le quité después de muerta. Los dos han desaparecido y están en manos del dragón.

—La única reliquia que nos queda es el cetro —dijo el marinero, levantándolo. Estaba hecho de madera y parecía más bien un mazo, aunque estaba adornado con joyas.

—El Puño de E'li —susurró Feril en tono casi inaudible—. El Puño de Paladine.

—¿De qué nos servirá un miserable artilugio? —inquirió Ampolla—. No podemos aumentar el nivel de magia del mundo con una sola reliquia.

—El anciano nos engañó para que reuniéramos las reliquias para el dragón —indicó Palin—. Y el dragón debe querer la antigua magia por alguna buena razón. Tal vez deberíamos concentrarnos en encontrar otros objetos arcanos. Al menos podremos mantenerlos lejos de las garras del dragón. Y tal vez podamos de algún modo usar su energía para obstaculizar el regreso de Takhisis a este mundo.

—Padre, Gellidus... Escarcha... afirmó que el regreso de Takhisis era inminente —dijo Ulin, el más joven de los Majere, que era el vivo retrato de Palin con veinte años menos. Indicó con un gesto al Dragón Plateado y al Dorado que volaban en círculos sobre sus cabezas—. Alba y Silvara confirman aquello de lo que se jactó el señor supremo Blanco. Takhisis va a volver.