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—Os estaba siguiendo —explicó la solámnica, mientras inmovilizaba al hombre contra el tronco—. Nos observaba en la taberna. Creo incluso que escuchaba nuestra conversación. Al principio creí que sólo era curiosidad, que no tenía nada mejor que hacer que curiosear lo que sucedía en una mesa llena de desconocidos. Pero luego tuve esa curiosa sensación incómoda.

Rig se acercó más, sacó una daga del cinturón y la apretó contra la garganta del hombre. Con la otra mano, el marinero aflojó la mordaza.

—Te mataré si gritas. —Estaba oscuro bajo el sauce, pero se filtraba bastante luz procedente de la luna y de una posada cercana, lo que permitió comprobar al marinero que el desconocido no estaba nada asustado. No había una sola gota de sudor en su frente, ni un leve temblor revelador en sus labios. Rig apretó más el cuchillo, haciendo brotar un hilillo de sangre—. ¿Por qué nos seguías?

El hombre no respondió. Rig acercó más el rostro, a centímetros de distancia del desconocido. El rostro de éste era suave, los cabellos cortos, las ropas bien cortadas. Olía a almizcle. No era un obrero. Un presumido, decidió el marinero, pero uno que no se arredraba.

—Nada conseguirá hacerlo hablar —dijo Usha—. Ya lo hemos intentado.

—Bueno, a lo mejor un poco de dolor le soltará la lengua —gruñó el marinero.

—Existe otro modo. —Las ramas de sauce volvieron a separarse, y Jaspe se unió al grupo. Ampolla lo acompañaba, tirando de un saco de cuero, y Groller permanecía detrás de los dos, con un saco en cada mano y el lobo a sus pies.

—Entonces demuéstralo. —Rig arrojó al desconocido al suelo.

El enano se aproximó, acercó los dedos gordezuelos al pecho del hombre y cerró los ojos.

—Esto lo aprendí de Goldmoon —murmuró—. Sólo que nunca antes había tenido necesidad de utilizarlo. —El enano no tuvo problemas para hallar su fuerza interior esta vez. No le había vuelto a costar nada desde la caída en la cueva y su visión de Goldmoon. Alimentó la chispa de su interior, sintiendo cómo crecía rápidamente y se doblegaba a su voluntad.

Un hormigueo le recorrió el pecho y descendió por los brazos para ir a centrarse en los dedos, que se apoyaban en la cara camisa del hombre. El enano abrió los ojos. Ahora se veían muy redondos y brillantes, fijos en los del otro. La expresión severa del desconocido se relajó de forma notable y sus ojos se clavaron en los de Jaspe.

—¿Qué hace Jaspe? —inquirió Rig.

—Magia —susurró Feril—. De una clase que yo no sabía que él pudiera conjurar. Es más que un sanador. Es un místico, como lo era Goldmoon.

—Amigo —dijo Jaspe en tono afectuoso.

—Amigo —respondió el hombre.

—Nos estabas siguiendo.

El hombre asintió, sin que sus ojos se apartaran lo más mínimo de los del enano.

—Sí, os seguía.

—¿Porqué?

—Tenía que asegurarme de que erais vosotros. Órdenes.

—¿Qué órdenes? ¿De quién eran las órdenes?

—Las órdenes del caballero comandante.

—¿De la Legión de Acero?

El hombre negó con la cabeza.

—¿Eres un Caballero de Takhisis?

—No. —El hombre volvió a negar con la cabeza, manteniendo los ojos fijos en los del enano—. No soy un militar. No pagan lo bastante bien. Espío para los caballeros negros. Por hacerlo, ellos me pagan muy bien, amigo. Llevo mucho metal en mi bolsillo.

—Es peor que un Caballero de Takhisis —refunfuñó Rig.

—¿El caballero comandante te ordenó que nos vigilaras? —Había sorpresa en la voz de Jaspe—. ¿A nosotros?

—Tenía que esperar vuestra llegada. Yo y algunos otros... y los caballeros del puerto. Llevamos esperando un tiempo. Sabíamos que veníais a Ak-Khurman. Era sólo cuestión de tiempo. Tuve que ir con cuidado. La Legión de Acero sabía que había espías de los caballeros negros en la ciudad. Se han dedicado a interrogar a los habitantes, intentando localizarnos.

—¿Nos buscabas a nosotros? --repitió el enano.

—Una kalanesti con una hoja de roble en el rostro, un hombre negro con un alfanje —continuó el desconocido—. Tú, un enano con barba recortada. Una dama solámnica. Un enorme semiogro con un lobo rojo. Y Dhamon Fierolobo. A él lo descubrí hace una semana, pero se encontraba demasiado lejos y no lo reconocí entonces. No con los cabellos negros.

El hombre calló unos segundos, y luego añadió:

—Malys, la señora suprema Roja, quiere que se os detenga y elimine. Quiere ver a Dhamon Fierolobo capturado y torturado.

—Maravilloso —observó el enano—. Un encantador sistema para obtener un poco de metal.

—Pero no me pagaron para que os matara, sólo para informar cuándo y dónde os había visto, dónde os podían localizar los caballeros negros. Yo no os haría daño, amigo. Al menos no con mis propias manos.

—¿De modo que los caballeros han bloqueado la ciudad por nuestra culpa? —inquinó Jaspe.

El hombre asintió.

—Otros barcos situados a lo largo de la costa partieron hace una hora más o menos, por si accidentalmente habíais ido a parar a un poblado ogro situado al sur.

—Todos estos barcos de Ak-Khurman hundidos —murmuró Feril—. Por culpa nuestra.

—Probablemente, los dracs rojos de las montañas también habían sido enviados a buscarnos —dijo Fiona—. Y como eso no funcionó...

—¿Por qué? —lo apremió Jaspe con un atisbo de cólera asomando en la voz—. ¿Por qué tienen tantas ganas de detenernos los Caballeros de Takhisis?

—La Roja sabe que queréis impedir el regreso de Takhisis. Os quiere muertos.

—¿Y cómo puede ella saber todo eso? ¿Y cómo podía saber que nos dirigíamos aquí? —La pregunta la había hecho Usha.

Desde detrás del enano, Rig lanzó una mirada colérica a Dhamon.

—No sé cómo pueden saber estas cosas los dragones —respondió el hombre, encogiéndose de hombros—. A mí simplemente me pagaron con buen metal para esperar vuestra aparición. Iba a advertir al caballero comandante que os había descubierto en la taberna.

—Y ¿cómo exactamente ibas a comunicárselo? —quiso saber Rig, y se arrodilló junto al enano.

—Un bote —respondió él. Señaló en dirección a un enorme matorral de lilas que crecía junto a la orilla—. Un bote escondido bajo ese matorral. Iba a coger el bote para ir hasta la nave del caballero comandante.

—Mira por dónde no tendremos que nadar después de todo —intervino Fiona.

—Estupendo —repuso el enano—. Yo no sé nadar. Me hundiría como una roca.

Rig se inclinó junto al espía y giró la daga para sujetar con cuidado la hoja entre los dedos. Luego golpeó con la empuñadura la cabeza del hombre, que se desplomó, inconsciente, a los pies del sauce.

15

Fuego sobre el agua

—¿Vamos a navegar en esto hasta Dimernesti? —Ampolla contempló el bote de pesca—. No creo que todos podamos caber en él.

—Todos no podemos —replicó Rig, al tiempo que deslizaba el bote al agua y hacía un gesto a Ampolla para que se introdujera en él—. Deprisa.

—Pero yo creía que no haríamos esto hasta justo antes del amanecer —se quejó la kender.

—Cambio de planes. Quiero salir de aquí ahora, antes de que otros espías nos descubran. —Rig miró por encima del hombro, observando a Dhamon—. ¡Ampolla, quieres darte prisa!

La kender y el enano se sentaron el uno junto al otro, con un saco lleno de jarras y trapos bajo los dos: los pertrechos que el enano quería. Ampolla había intentado explicar a Rig cómo los habían conseguido en una tienda cerrada, pero Jaspe la interrumpió.

—No estoy orgulloso de lo que hicimos —susurró.

—Pero dejaste un poco de metal sobre el mostrador —replicó ella.

—De todos modos, no fue correcto. Estaba justificado —dijo, contemplando las naves del puerto—, pero no fue correcto. Sin embargo, puede que el dueño de la tienda se sienta feliz si lo que creo que Rig tiene en mente sale bien.