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– ¿Y esta chica? -pregunté en su lugar. Aún estaba callada, pero se removía y agitaba. El vampiro hispano parecía lo único que la sostenía.

– Trabaja en el club donde fue visto por última vez. Es uno de nuestra propiedad: The Bat´s Wing. -Los bares son el negocio favorito de los vampiros, como es lógico, ya que se llenan de noche. Por no decir que una tintorería de vampiros no tiene el mismo atractivo que un bar repleto de ellos.

En los últimos dos años, los bares de vampiros se habían convertido en el lugar de moda para los noctámbulos. Los patéticos humanos que se habían obsesionado con los vampiros (los «colmilludos») revoloteaban por estos bares, a menudo disfrazados, con la esperanza de atraer la atención de los de verdad. Los turistas acudían para ver a los colmilludos y los no-muertos. No eran los lugares más seguros donde trabajar.

Miré al vampiro hispano y le indiqué una silla al lado de la mesa. Llevó la chica hasta allí. La miré, preparándome para sumergirme en sus pensamientos. Su mente no disfrutaba de protección alguna. Cerré los ojos.

Su nombre era Bethany. Tenía veintiún años y se consideraba a sí misma una chica rebelde, una chica mala. No tenía ni idea del berenjenal en el que se había metido hasta ahora.

Conseguir un trabajo en el Bat's Wing había sido el gesto más revolucionario de toda su vida, y tal vez resultara fatal. Miré de nuevo a Stan Davis.

– Entiendes -dije, asumiendo un gran riesgo-, que si tiene la información que buscas, saldrá de aquí sin daño alguno. -Había dicho que comprendía los términos, pero tenía que asegurarme.

Bill suspiró tras de mí. No de forma halagüeña. Los ojos de Stan Davis brillaron durante un segundo, tal era su enfado.

– Sí. Lo sé -respondió casi mordiendo cada palabra, a punto de revelar los colmillos. Cruzamos las miradas por un instante. Ambos sabíamos que, hace dos años, los vampiros de Dallas habrían secuestrado a Bethany y la habrían torturado hasta que hubiera cantado de lo lindo.

El hecho de haber dado la cara tenía sus beneficios…, pero también su precio. En este caso, el precio era mi servicio.

– ¿Cuál es el aspecto de Farrell?

– El de un cowboy -respondió Stan sin una pizca de humor en su voz-. Lleva una de esas corbatas de lazo, vaqueros y camisas con botones de perlas falsas.

Los vampiros de Dallas no parecían ser fieles seguidores de la alta costura. Quizá no hubiera resultado tan chocante que vistiera mi traje de camarera.

– ¿De qué color son su cabello y ojos?

– Pelo moreno encanecido. Ojos marrones. Gran mandíbula. Sobre un metro sesenta. -Stan estaba convirtiendo las medidas-. Aparenta unos treinta y ocho para vosotros -aclaró-. Bien afeitado y delgado.

– ¿Te importaría si me llevo a Bethany a otro lugar? ¿Tienes otra habitación menos llena? -Me esforcé por resultar agradable; en aquel momento era la mejor estrategia a seguir.

Stan efectuó un movimiento con la mano, casi demasiado rápido como para que fuera capaz de detectarlo, y en un segundo (literal) todos los vampiros, excepto el propio Stan y Bill abandonaron la cocina. Sin mirar, supe que Bill estaba apoyado contra la pared, preparado para cualquier cosa. Inhalé profundamente. Hora de empezar con aquella aventura.

– Bethany, ¿cómo estás? -pregunté, con voz gentil.

– ¿Cómo sabes mi nombre? -quiso saber, removiéndose en su asiento. Era una silla con ruedas, así que la alejé de la mesa y la giré para encararme con ella. Stan aún estaba sentado en el extremo de la mesa, detrás de mí y un poco hacia la izquierda.

– Te podría contar cientos de cosas sobre ti -le aseguré, con cierto aire misterioso. Comencé a atrapar pensamientos al azar, como si fueran manzanas de un árbol cargado-. Tuviste un perro que se llamaba Wolf cuando eras pequeña, y tu madre hacía el mejor pastel de coco del mundo. Tu padre perdió mucho dinero en el juego una vez, y tuviste que empeñar tu vídeo para ayudarle a pagar y que tu madre no lo descubriera.

Su boca estaba abierta de par en par. Era bastante posible que hubiera olvidado que se encontraba en peligro de muerte.

– ¡Es sorprendente, eres tan buena como el psíquico de televisión, el que sale en los anuncios!

– La verdad, Bethany, es que no soy psíquica -dije, un tanto cortante-. Soy telépata, y lo que hago es leer tus pensamientos, incluso los que no quieres que lea. Relájate y luego recordaremos la noche en la que estabas trabajando en el bar… No esta noche, sino la de hace cinco días. -Miré a Stan, que me asintió en respuesta.

– ¡Pero si no estaba pensando en el pastel de mí madre! -protestó Bethany, que parecía no haberme escuchado.

Traté de contener un suspiro.

– No eras consciente de ello, pero lo hiciste. Se deslizó entre tu mente cuando miraste a la vampira más pálida -Isabel-, debido a que su cara es tan blanca como la capa de azúcar glasé del pastel. Y pensaste también en cuánto echas de menos a tus padres.

Supe que cometí un error en cuanto las palabras salieron de mi boca, y de inmediato comenzó a llorar, al ser consciente de nuevo de su actual situación.

– ¿Así que estás aquí por eso? -inquirió entre sollozos.

– Estoy aquí para ayudarte a recordar.

– Pero si has dicho que no eres una psíquica.

– Y no lo soy. -¿O sí? A veces pensaba que tenía un algo de psíquica mezclado con mí otro «don», como lo consideraban el resto de los vampiros. Yo siempre lo había considerado más como una maldición, hasta que encontré a Bill-. Los psíquicos pueden tocar objetos y averiguar cosas sobre sus dueños. Algunos psíquicos tienen visiones de acontecimientos pasados o futuros. Algunos pueden comunicarse con los muertos. Yo soy telépata. Soy capaz de leer los pensamientos de algunas personas. Supuestamente, también puedo emitir pensamientos, pero nunca lo he intentado.

Ahora que me había encontrado con otro telépata, el intento se me antojaba una posibilidad excitante, aunque aparté la idea para explorarla de manera más cómoda. Tenía que concentrarme en lo que estaba haciendo.

Mientras me sentaba al lado de Bethany, tomé unas cuantas decisiones. La idea de usar mi «escucha» para algún propósito era del todo nueva. La mayor parte de mi vida había luchado por no escuchar. Ahora, eso mismo constituía mi trabajo, y la vida de Bethany dependía de ello con toda seguridad. La mía también, sin lugar a dudas.

«Escucha, Bethany, esto es lo que vamos a hacer: vas a recordar esa noche y yo estaré junto a ti. En tu mente.

– ¿Me va a doler?

– No, ni un poquito.

– ¿Y después de eso?

– Te podrás marchar.

– ¿Me podré ir a casa?

– Claro. -Con algunos arreglos en tus recuerdos para que no te acuerdes ni de mí ni de esta noche, cortesía de los vampiros.

– ¿Me van a matar?

– No.

– ¿Me lo prometes?

– Te lo prometo. -Conseguí sonreírle.

– De acuerdo -dijo, con algo de duda. La moví un poco, de forma que no tuviera a Stan en su campo de visión. No tenía ni idea de lo que él estaba haciendo en ese momento. Pero no necesitaba ver su cara pálida mientras me esforzaba en que ella se relajara.

– Qué guapa eres -dijo de repente.

– Gracias, lo mismo te digo. -Al menos, lo sería en otra situación. Bethany tenía una boca demasiado pequeña para su cara, pero eso era algo que ciertos hombres encontraban atractivo, ya que su rostro parecía congelado en un constante puchero. Lucía una impresionante mata de cabello marrón, un buen cuerpo y pechos pequeños. Ahora que otra mujer la estudiaba, Bethany se empezó a preocupar por sus ropas deshechas y por su maquillaje-. Te ves bien -dije despacio, a la vez que tomaba sus manos entre las mías-. Ahora vamos a agarrarnos las manos durante un minuto. No te preocupes.