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Lo sentaron con la espalda contra la pared.

– Maldita sea, Ray, no deberías haber hecho eso.

La mirada de Sawyer examinó rápidamente a su compañero y confirmó que sólo había dos heridas.

– Sí, ¿y permitir que me las hicieras pasar moradas desde tu tumba durante el resto de mi vida? De ningún modo, Lee.

Jackson se mordió el labio cuando Sawyer le arrancó la corbata utilizando la hoja del estilete, e hizo con ella un tosco torniquete por encima de la herida de la pierna de Jackson.

– Aprieta con la mano justo aquí, Ray -dijo Sawyer, guiándole la mano hasta la empuñadura del cuchillo y apretando los dedos con fuerza contra ella.

A continuación se quitó la chaqueta, la apelotonó y la apretó contra la sangrante herida del brazo de Jackson.

– La bala lo cruzó limpiamente, Ray. Te pondrás bien.

– Lo sé. Pude sentir cómo salía. -El sudor cubría la frente de Jackson-. Recibiste un balazo, ¿verdad?

– No, el chaleco lo amortiguó. Estoy bien.

Al echarse hacia atrás, el antebrazo cortado empezó a sangrar de nuevo.

– Oh, Dios mío, Lee -exclamó Sidney al ver el flujo carmesí-. Tu brazo.

Sidney se quitó la bufanda y vendó con ella el antebrazo herido de Sawyer, que la miró afablemente.

– Gracias. Y no lo digo por la bufanda.

Sidney se dejó caer contra la pared.

– Gracias a Dios que pudimos ponernos en contacto cuando me llamaste. Entretuve a Gamble con mis brillantes deducciones para hacerte ganar un poco de tiempo. Pero aun así, no creía que fuera suficiente.

Él se sentó junto a ella.

– Durante un par de minutos, perdí la señal del teléfono celular. Gracias a Dios, la recuperamos de nuevo. -Entonces, se sentó bruscamente, empeorando la costilla agrietada. Miró el rostro maltrecho de Sidney-. Estás bien, ¿verdad? Dios santo, ni siquiera se me ocurrió preguntártelo.

Ella se pasó los dedos por la mandíbula hinchada.

– No es nada que el tiempo y un buen maquillaje no puedan curar. -Le tocó la mejilla hinchada-. ¿Y tú? ¿Cómo estás?

Sawyer se sobresaltó de nuevo.

– ¡Oh, Dios mío! ¿Y Amy? ¿Y tu madre?

Le explicó rápidamente lo de la grabación de las voces.

– Esos hijos de puta -gruñó él.

– No estoy segura de saber lo que habría podido ocurrir si no hubiera contestado a tu mensaje en el busca -dijo ella, mirándole burlonamente.

– La cuestión es que lo hiciste. Me alegro de que llevara conmigo una de tus tarjetas. -Sonrió-. Quizá estos artilugios de alta tecnología tengan sus utilidades…, aunque a pequeñas dosis.

En otro rincón de la habitación, Quentin Rowe se hallaba acurrucado detrás del despacho. Tenía los ojos cerrados y se tapaba las orejas con las manos, para protegerse de los sonidos que explotaban a su alrededor. No se dio cuenta, hasta el último momento, del hombre que se le acercó por detrás. Alguien lo sujetó de la cola de caballo y lo echó violentamente hacia atrás, obligando a su barbilla a retroceder más y más. Luego, las manos se ensortijaron alrededor de su cabeza y, justo antes de escuchar el crujido de su columna, observó la mueca maligna y diabólica de Nathan Gamble. El jefe de Tritón soltó el cuerpo flácido, y Rowe cayó al suelo, muerto. Había experimentado su última visión. Gamble agarró el ordenador portátil, que estaba sobre la mesa de despacho y lo aplastó con tal fuerza sobre el cuerpo de Rowe que se partió por la mitad.

Gamble se inclinó un momento más sobre el cuerpo de Rowe, y luego se volvió, disponiéndose a escapar. Las balas le alcanzaron entonces directamente en el pecho. Miró con los ojos muy abiertos a su asesino, con una expresión primero de incredulidad y luego de furia. Gamble consiguió agarrarse durante un instante a la manga del hombre antes de derrumbarse sobre el suelo.

El asesino tomó el disquete del lugar donde había caído, junto al cuerpo de Quentin Rowe, y salió de la habitación.

Rowe había caído de costado, y su cuerpo quedó apoyado sobre la espalda, con la cabeza vuelta hacia Gamble. Irónicamente, él y Gamble se encontraban a muy pocos centímetros el uno del otro, mucho más cerca de lo que aquellos dos hombres habían estado nunca en vida.

Sawyer asomó la cabeza por encima de la mesa y escudriñó la habitación. Los mercenarios que quedaban habían arrojado sus armas y salían lentamente de sus escondites, con las manos en alto. Los miembros del equipo de rescate de rehenes entraron y, al cabo de un momento, los hombres estaban tumbados en el suelo, boca abajo, con las esposas puestas. Sawyer vio los cuerpos flácidos de Rowe y Gamble. Pero entonces, más allá de las puertas correderas, escuchó pasos que huían apresuradamente. Se volvió hacia Sidney.

– Cuida de Ray. El espectáculo no ha terminado aún.

Y, tras decir esto, se precipitó hacia el exterior.

Capítulo 58

Mientras corría sobre la arena, el viento, la nieve y el rocío del océano asaltaron a Lee Sawyer desde todos los frentes. Con la cara ensangrentada e hinchada, con el brazo herido y las costillas doliéndole como si estuviera en el infierno, su respiración era brusca y entrecortada. Tardó un momento en quitarse el pesado chaleco antibalas y luego se lanzó hacia delante, apretándose con firmeza una mano contra las costillas agrietadas para mantenerlas en su lugar. Los pies se retorcían sobre la superficie blanda de la arena, haciendo más lento su avance. Se tambaleó y cayó dos veces. Pero imaginó que la persona a la que seguía tendría el mismo problema. Sawyer disponía de una linterna, pero no quería utilizarla, al menos por el momento. En dos ocasiones tuvo que correr sobre el agua helada, al acercarse demasiado al borde del rugiente Atlántico. Miraba fijamente hacia delante, siguiendo las profundas huellas dejadas sobre la arena.

Entonces, Sawyer se encontró con un macizo farallón rocoso. Era una formación rocosa bastante común en la costa de Maine. Por un momento, pensó en cómo podría soslayar el obstáculo, hasta que descubrió un tosco sendero que cruzaba aquella montaña en miniatura. Empezó a subir, y desenfundó la pistola mientras avanzaba. Sawyer se vio golpeado por un muro de rocío del océano provocado por las aguas que golpeaban implacablemente la antigua piedra. Las ropas se le pegaban al cuerpo como si fueran de plástico. A pesar de todo, siguió adelante; su respiración era muy forzada, a grandes bocanadas, al tiempo que hacía esfuerzos por subir por el sendero, que se hacía más y más vertical. Miró por un momento hacia el océano. Oscuro e infinito. Sawyer rodeó una ligera curva en el sendero y se detuvo. Encendió la linterna, justo por delante de donde se encontraba, en el mismo borde del acantilado, antes de que la roca desapareciese para caer en vertical sobre el Atlántico, allá abajo.

La luz iluminó de lleno al hombre, que parpadeó y levantó una mano para protegerse los ojos ante la inesperada explosión de luz. Sawyer respiró hondo, entrecortadamente. El otro hombre hacía lo mismo después de la prolongada persecución. Sawyer se puso una mano en la rodilla para afianzarse cuando ya estaba medio inclinado sobre el precipicio, con el estómago revuelto.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Sawyer con un tono de voz agudo pero claro.

Frank Hardy lo miró, mientras sus agotados pulmones también trataban de absorber entrecortadamente el aire. Lo mismo que Sawyer, Levaba las ropas empapadas y sucias, y el cabello estaba totalmente revuelto por el viento.

– ¿Lee? ¿Eres tú? -preguntó Hardy.

– Te puedo asegurar que no soy Santa Claus, Hardy -replicó Sawyer-. Hazme otra pregunta.

Hardy pudo respirar por fin profundamente.

– Vine con Gamble para celebrar una reunión. Cuando estábamos hablando, me dijo de pronto que fuera a una de las habitaciones de arriba, que tenía que ocuparse de un asunto personal. Lo siguiente que sé es que se desató un verdadero infierno. Salí de allí tan rápidamente como pude. ¿Te importaría decirme qué está ocurriendo?