—¡Rendíos! —El grito de Fiona cogió a Dhamon por sorpresa.
—Al diablo con el sigilo —masculló, mientras los hombres giraban en redondo. Siete de ellos, ataviados con la negra cota de mallas de los caballeros negros, desenvainaron espadas largas y alfanjes. Los otros cuatro eran marinos, y sus manos fueron inmediatamente en busca de cabillas y dagas.
—¡Somos los responsables de los incendios! —continuó la joven solámnica—. Y no dudaremos en incendiar también esta embarcación. Pero os concedemos la vida. No seáis tan estúpidos como vuestros camaradas. ¡Soltad las armas! ¡Rendíos a nosotros!
Los marinos vacilaron, uno de ellos echó una mirada por encima del hombro a las naves que ardían. El caballero fornido que Dhamon había seleccionado se lanzó al ataque. Dhamon aspiró con fuerza y arrojó una daga; la hoja se hundió en el cuerpo del hombre por encima de la cintura, y éste dio unos pocos pasos más antes de soltar la espada y desplomarse sobre cubierta.
Dhamon preparó la otra daga.
—¡Nosotros somos diez! —gritó uno de los caballeros—. Ellos, tres. Acabemos con ellos. —Se abalanzó sobre la solámnica, pero al punto cayó de bruces, llevándose las manos ala garganta. Emitió un alarido truncado antes de morir. La segunda daga de Dhamon había dado en el blanco.
—¡Sólo haremos esta oferta una vez más! —bramó Fiona—. Podéis rendiros y huir en la lancha para ir a ayudar a vuestros compañeros de los barcos incendiados... o podéis morir.
—¡Este barco también puede arder! —Las palabras provenían de la kender, que había trepado a cubierta. Sostenía una jarra en una mano, y el trapo introducido en su interior ardía.
Los hombres dedicaron una rápida mirada a los ruegos de las otras naves, y en cuestión de segundos sus armas cayeron sobre cubierta. Sólo dos caballeros se mantuvieron desafiantes, envainando las espadas en lugar de soltarlas. Fiona no insistió sobre el asunto, y Feril se adelantó veloz y apartó a patadas las armas para ponerlas fuera del alcance de los hombres.
—¿Hay otras personas bajo cubierta? —inquirió la joven solámnica.
Los hombres negaron con la cabeza.
—La Roja os quiere —indicó sarcástico uno de los caballeros de más edad. Señalaba a la kalanesti—. Es la elfa de los tatuajes. Mala suerte para vosotros. El dragón conseguirá lo que quiere. Siempre lo hace.
—No siempre. —Dhamon se adelantó y cogió la espada de uno de los caballeros muertos. Se sentía débil y mareado, pero obligó a sus labios a formar una fina sonrisa—. Consideraos afortunados de seguir con vida.
—¡No dejamos supervivientes en la galera! —añadió Feril.
Un caballero situado en la parte central de la hilera dio un paso al frente. Su espada seguía en su vaina, pero sus dedos se deslizaban hacia ella.
—¡No intentes nada! —chilló Ampolla. La kender se había colocado detrás de Fiona y sostenía la llameante jarra en dirección a las jarcias—. Y vienen más de los nuestros —añadió. Los sonidos de pies golpeando contra el casco reforzaron sus palabras. Al cabo de un instante, tres de los esclavos liberados aparecieron a su espalda con expresión amenazadora—. Si yo me encontrara en tu lugar —continuó—, escucharía a Fiona. Es diabólicamente buena con esa espada. Y yo empiezo a ser una experta en lo referente a incendios.
—¡Los que lleváis armadura tiradla! —ordenó la solámnica—. Vais a descender por la borda a la lancha. A menos que queráis que el bote se hunda en el fondo del puerto por el exceso de peso, será mejor que os desprendáis de ellas.
Lanzándoles miradas coléricas, los cinco caballeros se quitaron despacio las cotas de malla.
—¡Ahora pasad al otro lado y meteos en el bote! —La expresión de Fiona era sombría. Blandió la espada para dar mayor énfasis a sus palabras—. ¡Deprisa!
Los cuatro hombres que eran marinos, no Caballeros de Takhisis, fueron los primeros en obedecer. Sólo quedaron los cinco caballeros. El de más edad lanzó una mirada furiosa a la dama.
—Te cogerá, el dragón lo hará —escupió—. ¡Ella te hará pagar por esto!
Dhamon se adelantó hacia el hombre, señalando su espada.
—Yo me preocuparía por mi persona, si fuera tú. Dudo que la hembra de dragón recompense el fracaso. —Se mordió el labio inferior al sentirse mareado. El dolor lo ayudaba a mantenerse alerta, pero sabía que no aguantaría en pie mucho más tiempo—. ¡A la lancha! ¡Ahora!
El hombre abrió la boca para decir algo más, pero los caballeros situados a ambos lados lo sujetaron y lo obligaron a pasar al otro lado de la borda. El resto de los hombres los siguió. Fiona y Feril bajaron la lancha, y Ampolla arrojó la llameante jarra al agua por encima del otro extremo del barco.
Una vez que los hombres estuvieron en el bote, Dhamon avanzó dando traspiés hasta el mástil, se dejó caer contra él y resbaló hasta la cubierta. Apretó una mano contra el costado, cerrando los ojos.
—Fiona, cuando Jaspe despierte, podrías hacer que... —El resto de sus palabras se perdió.
Había amanecido cuando Dhamon, Rig y Groller abrieron los ojos. Los tres se encontraban en un camarote bien amueblado revestido con paneles de olorosa madera de cedro. Dhamon y Rig descansaban sobre lechos, y Groller, demasiado grande para uno de los estrechos colchones, reposaba en el suelo envuelto en mantas.
Todos ellos estaban vendados y lavados bajo sábanas limpias. Y toda una variedad de ropas se apilaban sobre una silla para que se las probaran; era todo lo que habían abandonado los marinos y los Caballeros de Takhisis.
—No he perdido a un solo paciente —declaró el enano, orgulloso. Jaspe estaba inmensamente satisfecho de sí mismo, y sonreía de oreja a oreja mientras paseaba—. Aunque debo admitir que no es que vosotros no lo intentarais. Dedicarse a pelear con tantos caballeros de la Reina de la Oscuridad... Eso fue una auténtica locura, si queréis mi opinión. —Les dedicó una risita—. Es asombroso la cantidad de sábanas y camisas que tuvimos que rasgar para conseguir vendas suficientes. Creo que perdisteis casi toda la sangre que teníais.
Dhamon fue el primero en ponerse en pie, aunque algo tembloroso. Las miradas de Rig y Groller se clavaron en la negra escama de su pierna. El caballero se dirigió despacio hacia la silla y empezó a examinar la ropa; seleccionó las prendas de tonos más apagados.
—Déjame esa camisa roja —indicó el marinero, mientras abandonaba el lecho con un esfuerzo—. ¿Te importaría explicar qué le sucedió a esa escama?
—Sí —respondió Dhamon conciso—. Me importa.
Groller se unió a ellos con suma lentitud.
—Ahora, que ninguno de vosotros empiece a moverse con demasiada rapidez —dijo el enano—, ¿entendido? Estuvisteis a menos de un paso de la muerte, y no quiero que mi meticuloso trabajo se vea desbaratado. O la obra de las señoras. Ellas colocaron la mayoría de los vendajes.
Dhamon se puso lentamente un par de polainas grises, lo bastante amplias para pasar por encima de las vendas de las piernas. Las vueltas le llegaban justo por encima de los tobillos. Luego se puso una camisa de hilo de color gris oscuro, ceñida con una faja negra. La ropa limpia producía una agradable sensación a su dolorido cuerpo.
Rig se quedó con la camisa roja. Confeccionada en seda, sus mangas voluminosas le caían bien. Escogió unos pantalones de cuero negros, empezó a ponérselos, y sonrió divertido al observar el dilema del semiogro. Nada era lo bastante grande para Groller.
El marinero agarró una larga camisa de dormir a rayas verdes y negras, la sostuvo a la altura de la espalda del semiogro e hizo una mueca. La sangre traspasaba el vendaje que rodeaba el pecho de Groller. Rig arrancó las mangas y entregó a Groller la prenda transformada.
El semiogro se la metió por la cabeza como pudo y probó la resistencia de las costuras. La prenda le llegaba por encima de las rodillas, y no se podía abrochar desde la mitad del pecho hasta arriba. Groller hizo un mueca de desagrado y sacudió la cabeza cuando vio su imagen reflejada en el espejo.