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Scales retrocedió, con los asombrados ojos fijos en Lee Sawyer, que le apuntaba con el rifle de asalto dotado con un dispositivo de láser. Desconcertados, los mercenarios contemplaron las armas con que les apuntaban Sawyer, Jackson y los hombres del equipo de rescate de rehenes, así como un grupo de la policía estatal de Maine.

– Tirad las armas, caballeros, o ya podéis empezar a buscar vuestros cerebros por el suelo -aulló Sawyer, que apretó el rifle con fuerza-. ¡Tirad las armas! ¡Ahora mismo!

Sawyer se adelantó unos pasos, entrando en la habitación, con el dedo engarfiado sobre el gatillo. Los hombres empezaron a deponer las armas. Por el rabillo del ojo, Sawyer distinguió a Quentin Rowe, que trataba de desaparecer discretamente. Sawyer hizo oscilar su arma hacia el hombre.

– Me parece que usted no va a ninguna parte, señor Rowe. Siéntese. -Un Quentin Rowe totalmente asustado se volvió a sentar en la silla, con el disquete apretado contra el pecho. Sawyer se volvió a mirar a Ray Jackson-. Acabemos con esto -le dijo.

Sawyer avanzó hacia donde estaba Sidney, para liberarla. En ese preciso instante sonó un disparo y uno de los agentes del FBI cayó al suelo. El intercambio de disparos se desató de inmediato cuando los hombres de Rowe aprovecharon la oportunidad para recoger sus armas y abrir fuego. Los representantes de la ley buscaron rápidamente algún lugar donde cubrirse y respondieron al fuego. Los cañones de las armas refulgieron en toda la estancia y la muerte instantánea pareció abalanzarse sobre los presentes desde todos los rincones. Sólo pasaron unos segundos antes de que las luces de la estancia quedaran apagadas por los disparos de quienes disparaban desde los dos lados, dejando la habitación sumida en la más completa oscuridad.

Atrapada en el fuego cruzado, Sidney se arrojó al suelo, con las manos tapándose las orejas, mientras las balas silbaban por encima.

Sawyer se dejó caer de rodillas y gateó hacia donde estaba Sidney. Desde la otra dirección, Scales, con el cuchillo entre los dientes, reptó por el suelo, hacia ella. Sawyer la alcanzó primero, y la tomó de la mano para conducirla a lugar seguro. Sidney gritó al ver la hoja de Scales, que emitió un destello en el aire. Sawyer extendió el brazo y recibió la parte más fuerte del golpe; el cuchillo le cortó la gruesa chaqueta que llevaba y le desgarró la carne del antebrazo. Con un gruñido de dolor, le lanzó una patada a Scales, perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Scales se abalanzó de inmediato sobre el agente del FBI e hizo descender dos veces la hoja sobre su pecho. La hoja, sin embargo, se encontró con el moderno chaleco antibalas de Teflón que Sawyer llevaba puesto y no causó ningún daño. Scales pagó su error recibiendo en plena boca uno de los enormes puños de Sawyer, mientras Sidney le golpeaba con un codo en la nuca. El hombre aulló de dolor cuando su ya maltrecha boca y su nariz rota recibieron una serie adicional de heridas.

Furioso, Scales se desprendió violentamente de Sidney, que se deslizó sobre el suelo impulsada por el empujón y se estrelló contra la pared. El puño de Scales se aplastó repetidas veces contra el rostro de Sawyer y luego levantó de nuevo el cuchillo, apuntando hacia el centro de la frente del agente del FBI. Sawyer sujetó con una mano la muñeca de Scales y se fue levantando poco a poco, con seguridad. Scales sintió la extraña fortaleza de la corpulencia de Sawyer, compuesta de pura fuerza, que él, mucho más pequeño, no podía contrarrestar. Acostumbrado a ver muertas a sus víctimas antes de que pudieran replicar, Scales descubrió bruscamente que acababa de pescar a un gran tiburón blanco que estaba demasiado vivo para su gusto. Sawyer aplastó la mano de Scales contra el suelo, hasta que el cuchillo salió volando y se perdió en la oscuridad. Luego, Sawyer se echó hacia atrás y lanzó un mazazo que Scales recibió en pleno rostro. El hombre se tambaleó hacia atrás, gritando de dolor, con la nariz ahora aplastada contra su mejilla izquierda.

Ray Jackson se encontraba en un rincón de la habitación, intercambiando disparos con dos de los hombres de Gamble. Tres de los hombres del equipo de rescate de rehenes se habían abierto paso hasta uno de los balcones. Gracias a esta ventaja táctica, estaban ganando rápidamente la refriega. Dos de los mercenarios ya estaban muertos. Otro estaba a punto de seguir el mismo camino después de que una bala le atravesara la arteria femoral. Dos de los policías estatales habían caído heridos, uno de ellos gravemente. Otros dos miembros del equipo de rescate habían sido alcanzados, pero seguían participando en el intercambio de disparos.

Jackson, que se detuvo un momento para recargar, vio a Scales levantarse al otro lado de la habitación, con el cuchillo en la mano, lanzándose hacia la espalda de Lee Sawyer en el momento en que éste trataba de poner nuevamente a salvo a Sidney.

Ray Jackson captó de inmediato el problema desde el otro lado de la estancia. No tenía tiempo para recargar el rifle, la pistola de nueve milímetros estaba vacía y se había quedado sin balas. Si trataba de gritar, Sawyer no podría oírlo en medio del estruendo de los disparos. Jackson se puso en pie de un salto. Como miembro del equipo de fútbol de Los Lobos, de la Universidad de Michigan, Jackson había tenido que correr muchos últimos y duros metros en el campo. Ahora se disponía a correr para salvar su vida. Sus gruesas piernas parecieron explotar bajo él y, mientras las balas silbaban a su alrededor, Jackson alcanzó la máxima velocidad después de haber avanzado apenas tres pasos.

Scales era todo hueso y músculo sólido, pero su estructura soportaba unos veinticinco kilos menos de peso que el corpulento ariete en que se había convertido el agente del FBI, que pesaba casi cien kilos. A pesar de ser un individuo muy peligroso, Scales nunca había experimentado el mundo tan brutalmente violento del fútbol americano.

La hoja de Scales se encontraba a menos de medio metro de distancia de la espalda de Sawyer cuando el hombro de hierro de Jackson chocó contra su esternón. El crujido que se produjo cuando el pecho de Scales se hundió casi pudo escucharse por encima de los disparos. El cuerpo de Scales se vio levantado limpiamente del suelo y no dejó de volar hasta chocar contra la sólida pared de roble, a poco más de un metro de distancia. El segundo crujido, aunque no tan fuerte como el primero, anunció la despedida final de Kenneth Scales del mundo de los vivos, cuando su cuello se partió limpiamente por la mitad. Al derrumbarse sobre el suelo y descansar sobre la espalda, a Scales le llegó finalmente su turno de quedarse mirando hacia lo alto, al vacío, con los ojos muertos. Fue un acontecimiento que había tardado demasiado tiempo en producirse.

Jackson pagó un precio por su heroicidad, ya que recibió una bala en el brazo y otra en la pierna, antes de que Sawyer pudiera librarse del pistolero con múltiples disparos de su pistola de diez milímetros. Sawyer tomó después a Sidney por el brazo y la arrastró hacia un rincón, detrás de una pesada mesa. A continuación regresó presuroso junto a Jackson, que estaba tumbado en el suelo, apoyado contra la pared, y que respiraba con dificultad. Lo arrastró hacia la zona de seguridad. Una bala se introdujo en la pared, a muy pocos centímetros de la cabeza de Sawyer. Luego, otra le alcanzó de lleno en la caja torácica. La pistola se le cayó de la mano y se deslizó sobre el suelo, mientras él rebotaba hacia atrás, tosiendo sangre. El chaleco había vuelto a cumplir con su cometido, pero pudo escuchar el crujido de una costilla tras el impacto. Empezó a incorporarse, pero ahora se había convertido en un pato indefenso.

De repente, una serie de disparos brotaron desde detrás de la mesa tumbada. Tras la lluvia de plomo, un brusco grito surgió de la dirección de donde había procedido el disparo que alcanzó a Sawyer. El agente se volvió a mirar hacia la mesa y sus ojos se agrandaron por la sorpresa al ver que Sidney Archer todavía sostenía la pistola humeante de diez milímetros, a la altura de la cintura. Ella salió desde detrás de la mesa protectora y, con la ayuda de Sawyer, terminó de retirar a Jackson tras la mesa.