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– ¿Has pensado en dedicarte a las relaciones públicas? -Max no esperó a obtener respuesta-. ¿Cuánto tiempo estuviste así?

– Un par de años.

– Y entonces vino a Londres y se olvidó de ti -dijo Max con unos celos que le hicieron sentirse cruel, que le hicieron recordar lo que había pasado aquella tarde.

Capítulo 7

Jilly se levantó del sillón como un cohete.

– ¡Eso no es justo!

Entonces, se dio cuenta de lo ridículo que era seguir defendiendo a Richie Blake, igual que antes, haciendo de madre igual que siempre.

– ¿No lo es? -Max se la quedó mirando-. Pues sigo diciendo que, después de todo lo que has hecho por él, mandarte mensaje por medio de su secretaria diciendo que está ocupado no es justo. Y también digo que lo que ha pasado esta tarde no es justo…

– Pero ha sido Petra…

– Te debe lo suficiente para asegurarse de que nadie te hiciera eso. Debería haber tenido cuidado… -Max se interrumpió, era algo que Jilly tenía que descubrir por sí misma.

No obstante, la ira que le producía saber cómo la habían tratado le sorprendió.

– Richie no me debe nada, Max -Jilly se encogió de hombros-. Excepto quizá esas cintas que grabé y los sellos. Ah, y el billete a Londres.

¿Y bromeaba con eso?

– Por supuesto. ¿Quieres que le mandemos el recibo o prefieres que le demos algo en qué pensar de verdad?

– Lo que hice lo hice porque creía en él y porque quería ayudarlo.

– ¿Porque estabas enamorada de él? -Jilly no contestó y Max fue a por la botella de coñac-. La vida es un asco, Jilly.

Max volvió a llenarse la copa y, tras un momento de vacilación, llenó también, la de ella. Jilly tenía razón, Blake no le debía nada. Lo que ella había hecho, por él lo había hecho porque quería, porque había visto algo especial en Blake. Y quizá tuviera razón, quizá fuera ésa la única recompensa que obtuviera porque la vida no era justa y el amor, desde luego, no lo era.

– La vida es un asco -repitió Max-. Y después, uno se muere. O quizá no, que es peor a veces. Yo sé mucho del amor y la justicia, Jilly. Sé lo que es quedarse en este mundo.

Max la miró antes de continuar.

– Amaba a Charlotte hasta la obsesión. ¿Has sentido eso alguna vez? ¿Necesitar poseer algo hasta el punto de pensar que, sin ello, la vida no merece la pena ser vivida?

A Jilly le habría gustado negar con la cabeza y decir que no, pero ya no estaba segura de que fuera verdad.

– No podía creer que no me quisiera, que no pudiera amarme -añadió Max.

– Pero se casó contigo…

– La perseguí obsesivamente, estaba convencido de que, si se casaba conmigo, lograría que se enamorara de mí. Al poco tiempo, su padre lo perdió todo en la bolsa, fue entonces cuando acudió a mí para decirme que estaba dispuesta a casarse conmigo si yo sacaba del desastre económico a su padre.

– ¿Tan rico eres?

– Sí, desgraciadamente -Max se encogió de hombros-. Pero lo único que hice fue comprarla. Y cuando conoció a un hombre del que realmente se enamoró, no podía soportar que yo la tocara.

– ¿Tuvo relaciones con ese hombre? -la voz de Jilly se hizo eco de su perplejidad.

Max no tenía idea de por qué le había contado eso. Quizá porque hacía mucho que no hablaba así con nadie. Quizá, en la oscuridad, se sentía más protegido. Pero no podía permitir que Jilly creyera que su esposa le había traicionado.

– No. Quizá eso hubiera ayudado, pero… de haber sido así, podría haberla culpado. Sin embargo, mi esposa y mi mejor amigo estaban por encima de eso. Me rompía el corazón verlos en la misma habitación juntos, sin mirarse, sin tocarse… sólo sufriendo.

– ¿Por qué no la dejaste marchar? -Jilly no pudo reprimir el tono acusatorio de su voz.

– ¿Crees que no lo hubiera hecho? Pero no era tan sencillo. Dominic era un católico convencido, Jilly. No podía casarse con una mujer divorciada, y la alternativa era impensable para él.

Jilly se arrodilló delante del fuego y levantó los ojos para mirar a Max.

– ¿Por eso fue por lo que murieron… juntos?

Jilly era rápida sacando conclusiones, pero se había equivocado.

– No, fue un accidente, Jilly. Yo era quien se suponía que debía morir, era lo único que podía hacer por ella -Max contempló su copa de coñac durante unos momentos-. A Charlotte le encantaba esquiar, y a mí se me ocurrió llevarla a las montañas para que se relajara un poco y se olvidara de sus problemas. La llevé a un pueblecito apartado de los Alpes. Alguien debió decírselo a Dominic, o quizá fuera ella, eso no lo sé, el caso es que Dominic fue la primera persona que vimos al entrar en el hotel del pueblo. Para mí fue como una revelación, en ese momento pensé que aquel era el lugar y el momento para abandonar este mundo…

– ¡Oh, Max!

– Hacía una mañana maravillosa, con un cielo azul totalmente despejado, aunque la noche anterior había nevado y la nieve se había helado. Sí, hacía un día hermoso para morir.

Jilly ahogó un quedo grito.

– Algo debió despertar a Charlotte, o puede que ni siquiera se hubiera dormido -continuó Max-. Debió darse cuenta de lo que yo estaba pensando porque despertó a Dominic y los dos salieron corriendo a buscarme. Les oí llamarme a gritos a mis espaldas. Yo estaba acercándome al borde de la montaña cuando me vieron. Dominic y Charlotte intentaron cruzarse por delante de mí para desviarme, y fue entonces cuando…

Max se interrumpió al recordar la escena que aún le atormentaba, que seguía atormentándole todos y cada uno de los días de su vida.

– Me caí y perdí el sentido… -Max se estremeció al recordar el frío, un frío que no le había abandonado desde entonces.

– Max… -Jilly puso la mano encima de la de él-. Creo que es lo más triste que he oído en mi vida. Qué pena, qué pérdida de dos vidas.

– Sí, la pérdida de dos personas extraordinarias.

Se quedaron en silencio durante unos momentos. Después, con cuidado, Jilly apartó la mano de la de Max y volvió el rostro para mirar a la hoguera.

– No debería haberte contado esto. No sé por qué lo he hecho.

– No querías que me compadeciese a mí misma.

– Y tampoco quiero que te compadezcas de mí. Fui un egoísta, sólo pensaba en mí mismo cuando me casé con ella. De haberla amado lo suficiente, habría salvado de la quiebra a su padre y la habría dejado en paz.

– Ella no tenía por qué haberse casado contigo, Max.

– Quería a su familia y lo hizo por ellos. Lo que yo hice, lo hice por mí mismo -Max levantó la botella de coñac-. Toma un poco más y te contaré cuál es mi plan.

Max volvió a llenar la vacía copa de Jilly.

¿Vacía? ¿Cuándo se había bebido todo aquello? Jilly se encogió de hombros.

– Está bien, te escucho -respondió ella.

– El plan es muy sencillo, y consiste en, para variar, hacer que el señor Blake te persiga a ti.

Jilly volvió la cabeza para mirarle.

– ¿Perseguirme? ¿Por qué iba a perseguirme a mí cuando tiene cientos de mujeres que le persiguen a él?

– ¿Tienes miedo a que no lo haga?

– Sé que no va a hacerlo.

Max arqueó las cejas.

– ¿Por qué iba a hacerlo? -insistió ella.

– Quizá por curiosidad. Y quizá porque empiece a preocuparle la posibilidad de que se le esté escapando de las manos algo especial.

Jilly negó con la cabeza.

– ¿Qué te pasa, Jilly? ¿Te da miedo que no le intereses? ¿O te da miedo que sí esté interesado por ti?

– ¡No! Es sólo que…

– ¿Que qué?

Max se inclinó hacia delante, le tomó la barbilla y la obligó a mirarlo. Necesitaba verle los ojos.

– Sé que quieres animarme, Max, pero el coñac te está afectando. No puedo competir con la clase de mujeres que rodeaban a Richie esta noche.