Выбрать главу

Jilly asintió, pero le pesó, la cabeza parecía a punto de estallarle.

– ¿Me lo prometes? -insistió Richie.

– Te lo prometo. Te llamaré. Y ahora, vete. Y no hagas ruido para no despertar al ama de llaves.

Después de quedarse fuera un rato hasta ver a Richie desaparecer, Jilly cerró la puerta. Se quitó el vestido, se quitó el maquillaje y se deshizo de todo lo que la había hecho sentirse especial aquella noche. Ahora sabía que era Max quien la había hecho sentirse especial. Sólo Max.

Debería habérselo dicho. No debería haber permitido que creyera que sentía nada por Richie que no fuera amistad. Había fingido sólo para estar cerca de Max, y ahora él y su rodilla mala estaban con Lisa. Y. los besos de Lisa eran mejores que los suyos.

Se puso la camiseta para dormir y se metió en la cama. La cabeza le dolía demasiado para pensar, pero por la mañana tendría que aclarar aquel asunto.

Jilly se despertó con dolor de cabeza. Entonces, recordó lo que había pasado la noche anterior y deseó seguir profundamente dormida.

Pero no lo estaba. Así que se levantó, puso a hervir agua, se tomó un par de aspirinas y se consoló al pensar que no estaba hecha para esa clase de vida. Claro que, de haber estado con Max, no se sentiría así.

Fue entonces cuando vio un sobre blanco que habían deslizado por debajo de la puerta. Antes de ver la letra sabía que era de Max. En el sobre ponía simplemente Jilly.

Abrió el sobre y leyó:

Querida Jilly:

Me alegro de que todo haya salido como tú querías. Siento no decírtelo en persona, pero me han llamado para un asunto, por lo que tengo que marcharme de Londres. Así pues, ya no estás obligada a trabajar para mí hasta que Laura regrese. No obstante, si lo deseas, puedes quedarte en el apartamento hasta fin de mes. Por favor, acepta mis mejores deseos para el futuro.

Max.

¿Mejores deseos? ¿Y el beso? ¿Y la forma como había bailado con ella? ¿Como la había abrazado?

Se quedó mirando la nota: tono amable, formal y un adiós. No podía creerlo. No podía ser que Lisa hubiera sido tan sensacional. ¿O sí?

Se puso el chándal, las zapatillas de deporte, salió de la casa y cruzó el patio hasta la cocina. Hamet levantó la vista de las verduras que estaba preparando para el almuerzo.

– ¿Dónde está?

– ¿Max? -Harriet parecía incómoda-. Creía que te había dejado una nota explicándote que ha tenido que marcharse de Londres.

– ¿Adónde? Quiero hablar con él.

– Se ha ido a Strasburgo, mañana por la mañana se reúne el comité de la Unión Europea. Ha hablado con la señora Garland antes de marcharse y lo ha arreglado todo para que la llames a la oficina mañana por la mañana con el fin de que te busque otro trabajo.

De repente, Jilly se sintió fuera de lugar. ¿Quién era ella para exigir hablar con Max como si fuera algo más que una secretaria temporal?

– ¿Te apetece algo para almorzar, Jilly?

– ¿Qué? No, no gracias, Harriet. Me marcho hoy. Y no te preocupes, lo dejaré todo ordenado antes de marcharme -Jilly hizo una pausa-. Y gracias por todo lo que has hecho por mí. Créeme, he estado muy a gusto aquí. Siento… siento no haber visto a Max.

– Ha sido una de esas cosas de urgencia…

– Sí, ya. Dejaré la ropa de la señora Fleming en el apartamento, Harriet. Si no te importa, te agradecería que la llevaras a la tienda de caridad.

– Por supuesto.

– Luego pasaré para devolverte las llaves.

– Échalas por la rendija para el correo si tienes prisa.

Jilly asintió y se marchó de la cocina. Durante un momento, Harriet se la quedó mirando. Después, Max se reunió con ella en la cocina.

– ¿Qué habrías hecho si hubiera aceptado tu invitación a almorzar, Harriet?

– Yo más bien diría, ¿qué habrías hecho tú? -Harriet se volvió para mirarlo-. Eres un idiota por dejarla marchar, Max.

Max sacudió la cabeza.

– Los idiotas no aprenden de sus errores. Puede que Charlotte no hubiera sido feliz aunque no se hubiera casado conmigo, pero es casi seguro que, por lo menos, estaría viva.

A punto de marcharse, el teléfono del apartamento sonó. Era Richie, no Max.

– Prometiste llamarme, Jilly. ¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien?

Jilly vaciló antes de contestar.

– Sí, Richie.

– ¿Estás segura, cielo? No pareces decirlo muy convencida.

– No me pasa nada que no solucionen un par de aspirinas. Supongo que no estoy hecha para esta clase de vida.

– Así que no vas a ir de juerga esta noche, ¿eh?

– ¿Otra juerga?

– Está es especial. Petra y yo hemos decidido casarnos.

– Oh, Richie, es una noticia maravillosa.

– Entonces, ¿vas a venir? Petra me ha pedido que te llame, quiere disculparse por no haber sido más amable contigo. Estaba celosa y…

– Lo comprendo, Richie. Y díselo. Pero no puedo ir, vuelvo a casa. Me has pillado de milagro, ya salía para la estación. Creo que no estoy hecha para Londres.

– ¿En serio? Yo creía que tú y Max. En fin, tú siempre has sabido lo que te conviene, cielo. Dale un abrazo muy fuerte a tu madre.

– Richie… cuida de Petra. En tu trabajo, se necesitas tener los pies en la tierra.

– ¿Aún dándome consejos? Oye, cielo, no vayas en tren. Deja que te pida un coche para que vuelvas a casa como una señora. Es lo menos que puedo hacer por ti después de lo que pasó el día del programa de televisión.

A punto de rechazar la oferta, Jilly cerró la boca. Era domingo, un mal día para viajar en tren debido a los retrasos por las obras que estaban realizando en las vías. Y Richie tenía razón, era lo menos que podía hacer.

– De acuerdo, Richie. Y gracias.

Harriet contestó la llamada del interfono.

– El coche del señor Blake ya está aquí para recoger a la señorita Prescott.

– La encontrará en el piso de encima del garaje -respondió Harriet, y apretó el botón para que la puerta de la verja se abriera.

Después, se volvió a Max que estaba en el umbral de la puerta del estudio.

– ¿Va a traer las llaves? -preguntó él.

– Las ha traído hace diez minutos, pero no ha entrado. Max, aún hay tiempo…

Pero Max ya había cerrado la puerta del estudio.

Capítulo 10

AMANDA GARLAND movió unos papeles que tenía encima del escritorio.

– Beth, ¿tenemos la hoja de trabajo de Jilly Prescott de la semana pasada?

– No, aún no está. Entre lo que tu hermano ha debido haberla hecho trabajar y lo de salir por las noches, no creo que haya tenido tiempo de rellenarla

– Eso a mí no me importa, es viernes y debería haberla enviado hace días. Llámala, ¿te importa? No, espera. Yo lo haré.

Amanda marcó el teléfono del despacho de su hermano.

– Oficina de Max Fleming, Laura Graham al habla.

– ¿Laura? ¿Qué demonios estás haciendo ahí? -las palabras se le atragantaron-. ¿Cómo está tu madre?

– Más o menos igual, pero Max no podía arreglárselas sin mí, así que ha contratado a una enfermera para que la cuide. Ya sabes cómo es con las chicas temporales…

Amanda alzó los ojos al techo. Laura Graham podía ser indispensable, ¿pero tenía que recordárselo siempre a todo el mundo?

– No lo comprendo, Laura. ¿Dónde está Jilly?

– ¿Jilly? ¿Jilly Prescott? Se marchó el domingo, ¿es que no lo sabías? Al parecer, se ha ido con su novio, un famoso de la televisión. Supongo que te llamará para que le pagues. Max le dijo que lo hiciera. Aunque puede que no necesite el dinero.

– Por favor, pásame a Max.

– Está hablando por la otra línea. La verdad, Amanda, si no te importa que te sea sincera, a Harriet y a mí nos tiene muy preocupadas -¿cómo si a ella no la tuviera preocupada?-. No come casi nada. Aunque supongo que tú ya lo sabes…