Sonrió estúpidamente y sus dedos se relajaron algo más. Entonces dio comienzo mi perorata.
Esto había sido una vuelta de tuerca más en mis poderes. En lugar de evitar usar mi telepatía, había estado haciendo justo lo contrario. Desarrollarla gracias al impulso de Bill. El personal humano del Fangtasia había servido de conejillo de indias. Descubrí, casi por accidente, que podía hipnotizar a la gente en un santiamén. No la dominaba ni nada parecido, pero me facilitaba el acceso a sus mentes. Cuando eres capaz de decirle a alguien lo que verdaderamente le relaja, gracias a tu capacidad de lectura de mentes, no es muy complicado lograr que esa persona entre en un estado de trance.
»¿Qué es lo que más te gusta, Bethany? -pregunté-. ¿Un masaje de cuando en cuando? ¿Hacerte la manicura? -Observé la mente de Bethany con cuidado. Seleccioné el mejor canal para mi propósito.
»Te estás arreglando el pelo -dije, con voz suave-. Es tu peluquero favorito quien se encarga…, Jerry. Lo cepilla una y otra vez, una y otra vez, hasta que no queda ningún enredo. Lo corta poco a poco, ya que tienes mucho pelo. Le va a llevar bastante terminar, pero lo hace con mucho esmero porque tu pelo es saludable y brillante. Jerry levanta un mechón y lo corta… Las tijeras chasquean. Un poco de pelo cae sobre el plástico y se desliza hasta el suelo. Sientes los dedos de nuevo en tu pelo. Sus dedos no dejan de masajear tu cabello, peinándolo y cortándolo. No hay nadie más… -No, espera. Advertí algo de descontento-. Hay unas pocas personas en la peluquería, y están tan ocupadas como Jerry. Alguien ha puesto en marcha un secador. Apenas escuchas las voces que murmuran en el cubículo de al lado. Los dedos vuelven a su trabajo: levantar, peinar, cortar, levantar, peinar…
No sabía lo que un hipnotizador profesional diría sobre mi técnica, pero funcionó. El cerebro de Bethany cayó en un estado adormilado, a la espera de órdenes. Continué con la misma voz neutra:
»Mientras él trastea con tu cabello, vamos a recordar esa noche en el trabajo. No va a parar de cortar, ¿de acuerdo? Empieza cuando te preparaste para ir al bar. No te preocupes de mí, solo soy una corriente de aire tras tu hombro. Oyes mi voz, pero proviene de otro cubículo del salón de belleza. Ni siquiera eres capaz de escuchar lo que digo a menos que pronuncie tu nombre. -Informaba a Stan al mismo tiempo que reafirmaba a Bethany. Luego me sumergí aún más profundamente en la memoria de la chica.
Bethany estaba mirando su apartamento. Era muy pequeño, limpio, y lo compartía con otra empleada del Bat's Wing, que respondía al nombre de Desiree Dumas. Desiree Dumas, desde el punto de vista de Bethany, parecía justo lo que su nombre sugería: una sirena, un tanto regordeta, un tanto rubia y convencida de su propio erotismo.
Experimentar sus recuerdos a través de ella era como ver una película, una bastante anodina. La memoria de Bethany era igual de buena. Si pasábamos por alto las partes más aburridas, como la discusión de Bethany y Desiree sobre las bondades de dos marcas distintas de rímel, lo que Bethany recordaba era esto: se había preparado para ir al trabajo como siempre, y ella y Desiree habían ido juntas. Desiree trabajaba en la sección de regalos del Bat's Wing. Vestida de rojo y con botas negras, vendía recuerdos a precios exorbitantes. Llevaba puestos unos colmillos falsos y posaba para fotos junto a turistas por una buena propina. La delgada y tímida Bethany era una humilde camarera; durante un año había estado esperando a que quedara vacante un puesto en la tienda de regalos, donde no recogería tantas propinas pero donde su salario base sería mayor, y podría sentarse cuando no hubiese nada que hacer. Aún no lo había conseguido. Conservaba cierto resquemor contra Desiree por ello; irrelevante, pero aun así pensaba ofrecérselo a Stan como si de información crucial se tratara.
No había profundizado nunca tanto en la mente de alguien. Trataba de desbrozar lo que encontraba, pero no funcionaba. Terminé por dejar que fluyera todo de golpe. Bethany estaba relajada del todo, encantada del corte de pelo que le estaban haciendo. Poseía una excelente memoria visual, y estaba tan metida en sus recuerdos de aquella noche como yo misma.
En su cabeza, Bethany servía sangre sintética a solo cuatro vampiros: una mujer de pelo rojizo; una hispana baja y robusta con ojos tan negros como la pez; un adolescente rubio con antiquísimos tatuajes; y un hombre de pelo moreno de mandíbula prominente y una corbata de lazo. ¡Ahí! Farrell aparecía en la memoria de Bethany. Tuve que reprimir mi sorpresa y traté de dirigir a Bethany con más autoridad.
– Ese es, Bethany -susurré-. ¿Qué es lo que recuerdas sobre él?
– Oh, él -respondió Bethany en voz alta, lo que me sorprendió tanto que casi salto de la silla. En su mente se giró para mirar a Farrell. Había tomado dos de sangre sintética, cero positivo, y le había dejado una propina.
Frunció el ceño cuando se concentró en mi petición. Se esforzaba mucho para rebuscar en su memoria. Pedacitos de aquella noche empezaron a compactarse, de tal manera que ella pudiera llegar hasta las partes que contenían el recuerdo del vampiro de pelo moreno.
– Fue al baño con el rubio -dijo, y vi en su mente la imagen del vampiro rubio tatuado, uno muy joven. Si yo hubiera sido artista, me hubiera gustado tenerlo de modelo.
– Un vampiro joven, tal vez dieciséis años. Rubio, con tatuajes -le murmuré a Stan, y dio la impresión de quedar sorprendido. Me costó darme cuenta de ello debido a mi intensa concentración (aquello era como hacer malabares), pero en mi opinión fue de sorpresa el destello que vi en el rostro de Stan. Me desconcertó.
– ¿Seguro que era un vampiro? -le pregunté a Bethany.
– Bebió sangre -apostilló sin emoción-. Su piel era pálida. Y me dio escalofríos. Sí, estoy segura.
Y se fue al baño con Farrell. Aquello resultaba inquietante. La única razón por la que un vampiro entraría en un baño sería la de mantener sexo con él, o beber de él, o (la favorita de un vampiro) ambas cosas al mismo tiempo. Al sumergirme de nuevo en los recuerdos de Bethany, la contemplé sirviendo a unos cuantos clientes más. No los reconocí, aunque eché un buen vistazo al resto de los parroquianos. Uno de ellos, un hombre de tez oscura, me pareció familiar, así que estudié a sus compañeros: un hombre alto y delgado con pelo rubio que reposaba sobre los hombros y una mujer regordeta con uno de los peores cortes de pelo que he visto jamás.
Tenía algunas preguntas que hacerle a Stan, pero quería terminar primero con Bethany.
– ¿Volvió a salir el vampiro que iba de cowboy, Bethany?
– No -dijo tras una pausa considerable-. No lo vi de nuevo. -Revisé su mente en busca de algún blanco o vacío; no tenía forma de recomponer lo borrado, pero sabría si sus recuerdos habían sido alterados. No encontré nada. Y trataba de recordar. Sentí tirar de otra imagen de Farrell. Me di cuenta, a juzgar por su afán, de que estaba perdiendo el control de los pensamientos de Bethany.
– ¿Y el joven rubio? El de los tatuajes.
Bethany caviló sobre ellos. Estaba a punto de salir del trance.
– Tampoco lo he visto -dijo. Un nombre se deslizó en su mente.
– ¿Qué ha sido eso? -pregunté, con voz calmada.
– ¡Nada! ¡Nada! -Los ojos de Bethany estaban ahora abiertos de par en par. La había perdido. Tenía que seguir perfeccionando mi control.
Quería proteger a alguien; quería que no pasara por lo mismo que ella. Pero no pudo evitar pensar el nombre, y lo cogí al vuelo. No se me ocurría por qué ella pensaba que este hombre sabría algo más, pero así era. No tendría mucho sentido revelarle que había descubierto su secreto, así que le sonreí.
– Se puede marchar. Tengo todo lo que necesitamos -le aseguré sin darme la vuelta.