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No obstante, la que nos estaba esperando en el recibidor del Silent Shore sí que daba miedo. Me apuesto lo que sea a que consiguió que Barry mojara los pantalones. Ella se aproximó a nosotros después de registrarnos, cuando Bill guardaba la tarjeta de crédito en la cartera (trata de solicitar una tarjeta de crédito cuando tienes seiscientos años de edad; el proceso había sido un auténtico infierno). Yo me pegué con disimulo a Bill mientras le daba una propina a Barry, con la esperanza de que ella me ignorara.

– ¿Bill Compton? ¿El detective de Luisiana? -Su voz era tan calmada y fría como la de Bill, aunque mucho más monocorde. Llevaba muerta mucho, mucho tiempo. Era tan blanca como el papel y tan delgada como una tabla, y su vestido azul y dorado, que le llegaba hasta las rodillas, no es que sirviera de mucho para disimularlo. El cabello moreno trenzado (lo suficientemente largo como para tapar su trasero) y los ojos verdes enfatizaban aún más su condición.

– Sí. -Los vampiros no se dan la mano, aunque los dos establecieron contacto visual y asintieron de manera cortés, casi imperceptiblemente.

– ¿Esta es la mujer? -Es probable que entonces efectuara uno de esos gestos rapidísimos en mi dirección, ya que capté un borrón por el rabillo del ojo.

– Esta es mi compañera y socia, Sookie Stackhouse -respondió Bill.

Tras un momento, asintió para demostrar que lo había captado.

– Soy Isabel Beaumont -informó-, y después de que hayan llevado el equipaje a su habitación y estén preparados, han de acompañarme.

– Tengo que alimentarme -explicó Bill.

Isabel me miró con aspecto inquisitivo, sin duda preguntándose por qué yo no suministraba sangre a mi acompañante, pero no era de su incumbencia.

– Solo ha de llamar al servicio de habitaciones.

* * *

Una miserable mortal como yo tendría que tirar del menú. Pero teniendo en cuenta el tiempo disponible, sería mejor esperar a terminar el tema profesional antes de comer.

Después de colocar la ropa en el dormitorio (del tamaño justo para contar con un ataúd y una cama), el silencio en el pequeño salón se volvió algo incómodo. Había una diminuta nevera bien surtida con SangrePura, pero esa noche Bill no quería un sucedáneo.

– He de llamar, Sookie -dijo Bill. Habíamos hablado de esto antes de iniciar el viaje.

– Por supuesto. -Sin mirarlo, me retiré hacia el dormitorio y cerré la puerta. Tenía que alimentarse de otro que no fuera yo para así reservar fuerzas por lo que pudiera venir, pero no quería verlo; no me gustaba la idea. Después de unos pocos minutos, llamaron a la puerta y escuché a Bill dejar entrar a alguien: su comida. Hubo un ligero murmullo de voces y después un quejido ahogado.

Desafortunadamente para mi nivel de tensión, tenía el suficiente sentido común como para no lanzar el cepillo o uno de los malditos zapatos de tacón alto contra la pared. Tal vez se debiera a un resquicio de dignidad; por no hablar de que sabía cómo se pondría Bill. Así que abrí mi maletín y puse el maquillaje en el lavabo. Luego usé el baño, aunque no lo necesitaba de verdad. Había aprendido que los servicios eran opcionales en el mundo de los vampiros, por lo que aunque tuvieran a su disposición alguno, muchas veces se les olvidaba reponer el papel higiénico.

No tardé mucho en oír abrirse y cerrarse la puerta de nuevo, y Bill golpeó con los nudillos antes de entrar en el dormitorio. Tenía un matiz rosáceo en el rostro.

– ¿Lista? -inquirió. De repente comprendí que estaba a punto de afrontar mi primer trabajo para los vampiros, y me sentí asustada. Si no tenía éxito mi vida iba a volverse peligrosa, y Bill incluso más muerto de lo que ya estaba. Asentí, con la garganta seca por el nerviosismo.

– No te lleves el bolso.

– ¿Por qué no? -Lo miré atónita-. ¿A quién le va a importar?

– En los bolsos se pueden ocultar cosas. -Cosas como estacas, pensé-. Métete la llave de la habitación en… ¿Esa falda no tiene bolsillos?

– No.

– Bien, pues guárdala en tu ropa interior.

Levanté el dobladillo para que Bill viera la ropa interior que llevaba puesta. Disfruté con la expresión de su cara más de lo que pudiera expresar con palabras.

– Eso…, eso es… ¿un tanga? -Bill pareció preocupado de repente.

– Lo es. No veo la necesidad de ser profesional hasta ese punto.

– Y qué piel tan atractiva -murmuró Bill-. Tan bronceada, tan… suave.

– Sí, creí que no era requisito indispensable llevar una faja. -Deslicé el rectángulo de plástico, «la llave», bajo una de las tiras de la prenda.

– Ahí se te va a caer -dijo, con ojos brillantes y abiertos de par en par-. Es probable que nos separemos, así que tienes que llevarla contigo. Prueba en otro lado.

La puse en otro lado.

– Oh, Sookie. No es un lugar muy accesible, sobre todo si tienes prisa. Tenemos…, tenemos que irnos. -Bill consiguió deshacerse del trance en el que se hallaba.

– De acuerdo, si insistes… -respondí, a la vez que alisaba la falda del vestido.

Me echó una mirada lóbrega mientras daba golpecitos sobre sus bolsillos, como hacen los hombres cuando se aseguran de que lo llevan todo. Era un gesto muy humano, y me sorprendió de forma indescriptible. Nos asentimos mutuamente y marchamos por el pasillo hacia el ascensor. Isabel Beaumont estaría esperando, y yo tenía la impresión de que no estaba acostumbrada.

La vampira, que no aparentaba más de treinta cinco años, estaba justo en el mismo lugar donde la dejamos. Allí, en el hotel Silent Shore, Isabel se sentía libre para no ocultar su naturaleza sobrenatural, lo que incluía el permanecer totalmente inmóvil. La gente se mueve de un lado a otro de forma constante. Se sienten impelidos a realizar algún tipo de actividad. Los vampiros simplemente ocupan el espacio, y no se ven obligados a justificarlo. Cuando salimos del ascensor, Isabel daba la impresión de ser una estatua. Podías haber colgado tu gorro sobre ella, aunque no hubieras tardado en arrepentirte.

Alguna alarma se activó en su interior cuando estábamos a un par de metros de ella. Sus ojos giraron en nuestra dirección y movió la mano derecha. Fue como si le hubieran dado a su botón de «encendido»

– Vengan conmigo -dijo, y se dirigió hacia la puerta principal. Barry tuvo dificultades para abrirla antes de que la alcanzara. Me di cuenta de que sabía lo justo como para apartar los ojos de los de ella cuando pasó a su lado. Todo lo que has oído acerca de mirar directamente a los ojos de un vampiro es cierto.

Como cabía esperar, el coche de Isabel era un Lexus con todo el equipamiento posible. Los vampiros no van por ahí en un Geo cualquiera. Isabel aguardó hasta que me ajusté el cinturón de seguridad (ella y Bill no se molestaron en usar el suyo) antes de mover el coche, cosa que me sorprendió. Entonces nos dirigimos a Dallas a través de una carretera principal. Isabel no parecía muy habladora, pero después de llevar cinco minutos en el coche dio la impresión de salir de su ensimismamiento, como si recordara de repente que tenía órdenes.

Giramos hacia la izquierda. Vi una zona cubierta de césped y una vaga forma que quizá se tratara de alguna señal histórica. Isabel señaló a su derecha con un índice huesudo.

– La Biblioteca de Texas -dijo, y comprendí que se sentía obligada a informarme. Eso quería decir que se lo habían ordenado, lo cual resultaba muy interesante. Seguí su dedo y estudié el edificio de ladrillo con interés. Me llamó la atención que fuera tan anodino.

– ¿Esa es la loma cubierta de hierba? -resollé, excitada e impresionada. Era como si hubiera encontrado el Hindenburg u otro artefacto de fábula.

Isabel asintió, un movimiento apenas visible que solo aprecié porque su trenza se agitó.

– También tiene un museo.

Eso era algo que tenía que ver durante el día. Si nos quedábamos lo suficiente, daría un paseo hasta allí o cogería un taxi mientras Bill dormía.