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Un territorio siniestro

—Aquí vivía gente honrada —comentó Rig, que se dejó caer pesadamente sobre un tronco podrido de sauce y se dedicó a aplastar los mosquitos que se arremolinaban alrededor de su rostro. Su oscura piel relucía empapada de sudor.

—¿Cómo lo sabes? —inquirió Jaspe.

—Hace años Shaon y yo pasamos aquí unos días. —Sonrió melancólico al recordarlo e hizo un gesto con la mano para indicar el pequeño claro que habían elegido como lugar de acampada—. Aquí había una ciudad, en las orillas del río Toranth. Es gracioso. No recuerdo el nombre del lugar, pero los habitantes eran bastante amables, gente realmente trabajadora. Las provisiones eran baratas. La comida estaba caliente... y era buena. —Aspiró con fuerza y dejó escapar el aire despacio—. Shaon y yo pasamos una velada en los muelles, que debían de estar más o menos donde se ven esos cipreses. Había un anciano; creo que pasaba por ser el encargado de las gabarras. Estuvimos hablando con él toda la noche y vimos salir el sol. Compartió con nosotros su jarra de cerveza Rosa Pétrea. Jamás había probado nada igual. Puede que jamás lo vuelva a hacer.

El marinero hizo una mueca de disgusto mientras paseaba la mirada por lo que quedaba del lugar. Había restos de madera desperdigados aquí y allá, que sobresalían por debajo de redondeadas y frondosas matas y entre los resquicios de las tupidas juncias. Un letrero, tan descolorido que las únicas palabras legibles eran «ostras coci...», estaba encajado en una blanquecina higuera trepadora.

El pantano de Onysablet había engullido la población, como había engullido todo lo demás hasta donde alcanzaba la vista. Partes de lo que había sido Nuevo Mar se habían convertido en marismas taponadas, que se extendían hacia el norte. El agua estaba tan llena de vegetación que parecía una planicie aceitunada, y en muchos lugares resultaba casi imposible saber dónde terminaba la tierra y empezaba el agua.

Varios días antes Silvara y Alba habían depositado a los viajeros en las orillas de Nueva Ciénaga, tras volar sobre la parte navegable de Nuevo Mar. Aunque el viaje había sido angustioso, el marinero deseó que los dragones los hubieran transportado más al interior; pero el Plateado y el Dorado no deseaban invadir el reino de Sable. Así pues, Silvara y Alba habían partido para conducir a Gilthanas y a Ulin a la Torre de Wayreth. Rig esperaba que los dos hechiceros pudieran unir su ingenio con el de Palin para descubrir el paradero de Dhamon.

—Estoy hambriento. —Jaspe se sentó junto al marinero y depositó con sumo cuidado una bolsa de piel entre sus piernas. La bolsa contenía el Puño de E'li, que él se había ofrecido a cuidar. El enano seguía resintiéndose del costado y respiraba con dificultad. Dio unas palmadas sobre su estómago y dedicó a Rig una débil sonrisa; luego apartó de un manotazo un insecto negro del tamaño de un pulgar que se estaba aproximando demasiado. Con un dedo gordezuelo señaló lo que podía distinguir del sol a través de resquicios entre los troncos de los árboles—. Se acerca la hora de cenar.

—No tardarás en llenar la panza —respondió Rig—. Feril ya no puede tardar en regresar. Y espero que esta vez traiga algo que no sea un lagarto rechoncho. Odio la carne de lagarto.

El enano lanzó una risita al tiempo que volvía a palmearse el estómago.

—Groller y Furia fueron con ella. A lo mejor el lobo espantará un jabalí. Groller adora el cerdo asado, y yo también.

—No deberíais ser tan exigentes, Rig Mer-Krel y maese Fireforge —les gritó Fiona—. Deberíais agradecer cualquier clase de carne fresca. —La Dama de Solamnia estaba atareada examinando los restos más intactos de la ciudad. Apartó las hojas de un enorme arbusto, levantó del suelo un respaldo de silla medio podrido y sacudió la cabeza; luego recogió una muñeca mohosa, contempló sus ojos inexpresivos, y la volvió a depositar con cuidado sobre el suelo.

El rostro y los brazos de Fiona resplandecían por causa del sudor. Los rojos rizos estaban pegados a la amplia frente, y el resto se lo sujetaba en lo alto de la cabeza con una peineta de marfil que le había prestado Usha. El día anterior se había sacado las corazas de brazos y piernas al igual que el casco, y lo arrastraba todo consigo dentro de un saco de tela, pues, aunque resultaban voluminosos y pesados, se negaba a desprenderse de ellos. Tampoco consentía en rendirse por completo al calor y quitarse el peto de plata con su emblema de la Orden de la Corona.

—Incluso el lagarto es más nutritivo que las raciones habituales —comentó—. Debemos conservar las fuerzas.

—En lo que a mí respecta, las raciones resultan algo más sabrosas —masculló Rig casi para sí—, aunque no demasiado. Lagarto. Puaff. —Mantuvo la mirada fija en la solámnica mientras ésta seguía revolviendo cosas, alejándose cada vez más de ellos—. A propósito, es sólo Rig, ¿recuerdas?

—Y Jaspe —añadió el enano—. Nadie me llama maese Fireforge. Ni siquiera creo que nadie llamara así a mi tío Flint.

Fiona les dedicó una mirada por encima del hombro, sonrió y reanudó su registro.

—Rebusca todo lo que quieras, pero no vas a encontrar nada que valga la pena —le indicó Rig—. Cuando el Dragón Negro se instaló aquí, casi toda la gente sensata cogió lo que pudo, sus hijos, las cosas de valor, los recuerdos, y se marchó.

—Me limito a mirar mientras esperamos la cena. He de hacer algo, no me puedo quedar sentada sin más.

—Te gusta, ¿verdad? —Jaspe guiñó un ojo a Rig, manteniendo la voz queda—. La has estado vigilando como un halcón desde Schallsea.

El marinero lanzó un gruñido por respuesta.

—Mmm, aquí hay algo —anunció Fiona—. Algo sólido bajo este barro.

—Tiene agallas. —El enano dio un codazo a su compañero—. Es bella para ser humana, educada, y valiente también, según Ulin. Dijo que no huyó cuando Escarcha los atacó en Ergoth del Sur, que se mantuvo firme y dispuesta a combatir, a pesar de que parecía que no tenían escapatoria. Sabe cómo manejar esa espada que acarrea y...

—Y pertenece a una orden de caballería —lo interrumpió Rig en un tono de voz tan bajo que el enano tuvo que hacer un gran esfuerzo por oír—. Dhamon era un caballero, mejor dicho, es un caballero de Takhisis. Estoy harto de caballeros. Toda esa cháchara suya sobre el honor. No es más que palabrería superficial.

—Apuesto a que no hay nada superficial en ella.

—¡Mirad esto! —Fiona tenía los brazos hundidos hasta los codos en el lodo y tiraba de un pequeño cofre de madera, que el suelo soltó finalmente de mala gana con un sonoro chasquido. La mujer sonrió satisfecha y lo levantó para que lo vieran. Una nube de mosquitos se formó de inmediato a su alrededor.

Fiona apartó a los insectos a manotazos y transportó el arca hasta donde se encontraban Rig y Jaspe. Rodeado por una banda de delgado hierro y con un diminuto candado colgando en la parte delantera, el cofre estaba muy oxidado y cubierto de limo.

Jaspe arrugó la nariz, pero Rig se sintió inmediatamente interesado.

Fiona lo depositó en el suelo frente a ellos, se arrodilló y sacó la espada.

—Necesitaré un baño después de esto —anunció, mientras el lodo resbalaba desde sus brazos y dedos a la empuñadura del arma. Hincó la punta en el cierre, que cedió rápidamente.

Rig fue a coger el cofre, pero ella lo detuvo con una sonrisa irónica.

—Las damas primero. Además, fui yo quien se tomó la molestia de desenterrarlo. Espero que haya un libro o documentos en su interior, algo que pueda decirnos más sobre los habitantes de este lugar. A lo mejor alguna información sobre el dragón. —Alzó con cuidado la tapa y arrugó el entrecejo. El agua salobre se había filtrado en el interior, llenándolo hasta el borde, y había estropeado el forro de terciopelo. Escurrió el agua y soltó un profundo suspiro al tiempo que extraía una larga sarta de grandes perlas. Con una mueca de disgusto volvió a dejar caer el collar en la caja, donde descansaban también un brazalete y unos pendientes a juego.