La carta estaba escrita en inglés y a máquina y no decía gran cosa, el tono era desenvuelto pero educado, hasta un poco sobrio para esa clase de correspondencia. El individuo había visto el anuncio de Berta en la sección de personáis de una revista mensual y se mostraba interesado en establecer contacto. Mencionaba que iba a estar en la ciudad un par de meses (lo cual, se daba cuenta, podía ser un atractivo pero también disuasorio), y añadía que sin embargo venía a Manhattan con bastante frecuencia, varias veces al año (lo cual era prometedor y cómodo, decía, garantizaba que no iba a ser un agobio). Como si no tuviera costumbre de escribir este tipo de cartas e ignorara que lo normal es empezar utilizando un pseudónimo o un apodo o las iniciales, se disculpaba por firmar sólo 'Nick' (la firma a mano), y lo justificaba aduciendo que, al trabajar 'en una arena o campo muy visible o expuesto ('as I work in a very visible arena', eran sus palabras exactas), debía ser muy discreto de momento, si no reservado, si no secreto. Así decía, 'si no reservado, si no secreto'. Tras leer la carta le dije a Berta lo que Berta esperaba: —Esta carta la ha escrito un español.
El inglés era bastante correcto, pero con algunas indecisiones, una falta inconfundible y varias expresiones no ya poco inglesas, sino que parecían una traducción demasiado literal del castellano: tanto Berta como yo como Luisa estábamos muy acostumbrados a detectar estas transparencias de nuestros compatriotas cuando hablan o escriben lenguas. Si el hombre era español, sin embargo, resultaba caprichoso o absurdo que se dirigiera a Berta en inglés, ya que el anuncio que ella iba poniendo y pagando cada mes en esa revista proclamaba antes que nada su origen: 'Young woman from Spain...', así empezaba, aunque se avergonzaba un poco, a la hora de las citas, de haberse presentado como 'young' todavía: al salir se encontraba asquerosa y se veía todas las arrugas, hasta después del colágeno, hasta las que no existían. De la carta de 'Nick' la intrigaba sobre todo la 'arena muy visible'.
La verdad es que desde el comienzo de su trato o pretratos con desconocidos nunca la había visto tan excitada tras un primer contacto. '¡Una arena muy visible!', exclamaba y repetía riendo un poco, a medias por lo pretencioso y cómico de la frase, a medias por el entusiasmo de la esperanza. '¿En qué trabajará? Una arena muy visible, eso suena a cine o televisión. ¿Será un locutor? Hay varios que me gustan, pero claro, si es español entonces ya no sé, no los conozco, pero a lo mejor tú sí. Se quedaba pensando, y al cabo de un rato añadía: 'A lo mejor es un deportista, o un político, aunque no creo que un político se arriesgue a estas cosas. Aunque en España la gente es muy descarada. Decir que trabaja en una arena muy visible es como decir que es famoso. Por eso querrá hacerse pasar de entrada por americano. ¿Quién podrá ser?'. —Puede que lo de la arena sea falso, una artimaña para darse aires y despertar interés. Contigo lo está consiguiendo.
—Puede ser, pero en todo caso la expresión tiene su gracia. Arena. Aunque es muy americana, y si es español, ¿de dónde la habrá sacado? —De la televisión, donde se aprende todo. También puede que no sea nada famoso pero él crea que sí lo es. A lo mejor es un agente de bolsa, o un médico, o un empresario, y se cree importante y por ello expuesto, cuando nadie conoce a esa gente, sobre todo aquí en América.
Yo le jaleaba los hallazgos y las ilusiones, era lo menos que podía hacer. Esto es, lo menos que podía hacer era escucharla, prestar atención a su mundo, alentarla, dar importancia a las cosas a las que se la daba ella y mostrarme optimista, esa es la función primera de la amistad, a mi parecer. —A lo mejor es un cantante —decía ella. —A lo mejor es un escritor —contestaba yo.
Berta contestó al apartado de correos que 'Nick' le indicaba, 'P.O. Box', así se llama un apartado en inglés, todo el mundo los utiliza, hay millones de ellos repartidos por todo el país. Pero si durante mis estancias Berta no dejaba de enseñarme ninguna carta ni vídeo de corresponsal ninguno, no hacía lo mismo con sus respuestas escritas, que enviaba sin guardar copia y sin dejarme ver, y yo lo entendía, pues uno puede tolerar el juicio sesgado de los propios actos nunca visibles íntegramente y que cesan, pero no de las propias palabras íntegramente legibles y que permanecen (aunque el juicio frontal sea involuntario y benévolo por parte de quien lo forma, y no lo exprese).
Unos días más tarde le llegó la respuesta a su respuesta, otra carta que no dejó de mostrarme. Seguía estando en decoroso y dubitativo inglés, lengua en la que también Berta le había escrito, según me dijo, para no herirlo en sus conocimientos lingüísticos ni decepcionarlo, y era más breve y más salaz como si mi amiga lo hubiera invitado a ello, o tal vez no quizá en el segundo paso las mínimas formas imprescindibles en todo primer contacto tendían a desaparecer. Ahora no firmaba 'Nick', sino 'Jack', nombre que prefería 'esta semana', decía, y el nombre estaba de nuevo a mano, la c y la k eran idénticas en los dos. Le pedía ya un vídeo para conocer su rostro y su voz, y se disculpaba por no mandarlo todavía él (luego debía de haber sido Berta quien se lo había solicitado en primer lugar): al estar aún instalándose para sus dos meses en la ciudad, no había tenido tiempo de comprar una cámara o enterarse de en qué tipo de establecimiento podían hacérselo, lo enviaría la próxima vez.
En esta ocasión no hacía ninguna referencia a su arena ni contaba nada más de sí mismo, sólo hablaba un poco de Berta, a la que se dedicaba a imaginar brevemente (tres líneas) en la intimidad. Aún empleaba términos cursis y no groseros, frases propias de canciones confidenciales: 'Anticipo ya el momento de desnudarte y acariciar tu piel suave', cosas así.
Sólo al final, justo antes de la firma, 'Jack' se despedía con una picardía brutal, como si no hubiera podido contenerse: 'Quiero follarte', decía en inglés. Pero a mí me pareció que aquello estaba escrito en frío y a modo de recordatorio inclemente, no fuera a pensarse Berta que eso podía no figurar en el programa que estaban confeccionando.
O quizá era una manera de eliminar las previas cursilerías melódicas, o de calibrar el aguante y el vocabulario (la tolerancia léxica) de su corresponsal. Berta tenía aguante y humor para eso y más: seguía riéndose, le brillaban los ojos, cojeaba menos, se sentía halagada olvidando por un instante que para aquel hombre que la deseaba o quería follarla ella todavía no era más que unas letras, unas iniciales, la promesa de alguien, 'BSA', unas palabras escritas en una lengua que no era la de ella ni la de él; y que una vez que él la viera o viera su vídeo y ella fuera algo más, podría no ser ya deseada o ni siquiera follable, como le había ocurrido en alguna ocasión; y que después de cumplirse el deseo —si se cumplía— podía ser rehuida, como le pasaba casi todas las veces desde hacía tiempo, no sabía o no quería saber por qué.
Era consciente de todo eso (pasado el instante), pero contestó a 'Jack' como había contestado a 'Nick' y le mandó una copia de su vídeo de agencia y se puso a esperar. Durante los días de espera estaba nerviosa pero también animada, cariñosa conmigo como lo son las mujeres cuando tienen una ilusión, aunque ella conmigo siempre lo es. Una tarde que yo volví del trabajo antes que Berta y recogí el correo de su buzón se delató más que nunca. Nada más abrir la puerta y guardar la llave en el bolso (y no abandonarse en seguida a los andares domésticos, se lo impedía la concentración), vino a mí y me preguntó a toda prisa, sin saludarme antes:
—¿Has cogido tú el correo o es que no había nada?
—Lo he recogido yo. Está ahí en la mesita lo que hay para ti. Yo he tenido carta de Luisa.
Corrió a esa mesita y miró los sobres (uno, dos y tres), y ya no abrió ninguno hasta que se hubo despojado de la gabardina y hubo pasado por el cuarto de baño y por la nevera y se hubo calzado unos mocasines que la desequilibraban más.
Aquella noche no salimos ni ella ni yo, y mientras yo miraba el concurso Family
Feud en la televisión y ella leía (no Kundera por suerte), me dijo:
—Qué idiota estoy, estoy alterada, se me olvidan las cosas, antes he creído que
podía haber en el correo algo de Arena Visible. Si me escribe lo hará al apartado,
no aquí, no sabe mis señas ni tampoco mi nombre, qué despistada estoy. —Se
interrumpió un segundo y en seguida añadió—: ¿Tú crees que volverá a
contestar?
—Seguro que sí. Cómo no va a escribir después de verte en el video —le contesté
yo.
Se quedó callada, siguió conmigo una prueba de Family Feud. Luego dijo: —Cada vez que espero una respuesta me horroriza la idea de que no la haya y también de que llegue. Todo resulta luego un desastre, pero mientras está todo por suceder tengo la impresión de la absoluta limpieza y la infinita posibilidad. Me siento como con quince años, no me cabe el escepticismo, es raro. No puedo evitar hacerme ilusiones. La mayoría de los tipos con los que luego me encuentro son impresentables, tipos repugnantes, a veces acabo saliendo y yendo a cenar con ellos y más allá sólo porque vienen precedidos por la espera y las cartas, de no ser así ni cruzaría la calle en su compañía. Supongo que ellos sentirán lo mismo respecto a mí. —Hizo una pausa, o quizá atendió a otra pregunta de Family Feud. Luego continuó—; Por eso el estado perfecto es el de la espera y el de la ignorancia, lo malo es que si supiera que ese estado iba a durar indefinidamente entonces ya no me gustaría tampoco. Fíjate, de pronto hay un tipo que por la razón que sea me hace particular gracia, sin saber nada de él, como este Nick o Jack, por qué se le habrá ocurrido cambiar de nombre, no es lo habitual. Mientras no lo conozco, sobre todo antes de ver su vídeo si lo manda, o su fotografía, me siento casi feliz.