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– Envíen el ataúd a la dirección de la tapa -gritó Bill por encima del hombro-. El hotel Silent Shore.

El Silent Shore era el único hotel en la zona de Dallas que disponía de las instalaciones precisas para acomodar a clientes vampiros. Era uno de los viejos hoteles del centro, o eso es lo que decía el folleto, no es que yo hubiera estado antes en el centro de Dallas o en ninguno de sus hoteles antiguos.

Nos detuvimos en el hueco de la escalera de un tramo corto, que conducía al pasillo principal.

– Ahora dime -exigió.

No dejé de mirarlo mientras le relataba el extraño incidente de principio a fin. Estaba blanco. Debía de encontrarse hambriento. Sus cejas parecían negras en contraste con la palidez de su piel, y sus ojos parecían de un castaño más oscuro del que en realidad eran.

– ¿No lo escuchaste? -Supe que Bill no se refería a mis oídos.

– Aún estaba escudada a consecuencia del viaje en avión -respondí-. Y para cuando comencé a sospechar, e intenté leer lo que pensaba, saliste de tu ataúd y se largó. Antes de que corriera recibí un sentimiento de diversión… -Vacilé, pues sabía que esto no era muy lógico.

Bill esperó. No le gusta desperdiciar palabras. Siempre me deja terminar lo que estoy diciendo. Dejamos de andar durante un segundo, cerca de la pared.

»Creo que estaba allí para secuestrarme -dije-. Sé que suena estúpido. ¿Quién sabría quién soy en Dallas? ¿Quién sería capaz de localizar el avión? Pero esa es la impresión que tengo.

Bill enterró mis manos calientes entre las suyas, frías. Crucé mis ojos con los suyos. No soy tan baja, ni él tan alto, pero aun así he de mirarlo hacia arriba. Y me llena de orgullo poder hacerlo sin caer hechizada. A veces desearía que Bill pudiera darme nuevos recuerdos (por ejemplo, no me importaría que me hiciera olvidar el asunto de la ménade), pero no es capaz.

Bill pensaba sobre lo que le había dicho y lo almacenaba por si en el futuro hacía falta.

– ¿Así que el vuelo fue aburrido? -inquirió.

– En realidad fue muy excitante -admití-. Después de asegurarme de que la gente de Anubis te metió en el avión y yo subí en el mío, una mujer nos dijo qué hacer en caso de accidente. Me tocó sentarme al lado de la puerta de emergencia. Dijo que nos cambiáramos de sitio si creíamos no ser capaces de manejar la puerta. Pero yo pensé que sí lo sería. ¿Una puerta de emergencia? Tirado. Me trajo una copa y una revista. -Pocas veces voy a un bar, ya que trabajo en uno, así que disfruté con que me sirvieran.

– Estoy seguro de que podrías encargarte de eso y de cualquier otra cosa, Sookie. ¿Tuviste miedo en el despegue?

– No, estaba preocupada por lo de esta noche. Aparte de eso, todo fue como la seda.

– Siento no haber estado contigo -murmuró. Su voz fría y líquida fluyó en torno a mí. Me apretó contra su pecho.

– No importa -dije con la boca pegada a su cuerpo, sinceramente-. Es la primera vez que vuelo, es normal que esté nerviosa. Pero todo salió bien. Hasta que aterrizamos.

Podía quejarme y lamentarme, pero me alegraba muchísimo de que Bill se hubiera levantado a tiempo en el aeropuerto para salvarme. Cada vez me sentía más como la típica paleta de campo.

No volvimos a mencionar al cura, pero sabía que Bill no lo había olvidado. Me guió en la recogida de nuestro equipaje y en la búsqueda de transporte. Si por él hubiera sido, se hubiera encargado de todo dejándome al margen, pero como le recordaba cada cierto tiempo, tenía que hacer esto por mí misma, sobre todo si íbamos a repetirlo.

A pesar de que el aeropuerto parecía increíblemente populoso, lleno de gente que daba la impresión de estar molesta y contrariada, conseguí seguir las señales con un poco de ayuda de Bill, después de reforzar mi escudo mental. Ya tenía bastante con verlos, como para encima tener que soportar sus pensamientos. Dirigí al mozo que llevaba nuestro equipaje (que Bill podía haber cargado con un solo brazo) hasta la parada de taxis, y Bill y yo estábamos de camino al hotel cuarenta minutos después del incidente del aeropuerto. El personal de Anubis había jurado y perjurado que tendríamos el ataúd de Bill en tres horas como mucho.

Ya veríamos. Si no cumplían, tendríamos derecho a un vuelo gratis.

Había olvidado lo impactante que era Dallas desde la última vez que la vi hará unos siete años, cuando me gradué. Las luces de la ciudad y la actividad que bullía en sus calles impresionaban. Miraba embobada por la ventana cuando Bill me sonrió con irritante condescendencia.

– Estás preciosa, Sookie. Tus ropas son las adecuadas.

– Gracias -contesté, aliviada y complacida al tiempo. Bill había insistido en que necesitaba tener apariencia de «profesional», y después de que yo quisiera saber «¿profesional de qué?», me había echado una de esas miradas suyas. Así que llevaba un traje gris con camisa blanca, pendientes de perlas, bolso negro y tacones. Hasta había recogido el pelo por detrás de la cabeza con uno de esos hairagamis que había encargado por la tele. Mi amiga Arlene me había ayudado. En mi opinión, sí daba el pego como profesional (una profesional empleada de funeraria), pero a Bill le gustaba. Y lo cargué todo a cuenta de Tara's Togs, ya que se trataba de un gasto de negocios. Así que no me podía quejar por el dinero.

Hubiera estado mucho más cómoda con el atuendo de camarera. Donde estén unos shorts y una camiseta, que se quiten todos los vestidos del mundo. Y en lugar de estos malditos tacones llevaría mis Adidas. Suspiré.

El taxi nos dejó en el hotel, y el conductor salió para sacar el equipaje. Había suficiente para tres días. Si los vampiros de Dallas habían seguido mis indicaciones, estaría en Bon Temps a la noche siguiente, a salvo de la política vampírica…, al menos hasta que Bill recibiera una llamada telefónica. Pero era mejor traer ropa de sobra por sí acaso.

Me deslicé por el asiento para salir detrás de Bill, que ya estaba pagando al taxista. Un botones uniformado del hotel estaba cargando el equipaje en una carretilla. Volvió su rostro hacia Bill y dijo:

– Bienvenido al hotel Silent Shore, señor. Mi nombre es Barry, y yo…

Entonces Bill se adelantó, y la luz del recibidor se derramó sobre su cara.

»… seré su botones -terminó Barry a duras penas.

– Gracias -le dije, para dar al chaval, que no tendría más de dieciocho años, un momento para recobrar la compostura. Las manos le temblaban. Tomé nota mental de averiguar la razón.

Para alegría mía, me di cuenta (después de un rápido barrido de la mente de Barry) de que era telépata. ¡Cómo yo! Pero tenía el mismo nivel de organización y desarrollo que yo tenía cuando contaba con, digamos, unos doce años. El chaval estaba hecho un lío. Apenas podía controlarse y sus escudos aún eran muy débiles. Sentía un fuerte rechazo hacia sí mismo. No sabía si agarrarlo y abrazarlo o darle una fuerte colleja. Entonces me di cuenta de que su secreto no me pertenecía. Miré en otra dirección y cambié el peso de pierna, como si estuviera aburrida.

– Llevaré su equipaje -murmuró Barry, y Bill le sonrió educadamente. Barry devolvió la sonrisa y luego volvió su atención al carrito de las maletas. Había sido la apariencia de Bill la que lo había inquietado, ya que no podía leer su mente, lo que constituía el principal atractivo de los vampiros para gente como yo. Barry iba a tener que aprender a no perder la compostura en presencia de vampiros, ya que trabajaba en un hotel que se ocupaba justo de alojar a ese tipo de clientela.

Algunas personas creen que todos los vampiros poseen una apariencia terrorífica. En mi opinión, eso depende del vampiro. Recuerdo que la primera vez que vi a Bill pensé que su apariencia era muy diferente, pero no le tuve miedo.