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– Sabemos que empuñó el arma -respondió Jackson en el acto, pero después comprendió la verdad-. Si la disparó algún otro, y el tipo llevaba guantes, las huellas de Archer aparecerían borrosas excepto en el cañón.

– Eso es. Además deja la cinta. Probablemente la utilizaron para chantajearla. Eso no te lo discuto. Ella sabía que la tenían, lo lógico es suponer que se la hicieron escuchar. ¿Crees que ella se la dejaría? Es una prueba suficiente para que la condenaran a cadena perpetua. Escucha lo que te digo, ella o cualquiera hubiese desarmado la limusina para hacerse con la cinta. No, la dejaron ir por una única razón.

– Para que la acusaran de los asesinatos -señaló Jackson. Bebió un trago de café y dejó la taza en la mesa.

– Y quizá para que nuestra atención no se desviara hacia otra cosa.

– Por eso pediste que hicieran la prueba de los residuos de pólvora.

– Necesitaba estar seguro de que ninguno de los muertos era el tirador. Quizá se habían peleado. Por las heridas, cualquiera diría que murieron en el acto, pero ¿quién puede estar seguro? Bien podría ser que el asesino fuera uno de ellos y después se suicidara. Aterrorizado por lo que ha hecho, decide volarse la cabeza. Entonces Sidney, dominada por el pánico, coge la pistola y la tira por la alcantarilla. Pero eso no ocurrió. Ninguno de ellos disparó el arma.

Permanecieron callados durante un buen rato. Una vez más, Sawyer fue el primero en hablar.

– Te contaré otro secreto, Ray. Pienso resolver este caso aunque me cueste otros veinticinco años más de caminar por la línea. Y cuando llegue ese día, descubrirás algo muy interesante.

– ¿Como qué?

– Que Sidney Archer no tiene ni puñetera idea de lo que está pasando. Ha perdido el marido, el trabajo y es probable que la acusen de triple asesinato y una infinidad de delitos más. En este momento está asustada y huye para salvar el pellejo, sin saber en quién creer o confiar. Sidney Archer es de hecho algo que, mirando las pruebas de una manera superficial, no podría ser.

– Según tú, ¿qué es?

– Inocente.

– ¿Lo crees de verdad?

– No, lo sé. Ojalá supiera algo más.

– ¿Qué quieres saber?

Sawyer aplastó la colilla en el cenicero al tiempo que exhalaba la última bocanada de humo.

– Quién mató a los tres tipos. -Sawyer pensó mientras hablaba: «Sidney Archer quizá lo sepa. Pero ¿dónde coño está?».

Jackson apoyó una mano sobre el hombro de Sawyer cuando salían.

– Quiero que sepas una cosa, Lee. Mientras estés dispuesto a caminar por la línea, iré contigo.

Capítulo 52

Sidney observó con los prismáticos el tramo de calle frente a la casa de sus padres y después miró la hora. Oscurecía deprisa. Meneó la cabeza incrédula. ¿El reparto de FedEx podía haberse demorado por el mal tiempo? Las nevadas en la costa de Maine acostumbraban a ser muy fuertes, pero debido a la proximidad del mar, la nieve se convertía en aguanieve, haciendo la conducción muy peligrosa cuando se congelaba. ¿Y dónde estaban sus padres? El problema consistía en que no tenía manera de comunicarse con ellos mientras estuvieran de viaje. Sidney fue hasta el Land Rover, cogió el teléfono móvil y llamó a Federal Express. Le dio a la operadora los nombres y las direcciones del remitente y el destinatario. Escuchó el ruido de las teclas del ordenador y después se quedó boquiabierta al recibir la respuesta.

– ¿Quiere decir que no tienen constancia del envío?

– No, señora. Según nuestros registros, no recibimos el paquete.

– Pero eso es imposible. Tienen que tenerlo. Sin duda, debe haber algún error. Por favor, compruébelo otra vez. -Sidney esperó impaciente mientras se repetía todo el proceso. La respuesta fue la misma.

– Señora, quizá tendría usted que llamar al remitente para comprobar si envió el paquete.

Sidney colgó, fue a buscar el número de Fisher en la agenda que estaba en el bolso, volvió al Land Rover y lo marcó. No creía que Fisher estuviera allí -sin duda había seguido al pie de la letra las advertencias de Sidney-, pero probablemente llamaría al contestador automático para enterarse de los mensajes. Le temblaban las manos. ¿Y si Jeff no había podido enviar el paquete? La visión del arma que le apuntaba en la limusina apareció en su mente. Brophy y Goldman. Las cabezas reventadas. La sangre, los sesos y las esquirlas de hueso encima de ella. Por un momento, llevada por la desesperación, apoyó la cabeza en el volante.

El teléfono sonó tres veces y entonces lo atendieron. Sidney se preparó para dejar un mensaje en el contestador cuando una voz dijo: «Hola».

Sidney comenzó a hablar pero se interrumpió al descubrir que la voz al otro lado de la línea correspondía a una persona real.

– ¿Hola? -repitió la voz.

Sidney vaciló un momento y después decidió seguir adelante.

– Jeff Fisher, por favor.

– ¿De parte de quién?

– Soy una amiga.

– ¿Sabe usted dónde está? Necesito encontrarle con urgencia -dijo la voz.

A Sidney se le erizaron los pelos de la nuca.

– Por favor, ¿con quién hablo?

– Soy el sargento Rogers del departamento de Policía de Alexandria.

Sidney cortó la comunicación en el acto.

En el interior de la casa de Jeff Fisher se habían producido algunos cambios drásticos desde que Sidney Archer había estado allí. El más importante era que no quedaba ni una sola pieza del equipo informático ni los archivadores. En pleno día, los vecinos habían visto un camión de mudanzas. Uno de ellos incluso había hablado con los empleados. Creyó que todo estaba en orden. Fisher no había mencionado la intención de mudarse, pero los empleados se habían comportado con la normalidad más absoluta. Se habían tomado su tiempo para empaquetar las cosas, llevaban las órdenes para el traslado, hasta habían hecho una pausa para fumarse un cigarrillo. Sólo después de que se fueran, los vecinos comenzaron a sospechar. El vecino de al lado entró en la casa para ver si todo estaba en orden y descubrió que aparte del equipo informático no se habían llevado nada más. Fue entonces cuando llamaron a la policía.

El sargento Rogers se rascó la cabeza. El problema estaba en que nadie sabía dónde encontrar a Jeff Fisher. Llamaron al trabajo, a los amigos y a la familia en Boston. Nadie le había visto en los últimos dos días. El sargento Rogers se llevó otra sorpresa durante la investigación. Fisher había estado detenido en la comisaría de Alexandria acusado de conducción temeraria. Había pagado la fianza y después de comunicarle la fecha del juicio, lo habían dejado en libertad. Aquella había sido la última vez que alguien había visto a Jeff Fisher. Rogers acabó de escribir su informe y se marchó.

Sidney subió las escaleras de dos en dos, entró en el dormitorio y cerró la puerta con llave. Recogió la escopeta que estaba sobre la cama, metió un cartucho en la recámara y se sentó en el suelo en el rincón más alejado, con la escopeta apuntando a la puerta. Lloraba a lágrima viva mientras movía la cabeza en un gesto de incredulidad. Nunca tendría que haber metido a Jeff en este asunto.

Sawyer estaba en su despacho del edificio Hoover cuando le llamó Frank Hardy. El agente le comentó los últimos acontecimientos y sobre todo su conclusión, después de examinar las pruebas del forense, de que Sidney Archer no había matado a Goldman y Brophy.

– ¿Crees que pudo ser Jason Archer? -preguntó Hardy.

– Eso no tiene ningún sentido.

– Tienes razón. Sería correr un riesgo demasiado grande.

– Además me niego a creer que fuera capaz de endosarle los asesinatos a su esposa. -Sawyer hizo una pausa mientras pensaba en la próxima pregunta-. ¿Sabes alguna cosa de RTG?

– Es lo que iba a contarte. El presidente, Alan Porcher, no está disponible para hacer comentarios. Todos se muestran muy sorprendidos. El relaciones públicas de la empresa ha distribuido una nota en la que niega rotundamente cualquier implicación.