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El cuello del albornoz dejaba ver un triángulo de su pecho, también muy velludo y con algunas canas, pocas, el vello era oscuro predominantemente. Con aquel albornoz y con tanto pelo me recordó a Sean Connery, el gran actor, un héroe de mi niñez: cuando hacía de agente con licencia para matar, frecuentemente estaba en toalla o en batín o en kimono, si no recuerdo mal.

Al instante le puse al hombre sin rostro la cara de Connery, es difícil oír hablar a alguien en televisión sin imaginar sus rasgos. En un momento de la grabación entró en cuadro su barbilla porque la bajó, muy pocos segundos, parecía partida sin llegar a estarlo, una sombra de hoyuelo, una muesca, la hendidura en el hueso pero no en la piel, que sin embargo la transparentaba (no recuerdo si el actor Sean Connery tiene el mentón partido). Durante más de un minuto se vio la imagen casi inmóvil del torso con los brazos cruzados (pero respiraba) y no se oyó nada, como si el hombre hubiera puesto en marcha la cámara antes de estar preparado para decir sus palabras, o quizá estuviera meditándolas, o memorizándolas. En realidad se oía muy al fondo una música, como si a lo lejos hubiera una radio o televisión encendidas. Estaba ya a punto de hacer avanzar la cinta aceleradamente para ver si aquello cambiaba y había o no algún mensaje cuando por fin 'Bill' arrancó a hablar. Su voz era vibrada. Tendía al susurro pero era un poco aguda, casi chillona, no parecía muy adecuada para un hombre velludo ni desde luego para Sean Connery. Su nuez se movía. Hacía pausas extrañas al habla, como si antes de enfrentarse al vídeo hubiera redactado su texto con frases sencillas y cortas y lo estuviera recitando. A veces las repetía, era difícil saber si como recurso estilístico o involuntariamente, para corregir su pronunciación. El efecto era sombrío. Las frases no sólo eran cortas, sino que sonaban cortantes. Su voz era como una sierra. Su voz era como la de La Habana a través del balcón y el muro, como la de Guillermo, cuya traducción es William, cuyo diminutivo es Bill y no Nick o Jack. 'He recibido tu vídeo, gracias', decía esa voz en su inglés inteligible pero españolizado al que él habría traducido y del que traduzco yo ahora, pasado el tiempo. 'La verdad es que promete mucho. Eres muy atractiva. Pero eso es lo malo. Que sólo promete. No es bastante. No es bastante. Por eso yo te mando también algo parcial. Incompleto. Para ti ver mi cara sería como para mí ver tu cuerpo. Tu cuerpo. A las mujeres os importa la cara. Los ojos. Eso decís. A los hombres la cara con cuerpo. O el cuerpo con cara. Eso es así. Ya te dije que trabajo en una arena muy visible.' ('A very visible arena', decía otra vez, y la última palabra la pronunciaba a la española, no podía evitarlo por el español origen de la palabra. Me eché hacia atrás. Se me arrugó más la gabardina.) 'Muy visible. No puedo darme a conocer a nadie desconocido así como así. Si no estoy convencido de que vale la pena. Para saberlo tengo que verte entera. Entera. Tengo que verte desnuda. Con el mayor detalle posible. Dices que sufriste un accidente. Dices que cojeas un poco. Un poco. Pero no me dejas ver cuán poco es ese poco. Quisiera ver esa pierna herida. Cómo ha quedado. Ver tus tetas. Tu coño. Si es posible bien abierto. Ver tus tetas. Tu coño. Deben de ser preciosos. Sólo después de verlos podríamos hacer una cita. Eso es así. Si tus tetas y tu coño y tu pierna me convencen de que vale la pena correr el riesgo. Si aún te sigue interesando. Quizá ya no quieras seguir con esto. Pensarás que soy muy directo. Brutal. Cruel. No soy cruel. No puedo perder mucho tiempo. No puedo perder mucho tiempo. No puedo correr riesgos inútiles. Me gustas. Eres muy guapa. Te lo digo de verdad. Eres muy guapa. Me gustas mucho. Pero con lo que me has mandado sé tan poco de ti como tú ahora de mí. He visto muy poco de ti. No soy cruel. Quiero ver más. Mándame eso. Mándamelo. Entonces me dejaré ver. Si vale la pena. Creo que la valdrá. Sigo queriendo follarte. Ahora más. Ahora más. Eso es así'. La grabación continuaba durante unos segundos, ya sin voz, el mismo plano de siempre, el triángulo velludo y los brazos cruzados, el reloj negro en la muñeca derecha, la nuez quieta que se había movido al hablar, las manos ocultas, no pude ver si llevaba alianza en el anular, como llevaba Guillermo, se la había visto desde mi balcón. Luego el torso se levantó y salió de campo por su izquierda (siempre el largo albornoz), y durante unos segundos más pude ver lo que hasta entonces había tapado, una almohada, una cama grande o de matrimonio deshecha, a cuyos pies él se había sentado para la filmación. Inmediatamente después la pantalla quedó rayada y el indicador cronométrico se paró, era una cinta virgen, una de esas de quince o veinte minutos que van sustituyendo a las cartas o quizá a las fotos, puesto que las cartas ya fueron sustituidas con anterioridad. Al apagar la pantalla y perder su luz, mucho más fuerte que la de la lámpara de leer, vi a Berta a mis espaldas, reflejada en el cristal ahora oscuro, y me volví. Estaba de pie en bata, con cara de sueño o más bien de insomnio, cuántas veces habría visto y oído el vídeo antes de mi llegada, y ahora había salido de su dormitorio para verlo de nuevo, en mi compañía o mientras yo lo veía por primera vez. Tenía las manos en los bolsillos de la bata, estaba descalza, con el pelo alborotado por las vueltas que habría dado sobre la almohada, estaba guapa, sin maquillar. Cojearía si andaba, estaba descalza. No se movió. Se me había ido de la cabeza la música de mis bailes, pero no la Cuba de la conversación. Sacó las manos de los bolsillos y cruzó los brazos como había hecho 'Bill' para dirigirse a ella y no dejarse ver; apoyó la espalda contra la pared y me dijo: —Así que ya ves.

Mi gabardina se estaba poniendo hecha un asco. Me levanté. —Ya veo —dije yo.

En los días siguientes esperé a que fuera Berta quien volviera a hablar de él, de 'Nick' o 'Jack' o 'Bill' o 'Arena Visible' o quizá Pedro Hernández, o tal vez Guillermo de Miriam, aunque en seguida tendí a olvidar esta posibilidad, pues siempre desconfiamos de nuestra primera impresión cuando es respecto a algo o alguien que nos impone una segunda y una tercera y más, alguien cuyas palabras o imagen se quedan en nuestra memoria demasiado tiempo, como una canción bailable que baila en nuestro pensamiento. Pero durante esas fechas, durante el fin de semana inmediato (sábado y domingo enteros), Berta no dijo nada o no quiso sacar el tema de conversación, anduvo por la casa y salió como distraída, no de mal humor pero sin tenerlo bueno, sin el nerviosismo alegre de las jornadas de espera, acaso preguntándome más de lo que solía, por mis planes, por mi matrimonio v mi casa aún recientes, por B. padre y por Luisa, a la que no conocía más que de foto y teléfono. Si yo pensaba en 'Bill' a menudo, pensaba, ella no podría hacer otra cosa que pensar en él, era a ella a quien había hablado desde su albornoz, era a ella a quien quería ver más antes de acceder a verla, aquel hombre que precisaba de tantas certezas. Nadie utilizó el vídeo aquel fin de semana, como si fuera de mal agüero o estuviera contaminado, y la cinta de 'Bill' permaneció en su interior sin que nadie la rebobinara ni la sacara, otra vez en su término,' como la había encontrado primero y luego dejado yo.

El lunes, sin embargo, cuando ambos habíamos regresado al trabajo por la mañana, al llegar a casa por la tarde me encontré a Berta, también ella recién llegada (el bolso aún abierto, en el bolso la llave, la gabardina quitada pero sobre el sofá), con el vídeo en la pantalla. Estaba mirándolo una vez más y haciendo paradas, iba deteniéndolo aquí y allá inútilmente, ya que, como he explicado, la imagen era invariable durante los tres o cuatro minutos de su duración. Los días ya eran bastante cortos, anochecía, era lunes, el trabajo de la Asamblea había sido agotador para mí, supuse que para ella también, después se necesita una distracción, no escuchar. Pero Berta escuchaba aún. No dije nada, sólo saludé, pasé a mi cuarto, pasé por el cuarto de baño, me refresqué, al volver al salón ella seguía estudiando la cinta, parándola y haciéndola avanzar un poco para pararla otra vez.

—¿Te has fijado en que en un momento dado se le ve la barbilla? —me dijo—. Aquí. —Tenía congelada la imagen en que 'Bill' inclinaba el mentón dejando que apareciera en cuadro.

—Sí, ya me fijé la otra noche —respondí—. La tiene casi partida.

Aguantó la pregunta un segundo (pero fue sólo un segundo).

—Sólo con esto no podrías reconocerlo, ¿verdad? Si lo vieras de pronto, quiero

decir. Si le vieras la cara en otro lugar.

—Pues no, cómo podría reconocerlo —dije yo—. ¿Por qué?

—¿Ni siquiera sabiendo que se trataba de él? Sabiéndolo antes, quiero decir, que tenía que ser él.

Miré en la pantalla el mentón suspendido. —Sabiéndolo quizá sí, quizá podría confirmarlo. ¿Por qué?

Berta canceló el vídeo con el mando a distancia y la imagen desapareció (la imagen que podría volver a su voluntad). Volvía a tener la mirada encendida o móvil.

—Mira, este tipo me tiene intrigada. Es un cabrón, pero estoy pensando en mandarle lo que me pide. Nunca lo he hecho con nadie, ninguno se había atrevido a pedirlo así, de ese modo, y yo nunca he respondido a las escenificaciones guarras con otra mía del mismo género, te puedes imaginar. Pero en realidad podría ser divertido, hacerlo por una vez. —Berta no quería esforzarse en buscar argumentaciones, por eso se interrumpió y simplemente cambió de tono: sonrió— Así quedaría mi cuerpo para la posteridad, aunque fuera una posteridad muy breve, todo el mundo acaba borrando las cintas y volviéndolas a utilizar. Pero sacaría copia para mi vejez.