—No —respondió el dragón—; pero debe ser... exorcizada por completo.
—¿Cómo?
—Con un conjuro. —El Dragón de las Tinieblas se aproximó más.
—¿Qué clase de magia conoces? —inquirió Silvara mirando a la misteriosa criatura.
—Parte de la magia es mía. Otra parte me la enseñaron —contestó el dragón, y su voz sonó frágil.
—¿Quién?
—Es el demonio con el que he de cargar, y no es asunto vuestro. Lo que debe importaros es la escama.
—¿Y el conjuro?
—Da algo de ti, Silvara, tal y como Malys dio algo de sí misma. —Los ojos de la criatura se clavaron en la melena que lucía bajo su apariencia de elfa—. Eso servirá. —Estiró una zarpa y cortó una larga guedeja.
La elfa atrapó el mechón, lo sujetó en su mano, y durante unos interminables instantes sostuvo la mirada del Dragón de las Tinieblas. Un mudo acuerdo se firmó entre ambos, y ella ató los cabellos alrededor de la pierna de Dhamon, a modo de torniquete, justo encima de la escama.
—Y algo de ti mismo —añadió Silvara. Retrocedió hasta el charco de sangre, recogió un poco entre las manos, y la vertió en la abertura que separaba las dos mitades del diabólico objeto.
El Dragón de las Tinieblas cerró los ojos, y la cueva se tornó más fría y oscura. La plateada esfera de luz se extinguió. El ser colocó una garra sobre la pierna de Dhamon, y el peso prácticamente la aplastó otra vez. Silvara posó la mano sobre la garra para transmitir su energía mágica al dragón, del mismo modo que se la podía conferir a Gilthanas cuando estaban juntos, para que éste aumentara el poder de sus hechizos.
Dhamon sintió un frío insoportable. Los dientes le castañeteaban, y temblaba sin control. Estaba inmovilizado sobre el suelo helado, contra la gélida pared, sujeto bajo la pesada y helada garra del dragón. Replegada en el fondo de su mente, la Roja escupía y siseaba, luchando por permanecer dentro de la cabeza del caballero; pero su magia había sido debilitada al quedar agrietada la escama.
El frío se intensificó, y los ojos de Dhamon se cerraron. Estaba en un bosque, luchando contra Caballeros de Takhisis. Feril estaba allí, con su bello rostro enmarcado por la maraña de rizos. Palin y su hijo, Ulin, también se encontraban allí, al igual que Gilthanas. Con la alabarda, Dhamon era invencible. Abatió a los caballeros uno a uno. Al último lo acunó entre sus brazos mientras escuchaba las palabras del moribundo. El caballero, un agente de Malys, se había arrancado una escama del ensangrentado pecho y la había hundido en la pierna de Dhamon.
Perdió el conocimiento, y el frío se apoderó de él, en tanto que la oscuridad lo recibía con los brazos abiertos y lo engullía.
Era de noche en el exterior, y Gilthanas seguía paseando. Silvara llevaba más de una hora dentro con el Dragón de las Tinieblas, pero él no había oído nada, excepto el viento y campanilleos que intentó descifrar sin éxito. En una ocasión oyó que Dhamon gemía y mencionaba el nombre de Feril, luego el de Palin, y por fin el de Goldmoon. El elfo sintió una punzada al oír el último nombre.
—Gilthanas...
El elfo se volvió para mirar al interior de la cueva, pero inmediatamente comprendió que la voz sonaba frente a él. El aire rieló, y una imagen borrosa de un hombre cubierto con una túnica se hizo visible, flotando aparentemente como un espectro. La imagen se acentuó y una segunda figura vestida de blanco se unió a ella.
—El Custodio. Palin —exclamó el elfo.
La imagen de Palin asintió, y Gilthanas observó que su amigo hechicero parecía muy cansado.
—El Custodio y yo buscábamos a Feril y a los otros —empezó el mago con voz que sonaba hueca y lejana.
—Igual que nosotros —añadió Gilthanas.
—Descubrimos que pasaron por Brukt y penetraron en las montañas. Pero no los hemos encontrado —interpuso el Custodio—. Aún no.
—Hemos encontrado a Dhamon —dijo el elfo.
—Está... —La pregunta de Palin quedó flotando en el aire sin finalizar.
—No sé cómo está. Silvara está con él, dentro, junto con un misterioso dragón negro. Creo que es un Dragón de las Tinieblas. Pero pienso averiguar qué está sucediendo.
Detrás de Gilthanas, una enorme sombra negra se escabulló de la cueva y se dejó caer en el saliente; luego extendió las alas y desapareció en las crecientes tinieblas nocturnas.
Dhamon abrió los ojos con un parpadeo. Silvara estaba frente a él. Al Dragón de las Tinieblas no se lo veía por ninguna parte.
—El dragón dijo que nos podíamos quedar hasta la mañana. ¿Cómo te sientes?
—Helado.
—Hay un poco de agua allí. —La elfa lo ayudó a incorporarse—. Será mejor que te limpies y laves la sangre de tus ropas. Luego será hora de vestirse.
—Silvara...
—Puedes entrar.
Gilthanas penetró en el interior. La cueva estaba iluminada tenuemente por la refulgente esfera plateada que seguía flotando en el aire.
Dhamon se encontraba en el fondo de la cueva, vestido con unas andrajosas polainas negras y la negra túnica de piel que había llevado bajo la armadura de los Caballeros de Takhisis. Sostenía la alabarda, que todavía le provocaba un cierto calorcillo en la mano, aunque en absoluto molesto. La apoyó en la pared de la cueva y se puso la negra capa. Las ropas, recién lavadas, estaban húmedas.
—¿Dhamon? ¡Es Dhamon! ¡Usha, mira! —Ampolla penetró como un torbellino y casi derribó a un Gilthanas cogido por sorpresa. La seguía Usha Majere, que se detuvo justo delante del elfo, en tanto que la kender corría al fondo de la cueva, parándose sólo un instante para mirar con asombro la esfera de luz y rodear con cautela el charco de sangre—. ¿Qué les ha sucedido a tus cabellos? Tienes el cabello negro. —Se llevó las manos a las caderas—. Antes era rubio.
Dhamon echó una mirada al charco de sangre del Dragón de las Tinieblas que se extendía por el suelo. Sus ojos tenían motas plateadas.
—¿Qué ha sucedido? —insistió la kender.
—Es sangre de dragón —respondió por fin Dhamon—. No hubo forma de lavar la sangre.
Silvara dedicó un saludo a Usha, y se unió a Gilthanas en la entrada de la cueva. Leyó en su rostro las innumerables preguntas que deseaba hacer, y sus ojos le contestaron que las respuestas las tendría más tarde.
—¿Las envió Palin? —preguntó la elfa en voz baja.
Gilthanas asintió con un gesto.
—¿Crees que podrás transportarnos a todos? —preguntó a su vez.
—Desde luego. —Silvara sonrió de oreja a oreja, y sus dedos elfos envolvieron los de él. Él le oprimió la mano y la atrajo hacia sí—. ¿Adónde vamos?
—Todavía no lo sé —repuso Gilthanas—. Palin se pondrá en contacto con nosotros por la mañana. Sospecho que primero querrá que nos encaminemos hacia la costa de Khur. Tal vez quiera que busquemos a Feril y Rig.
—¿Y que luego encontremos el reino de los dimernestis? —inquirió ella, ladeando la cabeza.
Gilthanas asintió.
—Allí habita un dragón marino, como ya sabes —repuso Silvara—. Uno muy grande.
12
Intrigas azules
El Dragón Azul no podía oler a los escorpiones gigantes, y eso le molestaba. Sin embargo, los oía claramente, ya que las mandíbulas de las criaturas castañeteaban entre sí sin motivo aparente, y las patas tintineaban sobre el suelo de piedra de la guarida de Khellendros. Percibía la magia que los envolvía y escuchaba los latidos de sus corazones si se concentraba: aquellos ritmos que sonaban idénticos no variaban jamás.
Los centinelas obedecían a Ciclón a rajatabla, sin darle motivos para dudar de ellos; pero al dragón ciego no le gustaban, y en especial le disgustaba que hubieran sido creados por Fisura, el huldre.
Cuando Khellendros se convirtiera en el consorte de la renacida Malystryx —la nueva Takhisis, como ella osaba denominarse—, cuando esta guarida y este reino fueran de Ciclón, los escorpiones gigantes morirían. El dragón disfrutaba con aquel pensamiento, del mismo modo que pensaba ya con ansiedad en el destierro del enigmático duende. Si Khellendros conseguía abrir el Portal, al huldre lo dejaría en Krynn, de eso Ciclón no tenía duda. Pero el duende no permanecería en los Eriales del Septentrión. El Dragón Azul menor no toleraría la presencia de un ser en el que no confiaba. Los dracs custodiarían el cubil de Ciclón y le serían leales sólo a él.