Estoy pensando que mañana me caso con Luisa, pero son las cinco y es hoy ya cuando me caso. La noche pertenece al día anterior en nuestro sentimiento, pero no en los relojes, el mío sobre la mesilla marca las cinco y cuarto, el despertador las cinco y catorce, ambos discrepan de la sensación que aún tengo, la sensación de ayer y no de hoy todavía. Dentro de siete horas. Quizá Luisa no duerma tampoco, desvelada en su habitación a las cinco y cuarto, sin encender la luz, a solas, podría llamarla, tan a solas como yo pero la asustaría, por última vez a solas salvo en ocasiones excepcionales y viajes, los dos viajamos mucho, habrá que cambiarlo, quizá creyera que la llamaba para cancelarlo todo en mitad de la noche, para echarme atrás y contravenir lo que es lógico y poner remedio a lo irremediable. Nadie puede estar seguro de nadie en ningún instante, nadie puede fiarse, y estará pensando " ¿Y ahora qué, ahora qué?", o estará pensando que no está segura de querer verme afeitarme a diario, hace ruido la máquina y en la barba me salen algunas canas, parezco más viejo cuando no me afeito y por eso me afeito a diario con ruido, lo haré al levantarme, es tarde y no estoy durmiendo y mañana debería tener buen aspecto, dentro de siete horas diré ante testigos, ante mi propio padre, que voy a quedarme al lado de Luisa, ante sus padres, que esa es mi intención, lo diré legalmente y en voz alta, y se tomará registro, y quedará constancia.'
—Eso digo yo —contesté a mi padre—. Y ahora qué.
Ranz sonrió aún más y dejó bailando en el aire una aparatosa nube de humo no tragado.
Siempre fumaba así, ornamentalmente. I
—Esa chica me gusta mucho —dijo—. Me gusta más que ninguna de las que me has traído a lo largo de todos estos años de picaflor absurdo, no, no protestes, picaflor. Me divierto con ella, lo cual no es frecuente entre personas tan alejadas de edad, aunque no sé si hasta ahora me ha hecho tanto caso porque iba a casarse contigo, o porque no sabía si iba a hacerlo, como tú habrás sido amable con esos idiotas de padres suyos y dejarás de serlo al cabo de unos meses, supongo. El matrimonio lo cambia todo, el menor detalle, incluso en estos tiempos en que creéis que no. Lo que ha habido entre vosotros hasta ahora no tendrá demasiado que ver con lo que habrá en los próximos años, lo verás ya un poco a partir de mañana mismo. A lo sumo os quedarán viejas bromas gastadas de entonces, sombras, que no siempre os será fácil recuperar. Y el afecto profundo, claro. Echaréis de menos estos meses pasados en que hacíais alianzas contra los demás, contra cualquiera, pequeñas burlas compartidas quiero decir dentro de unos años las únicas alianzas serán contra el uno el otro. Bien, nada grave, no te preocupes, los resentimientos inevitables de la vida en común prolongada, un fastidio soportable y al que en todo caso no se suele querer renunciar. Hablaba pausadamente, como solía, buscando algunas palabras con mucho cuidado (picaflor, alianzas, sombras) no tanto para ser preciso cuanto para causar efecto y asegurarse de ser escuchado con atención. Obligaba a estar alerta, incluso si uno había oído mil veces lo que estuviera diciendo. Sin embargo esto no lo había dicho nunca, que yo recordara, y me sorprendió el tono ambiguo que empleaba, irónico como de costumbre pero menos afable que de costumbre: sus comentarios rozaban los del aguafiestas, por mucho que en algunos momentos yo hubiera pensado parecidas y peores cosas desde que Luisa y yo habíamos fijado la fecha de aquel día que ya era hoy. También las había pensado mejores, no es lo mismo escucharlas.
—Bien me lo pones —le dije—. Bien me animas, no esperaba esto de ti; fuera te he visto más contento.
—Oh, lo estoy, lo estoy, créeme, lo estoy muchísimo, pregúntale a cualquiera, llevo todo el día celebrándolo, desde antes de la ceremonia. A solas en casa, antes de salir, brindé por vosotros ante el espejo con una copa de vino del Rhin, un Riessling, abrí la botella sólo por eso, se echará a perder el resto. Ya ves cómo me alegro, echar a perder una buena botella por un pequeño brindis solitario y matinal.
Y después de decir esto levantó las cejas con expresión inocente, la inocencia esta vez compuesta por una mezcla de ufanía y fingido asombro.
—¿Qué es lo que me quieres decir, entonces?
—Nada de particular, nada de particular. Quería quedarme contigo a solas unos minutos, no nos echarán de menos, después de la ceremonia ya no tenemos ninguna importancia, las fiestas de boda pertenecen a los invitados, no a los que se casan y las organizan. Ha sido buena idea venir aquí, ¿verdad? Sólo quería preguntarte lo que te he preguntado, ¿y ahora qué? Pero tú no me contestas. —Ahora nada —dije yo. Estaba levemente irritado por su actitud, y también tenía ganas de regresar al lado de Luisa y de mis amigos, la compañía de Ranz no me aliviaba en la medida en que necesitaba de algún alivio. En un sentido era propio de mi padre retenerme aparte en el momento más inoportuno, en otro era impropio. Era un poco impropio que no se hubiera limitado a darme una palmada en el hombro y a desearme ventura, aunque hubiera sido retóricamente y durante varios minutos. Se estiró las medias de sport por encima del pantalón antes de cruzar parsimoniosamente las largas piernas.
—¿Nada? ¿Cómo nada? Vamos, así no se puede empezar, algo se te ocurrirá, has tardado en casarte y por fin lo has hecho, quizá no te das cuenta. Si lo que temes es hacerme abuelo no te preocupes, creo no tener una edad inadecuada para tal tarea.
—¿Te referías a eso, ahora qué?
Ranz se tocó su pelo polar con un poco de presunción, como hacía a veces sin proponérselo. Se lo colocaba mejor o más bien hacía ademán de colocárselo, apenas si se lo rozaba con las yemas de los dedos, como si su intención inconsciente fuera arreglárselo pero el contacto le diera temor y le hiciera tomar conciencia. Llevaba peine pero no lo usaba ante testigos, aunque el testigo fuera su hijo, el niño que ya no lo era o a sus ojos seguía siéndolo pese a haber consumido la mitad de su vida.
—Ah, no, en absoluto, y no tengo ninguna prisa, ni debéis tenerla vosotros, no es que quiera inmiscuirme pero es mi parecer. Sólo quiero saber cómo afrontas esta situación nueva, justo ahora, cuando llega. Eso es todo, curiosidad.
Y abrió las manos alzándolas ante mí, como quien muestra que va desarmado.
—No lo sé, no la afronto de ninguna manera, te lo diré más adelante. Eso es lo esperable, creo yo, que en el día de hoy no me pregunte.
Estaba apoyado en la mesa, sobre ella habían quedado las firmas inútiles de los testigos tardíos. Me incorporé un poco la primera señal de que daba la conversación por concluida y quería volver a la fiesta; pero él no acompañó mi gesto apagando a su vez el cigarrillo o descruzando las piernas. Para él la charla debía proseguir un poco más. Pensé que quería decirme algo concreto pero no sabía cómo o no estaba convencido de querer decírmelo. Eso sí era enteramente propio de Ranz, que en muchas ocasiones obligaba a otros a contestar a I preguntas que él no formulaba, o a sacar algún tema por él no mencionado, aunque fuera ese tema lo único que rondara su llamativa cabeza de polvos de talco. Yo lo conocía demasiado para facilitárselo.