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Furia se encontraba a poca distancia, y el enano oía el sordo jadeo del lobo. No había pedido a Groller y Furia que lo acompañaran, aunque no había puesto objeciones cuando lo siguieron. El enano sospechaba que, tras el incidente entre Feril y la serpiente, el semiogro no quería que nadie deambulara solo.

El corredor se estrechó y se torció hacia abajo. Se hallaban ya tan lejos de la entrada que ni un atisbo de luz llegaba hasta ellos. Los ojos del enano podían ver en la oscuridad, de modo que echó una mirada a su espalda. Groller palpaba el camino con los largos dedos de la mano derecha, en tanto que mantenía la izquierda al costado para acariciar la cabeza de Furia.

Hilillos de agua descendían por la pared, indicando que existía un río de montaña en algún punto por encima de ellos. Jaspe se llevó el agua a los labios. Era dulce. «No seguiremos adelante mucho más —se dijo el enano—. Sólo doblaremos esta esquina.» Extendió las manos para tocar la roca, que era mucho más fina aquí; a juzgar por el modo en que el pasadizo se curvaba y descendía, imaginó que lo había formado mucho tiempo atrás algún río subterráneo.

—En épocas pasadas —musitó—. Quizás incluso antes de los dragones. Me pregunto hasta dónde llega este túnel... Deberíamos regresar. Sí, deberíamos regresar. Espera. ¿Qué es esto?

El corredor se dividía; un lado ascendía de forma pronunciada y se estrechaba visiblemente, mientras que el otro seguía descendiendo en espiral. Las paredes del pasillo estaban veteadas de minerales, y Jaspe descubrió marcas de picos en ella. «Así que de este pasillo se extrajeron minerales —pensó—. Tal vez lo hicieran enanos. Quisiera saber cuándo fue eso.»

Una capa de pizarra sobresalía de la roca. El enano partió un trozo con el pulgar y se metió la piedra en la boca para chuparla.

—Sólo un poco más adelante —dijo Jaspe a Groller, tirando de la raída túnica del semiogro para indicarle la dirección que pensaba tomar.

—Vas dema... siado le... jos —protestó él.

El enano buscó las manos de Groller. Las ahuecó y las juntó frente al semiogro; luego las separó muy despacio. Era el gesto que su amigo le había enseñado para indicar «más». Enseguida volvió a juntar las manos de Groller: el símbolo de «pequeño».

«Sólo un poco más», se dijo Jaspe.

—No mucho más, Jas... pe. —Groller captó la idea—. Feril preocupa... da.

El enano siguió adelante, hurgando aquí y allá con los dedos para intentar averiguar cuándo se había excavado en el corredor.

—Mmm. El suelo es de pizarra aquí, y muy suave. Tendré que pisar con cuidado. Es un poco resbaladizo. —Esperaba que Groller se daría cuenta de que él se movía con más cautela. Se llevó la mano al cinturón, del que colgaba el saco que contenía el Puño de E'li. No quería que el saco se soltase.

«No, no. No andaremos mucho más. Sólo un poquitín, unos metros más. Probablemente, Rig también estará preocupado. Bajaremos por este pasillo, doblaremos la esquina, y...» Escuchó el chasquido de la piedra bajo sus pies y luego notó que caía.

Lanzó un grito de sorpresa, que Groller no pudo oír, y el lobo empezó a ladrar al verlo caer. El enano agitó violentamente piernas y brazos, sus dedos se golpearon contra la roca, y las rodillas recibieron terribles arañazos. Se enderezó como pudo y bajó la mano derecha a la cintura para sujetar el saco con fuerza.

Entonces aterrizó violentamente sobre una pequeña repisa y se quedó inmóvil; cuando intentó incorporarse, sintió una serie de dolorosas punzadas en la pierna derecha.

—Rota —masculló. Pasó los dedos por la pared y luego comenzó a arrastrarse. Se preguntó cuánto habría caído. Además empezaba a dolerle la cabeza. «He de encontrar la forma de regresar», se dijo, y en ese mismo instante volvió a notar cómo el suelo cedía bajo su peso.

Cayó, rebotando contra las paredes, para ir a estrellarse contra el duro suelo muchos metros más abajo. Por suerte perdió el conocimiento.

Arriba, Groller había visto desaparecer a Jaspe. El lobo se abrió paso junto al semiogro y atisbo por la repisa.

—¡Jas... pe! —llamó Groller—. Jas... pe! —Bajó la mano hacia Furia y palpó la cabeza del lobo—. ¡Jas... pe! —Groller se dijo que tal vez el enano no podía hablar. A lo mejor Jaspe se había herido—. Furia, encuentra a jas... pe.

Empujó al animal al frente y extendió una mano a cada extremo del túnel para avanzar a tientas; luego el semiogro se dejó caer de rodillas y palpó con las manos el suelo. Se maldijo por no haber disuadido al enano. Jaspe estaba débil por culpa de la herida recibida de Dhamon, cansado de la ascensión a la montaña. En opinión de Groller, debería haber descansado. «Sin duda se ha desmayado de cansancio», se dijo.

Pero, en lugar del enano, lo que Groller encontró fue un agujero irregular en el suelo.

—¡Jas... pe! —gritó. El lobo golpeó nerviosamente con la pata el borde de la abertura—. Jas... pe cayó —anunció el semiogro. Miró por encima del hombro al sendero por el que habían venido, debatiendo si debía volver sobre sus pasos y conseguir la ayuda de los otros.

Pero el enano y él habían andado durante un buen rato y recorrido una gran distancia. Si su amigo estaba herido —si es que no estaba muerto— regresar le haría perder unos minutos preciosos. Groller no podía arriesgarse.

¡Furia! ¡Ve en bus... ca de Rig! —ordenó. El lobo retrocedió por el túnel, en tanto que Groller comprobaba los bordes del agujero. Encontró un lugar al que agarrarse donde la pizarra era sólida y se introdujo en la abertura. Balanceó los pies. Nada sobre lo que apoyarlos inmediatamente debajo. Balanceó las piernas en círculos cada vez más amplios hasta que tocaron algo sólido a varios metros de distancia: otra pared de piedra. Con una mano bien sujeta a la repisa superior, empezó a palpar en la zona inferior en busca de otro punto de sujeción.

Encajó los dedos en una grieta. Entonces soltó la mano de la repisa superior y repitió el proceso, localizando grietas para descender como lo haría una araña. Por fin, sus pies rozaron algo sobre lo que posarse, una estrecha repisa horizontal que parecía lo bastante resistente para soportar su considerable peso.

Groller imaginó que Jaspe había caído directamente al fondo. Y era allí adonde el semiogro se dirigía, también, mano sobre mano, con mucha cautela pero sin detenerse. Le dio la impresión de que debía de haber descendido al menos tres metros ya cuando sus manos encontraron una amplia abertura en la pared. Se apuntaló en los lados y siguió descendiendo.

Resultaba horripilante, sin ver nada, incapaz de oír nada, incapaz de saber con certeza cuánto había descendido. Sólo podía oler un aire mohoso y algo repugnante; excrementos de murciélago, decidió, cuando sus dedos tropezaron con una masa pegajosa sobre un saliente.

Encontró una nueva repisa y se detuvo unos instantes para recuperar aliento. Sus dedos estaban doloridos y arañados y sangraban por culpa de las rocas. Paseó la mirada en derredor, sin ver otra cosa que oscuridad. Nada excepto una eterna cortina gris. Nada excepto... Atisbo más abajo y descubrió un pedazo de un gris más claro.

—¿Jas... pe? —La mancha gris claro no se movió.

La repisa se ensanchaba, describiendo un ángulo hacia abajo al cabo de un rato, y él siguió aquella ruta. Ahora parecía descender de un modo más inclinado, dirigiéndose justo a donde él quería ir. Apresuró el paso y avanzó deprisa. Sus pies tropezaron con pedazos sueltos de roca, e hizo un esfuerzo por mantener el equilibrio.