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– ¿No vas a decir nada? -preguntó él.

– Es imposible.

– ¿Lo es? ¿Ni siquiera vas a preguntarme por qué?

– ¿Me gustará la respuesta?

– No -se encogió de hombros-, pero no vas a poder evitarla.

– Pues dímela.

– Se trata otra vez de Ricky; bebe mucho y pierde el control. Ha estado haciendo cosas descabelladas, y la gente habla.

– Ya es una mujer adulta. No puedo controlarla -dijo Cathryn fríamente, sin embargo la puso furiosa el pensar que Ricky arrastraba el nombre Donahue por la suciedad.

– Pues yo creo que tú si puedes. Monica no puede, pero los dos sabemos que Monica no tiene mucho instinto maternal. Por otra parte, desde tu último cumpleaños, tú controlas el rancho, lo que hace que Ricky dependa de ti -giró la cabeza para inmovilizarla en el asiento con sus ojos oscuros de halcón-. Sé que no te gusta, pero es tu hermanastra y vuelve a usar el nombre Donahue.

– ¿Otra vez? -soltó Cathryn-. Después de dos divorcios, ¿por qué se molesta en cambiar de nombre? -Rule tenía razón: no le gustaba Ricky, nunca le había gustado. Su hermanastra, dos años mayor, tenía el temperamento de un demonio tasmanio. Luego le dirigió una mirada burlona-. Me has dicho que controlas el rancho.

– Y lo hago -contestó él tan suavemente que el pelo de la nuca se le erizó-. Pero no lo poseo. El rancho es tu casa, Cat. Ya es hora de que asumas este hecho.

– No me sermonees, Rule Jackson. Mi casa ahora está en Chicago.

– Tu marido está muerto -la interrumpió brutalmente-. No hay nada allí para ti y lo sabes. ¿Qué es lo que tienes? ¿Un apartamento vacío y un trabajo aburrido?

– Me gusta mi trabajo. Además no tengo por qué trabajar.

– Sí que tienes, porque te volverías loca sentándote en una casa vacía sin nada que hacer. Aunque tu marido te dejó algo de dinero, se acabará en unos cinco años, y no dejaré que dejes el rancho seco para financiar ese lugar.

– ¡Es mi rancho! -indicó ella al momento.

– También era de tu padre y él lo amaba. Por él no te dejaré que lo arruines.

Cathryn levantó la barbilla, luchando por mantener la calma. Eso había sido un golpe bajo y él lo sabía.

La echó una mirada otra vez y continuó:

– La situación con Ricky empeora. No puedo manejarla y hacer también mi trabajo. Necesito ayuda, Cat, y tú eres la solución más lógica.

– No puedo quedarme -dijo ella, pero por una vez la incertidumbre era evidente en su voz. Le tenía aversión a Ricky, pero, por otra parte, no la odiaba. Ricky era un dolor y un problema, pero hubo veces, cuando eran más jóvenes que habían reído juntas tontamente como adolescentes normales. Y como Rule había advertido, Ricky usaba el nombre de Donahue, que había tomado como propio cuando el padre de Cathryn se había casado con Monica, aunque nunca había sido legalizado.

– Intentaré conseguir un permiso -se oyó decir Cathryn, y como una tardía auto defensa añadió-. Pero no será permanente. Ahora estoy acostumbrada a la vida en una gran ciudad y disfruto de las cosas que no se pueden encontrar en un rancho -y realmente era verdad; disfrutaba de las continuas actividades de una gran ciudad, pero las dejaría sin un sólo lamento si pensara que pudiera tener una vida pacífica en el rancho.

– Te solía gustar el rancho -dijo él.

– Era a lo que estaba acostumbrada.

Él no dijo nada más, y después de un momento Cathryn apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Reconoció que tenía plena confianza en las capacidades de Rule como piloto, y el conocimiento era amargo pero ineludible. Confiaría en él con su vida, pero nada más.

Incluso con los ojos cerrados eran tan consciente de su presencia a su lado que sintió como el calor de su cuerpo la quemaba. Podía oler su embriagador aroma masculino, oír su firme respiración. Cada vez que él se movía sentía un hormigueo por su cuerpo. Dios mío, pensó desesperada. ¿Alguna vez podría olvidarse de ese día? ¿Tenía él que ensombrecer toda su vida, rigiéndola con su mera presencia? Incluso había ensombrecido su matrimonio, obligándola a mentirle a su marido.

Vagó a la deriva en un ligero duermevela, en un estado que estaba entre la consciencia y el sueño y se encontró recordando con perfecta claridad todo lo que sabía sobre Rule Jackson. Lo conocía de toda la vida. El padre de él había sido un vecino, un ranchero con una pequeña extensión de tierra que prosperaba, y Rule había trabajado con su padre desde que fue lo suficiente mayor para sentarse sobre un caballo; pero tenía once años más que ella y le había parecido ya un hombre en vez del muchacho que era.

Incluso de niña, Cathryn sabía que el escándalo estaba atado al nombre de Rule Jackson. Se le conocía como "el salvaje muchacho Jackson" y las chicas más mayores se reían tontamente cuando hablaban de él. Pero era sólo un muchacho, un vecino, y a Cathryn le gustaba. Él nunca le prestó mucha atención, pero cuando la hablaba era amable y capaz de sacarla de su timidez; Rule era bueno con los animales jóvenes, incluso con los humanos jóvenes. Se decía que él se encontraba más a gusto en compañía de los animales, pero, por alguna razón, tenía un raro toque con caballos y perros.

Cuando Cathryn tenía ocho años su mundo cambió. También había sido un tiempo de cambios para Rule. El mismo año en que murió su madre, dejando a Cathryn asustada y sola, a él lo llamaron a filas. Tenía diecinueve años cuando se bajó de un avión en Saigón. Cuando volvió, tres años más tarde, ya nada era lo mismo. Ward Donahue se había vuelto a casar con una bella y misteriosa mujer de Nueva Orleans. Desde el principio a Cathryn no le gustó mucho Mónica. Por el bien de su padre oculto sus sentimientos e hizo lo posible para llevarse bien con Mónica, estableciendo una difícil tregua. Las dos se trataban cuidadosamente. No es que Mónica fuera el estereotipo de la madrastra malvada; simplemente no era una mujer maternal, ni siquiera para su hija, Ricky. A Mónica le gustaba el brillo y el baile y desde el principio no encajó con la vida de trabajo del rancho. Lo intentó por Ward. Esa era otra cosa de la que Cathryn nunca había dudado, que Mónica amaba a su padre. Por eso, la dos convivieron en una relativa paz.

Los cambios en la vida de Rule habían sido aún mayores. Había sobrevivido a Vietnam, pero algunas veces parecía que sólo su cuerpo había vuelto. Sus oscuros ojos risueños ya no reían. Observaban y pensaban. Su cuerpo tenía cicatrices de heridas ya curadas, pero las heridas mentales que había sufrido lo habían cambiado para siempre. Nunca habló de ello. Rara vez hablaba de nada. Se mantenía aparte y observaba a las personas con esos ojos duros e inexpresivos, y pronto se convirtió en un paria.

Bebía mucho, sentándose solo y engullendo continuamente alcohol, su expresión cerrada y dura. Naturalmente se hizo aún más atractivo para las mujeres de lo que era antes. Algunas no podían resistirse al aura de peligro tan pegada a él como una capa invisible. Cada una de ellas soñaba con tener el encanto que pudiera consolarlo, curarlo y sacarlo de la pesadilla en la que todavía vivía.

Se metió en un escándalo detrás de otro. Su padre lo sacó de casa y nadie más lo contrató, los rancheros y los comerciantes se juntaron para librar a la vecindad de él. De alguna forma todavía encontraba el dinero para el whisky, y a veces desaparecía durante días haciendo suponer a la gente que se había arrastrado a alguna parte y había muerto. Pero siempre aparecía como un penique falso, un poco más delgado, más ojeroso, pero siempre allí.

Fue inevitable que la hostilidad hacia él aumentase hasta convertirse en violencia; había estado involucrado con demasiadas mujeres, peleado con demasiados hombres. Ward Donahue lo encontró un día tumbado en una zanja a las afueras de la ciudad. Rule fue golpeado por un grupo de hombres que decidieron darle su merecido y estaba tan delgado que sus huesos se translucían bajo la piel. Todavía silencioso y concentrado, sus oscuros ojos brillaban intensamente cuando miró a su salvador con un sombrío desafío aún cuando era incapaz de mantenerse en pie. Sin una palabra Ward lo cogió en brazos como si fuera un niño y lo llevó al rancho para cuidar de él. Una semana más tarde, Rule, se arrastró dolorosamente sobre un caballo y acompañó a Ward por el rancho, realizando la difícil pero necesaria tarea de reparar el cercado roto y juntar el ganado dispersado. Tenía tantos dolores durante los primeros días que el sudor corría por su cuerpo cada vez que se movía, pero él continuó con sombría determinación.