Выбрать главу

– Cierto. Sí, supongo que tengo suerte.

Les llevaron más comida.

– Lubina asada -declaró Max-. Espero que te guste el pescado. Debería habértelo preguntado. Me parece que no es mi noche.

– Y a mí me parece que no te he dado la oportunidad de preguntármelo, Max. Lo siento. Sé que estás intentando protegerme, pero no es necesario. Conozco a Richie desde hace mucho tiempo, conozco sus defectos…

– No todos. De haber sido así, jamás le habrías permitido que te pringara con ese pegamento para divertir a su público.

Jilly no contestó.

– No esperarás que me crea que has venido desde Newcastle para contentarte con ofrecerle tu apoyo, ¿verdad, Jilly?

Jilly intentó mirarlo, pero bajó los ojos y los clavó en la lubina. Y sin decir palabra, levantó el tenedor.

Max la observó durante unos momentos. Su intención había sido llevarla por ahí durante una semana aproximadamente, pero Jilly estaba enamorada de Blake y él no tenía derecho a manipularla.

– ¿Te gusta? -preguntó Max.

– Es delicioso. Gracias.

Eran las diez y media cuando volvieron al coche.

– ¿Le has encontrado? -le preguntó Max al conductor mientras Jilly entraba en el coche.

– Hace unos cinco minutos ha llegado al club Rivi con unos amigos. He reservado una mesa.

– Bien, Jilly, esta noche vas a bailar de verdad.

– ¿Y tu rodilla?

– No te preocupes por mi rodilla. Y si me duele, tú tienes una cura instantánea: tus labios mágicos. Los besos funcionan.

Era la primera vez que Max mencionaba ese beso y, durante unos momentos, ninguno de los dos se movió. Entonces, Jilly tragó saliva y dijo:

– Cuando quieras. Lo único que tienes que hacer es decirlo.

El club Rivi estaba en pleno apogeo cuando Jilly y Max llegaron y se sentaron en la mesa que tenían reservada. A Jilly se le ocurrió que Max Fleming debía haber sido playboy muy famoso cuando lo único que había tenido que hacer era mandar a su chofer que llamara por teléfono para que le reservaran la mesa que quería un sábado por la noche.

Max, alto, moreno y guapo fue el primer en llamar la atención de los que estaban sentados en la mesa de al lado. Petra lo reconoció inmediatamente y avisó a Richie; después, los dos la miraron a ella. A continuación, Richie se levantó.

– ¿Jilly?

– Hola, Richie.

– ¿Qué te has hecho en el pelo? Casi no te reconozco -Richie no esperó a la respuesta-. Hola, Max. ¿Por qué no os sentáis con nosotros?

Jilly no quería hacer semejante cosa.

– ¿Por qué no? -contestó Max.

Entonces, Jilly se dio cuenta de por qué Max había consentido. Una chica, con un escote hasta el ombligo, lo miraba como si quisiera comérselo. Quizá fuera por eso por lo que Jilly accedió a bailar con Richie, y con un ánimo que contradecía lo que sentía. Max, con los ojos clavados en aquel escote, no pareció darse cuenta.

– Oye, Jilly, estás guapísima -dijo Richie.

Una semana atrás aquellas palabras habrían enviado a Jilly a la estratosfera. Jilly miró volvió la cabeza y vio que Petra los observaba con expresión de querer matarla; y Jilly, que sabía lo cómo debía encontrarse, sintió compasión por ella.

– Richie, tú y Petra…

– Sí. Llevamos seis meses viviendo juntos. Es una chica estupenda.

Jilly esperó a sentir celos. Nada.

– ¿Quieres decir que hace lo que yo hacía por ti y encima te proporciona sexo?

A Richie le sorprendió un poco que fuera tan directa.

– Bueno… a ti y a mí nunca nos pasó eso, ¿verdad? Somos amigos, eso es todo.

– Sí, Richie, somos amigos. Aunque, si vuelves a humillarme como lo hiciste el otro día, te juro que contaré en público lo de aquella vez que te encerraste en los lavabos y te echaste a llorar.

– ¡Jamás lo harías!

– No cuentes con ello.

Richie se la quedó mirando un momento, después estalló en carcajadas.

– Dios mío, Jilly, cuánto te he echado de menos -y la abrazó.

Max no les había quitado los ojos de encima y, cuando Rich Blake estrechó a Jilly en sus brazos, se dio cuenta de que no podía quedarse allí un minuto más. Se sacó el bolígrafo del bolsillo de la chaqueta y escribió una nota.

– Petra, ¿te importaría darle esto a Jilly?

– ¿Te vas ya?

– Sí, la rodilla me está matando y no quiero estropearle la noche. Estoy seguro de que Richie la acompañara a casa.

– Max, querido, ¿quieres acompañarme a mi casa? -preguntó la chica del escote mirándolo con la clase de ojos que, en otro tiempo, habrían tentado a Max.

– Por supuesto… -Max intentó recordar su nombre, pero se esforzó mucho, no le interesaba.

La chica casi no daba crédito a lo que le estaba pasando cuando Max la dejó en la puerta de su casa y la dejó ahí, rechazando educadamente la invitación a entrar a tomar una copa.

Jilly aún reía cuando volvieron a la mesa. Negó con la cabeza cuando alguien le ofreció una copa de champán. Entonces, Petra le pasó la nota.

– Es de Max -dijo Petra.

– ¿De Max? ¿Por qué? ¿Adónde ha ido?

– Ha dicho que le dolía la rodilla.

Pero Jilly ya había desdoblado el papel. Max había escrito: Buena suerte. Max.

– Ha llevado a Lisa a su casa -añadió Petra con cierto despecho-. Quizá ella le haya ofrecido darle un masaje. O algo por el estilo.

– ¿Lisa? -Jilly miró a su alrededor-. ¿Quién es Lisa?

Fue entonces cuando se dio cuenta de quién era Lisa. Y también se dio cuenta de que Max, después de verla bailar con Richie, había considerado cumplido su cometido y no le había costado mucho esfuerzo encontrar una distracción. Alguien con quien salir fotografiado en los periódicos del día siguiente. Quizá llevara tiempo sin desempeñar el papel de playboy; pero eso era algo que, como montar en bicicleta, nunca se olvidaba.

Jilly se quedó contemplando la copa de champán que tenía delante, luego la alzó, se la llevó a los labios y la vació sin respirar.

Richie insistió en abrirle la puerta del apartamento.

Eran más de las dos de la mañana; Jilly, por fuera, era todo risas, y ni siquiera podía meter la llave en la cerradura. Pero por dentro todo era silencio y frío porque, por mucho champán que hubiera bebido, ni el frío ni el vacío que sentía se habían disipado.

– Mañana vas a tener una resaca de muerte, Jilly. ¿En serio puedes quedarte aquí sola? -Richie giró la llave en la cerradura y la ayudó a entrar en el apartamento-. No me gusta dejarte sola en este estado.

– En serio, estoy bien.

– Siéntate aquí, te prepararé un café.

– No es necesario. No puedes tener a Petra esperando en el coche.

– Lo comprenderá.

Y Richie insistió en que se sentara mientras él le preparaba un café y la obligaba a tomárselo.

Desde el otro lado del patio, Max miraba por una de los ventanales. Había oído el coche, había visto a Richie, con él brazo alrededor de Jilly, llevarla hasta el apartamento. Había visto la puerta cerrarse y luego la luz. Y entonces, Max corrió las cortinas para no ver nada más.

A pesar del temblor de las manos y del castañeteo de dientes, Jilly pudo ver que no se desharía de Richie hasta que no se tomara el café. Se lo bebió lo más rápidamente que pudo.

– Ya está. Me lo he tomado todo. Ahora, vete. Richie seguía sin estar convencido.

– ¿Estás segura de que puedes quedarte sola? Podría llamar a Max…

– ¡No!

Jilly se puso en pie al momento. Podía ser que Max no estuviera en casa y prefería no saberlo.

– Por favor, Richie, vete. En serio que estoy bien.

Richie escribió un número en la cubierta de una revista.

– Éste es el teléfono de mi casa, llámame mañana por la mañana.