Stan examinó el cráneo de Re-Bar con mirada escéptica.
– Explícate.
– ¿Cómo va tó, señor Stan? -preguntó Re-Bar. Apostaría un par de billetes a que nadie le había hablado a Stan así. Al menos en los últimos quinientos años.
– Estoy bien, Re-Bar. ¿Y tú qué tal? -La calma y tranquilidad de Stan le hicieron ganar unos puntos en mi escala.
– Me siento bien, ¿sabe? -respondió Re-Bar, sacudiendo la cabeza-. Soy el hijo puta más feliz de la tierra… Perdón, señá.
– Perdonado.
– ¿Qué es lo que le han hecho, Sookie? -preguntó Bill.
– Tiene un agujero en la cabeza -insistí-. No sé cómo explicarlo. Ni tampoco cómo lo han hecho, ya que jamás antes había visto cosa así, pero cuando escudriño sus pensamientos, sus recuerdos, solo veo un gran agujero. Como si le hubieran extirpado un tumor diminuto, pero el cirujano, para estar seguro, le hubiera quitado también el bazo y el apéndice. Como si le hubieran arrebatado todos sus recuerdos y los hubieran sustituido por otros. -Levanté la mano para mostrar a lo que me refería.
»En este caso, alguien metió la zarpa en su mente y no reemplazó con nada lo robado. Una especie de lobotomía -añadí, inspirada. Leo un montón. La escuela me supuso un gran esfuerzo debido a mi pequeño problema, pero leer por mi cuenta me ayudaba a evadirme de mis penurias. En cierto modo, soy una autodidacta.
– Así que, sea lo que sea que Re-Bar supiera acerca de la desaparición de Farrell, se ha perdido -concluyó Stan.
– Sí, junto con parte de su personalidad y parte de sus recuerdos.
– ¿Aún es funcional?
– Sí, supongo. -Nunca me había encontrado con algo así, ni tampoco sabía que fuera posible-. Pero no sé si será muy efectivo como portero -respondí con honestidad.
– Ha resultado herido mientras trabajaba para nosotros. Nos ocuparemos de él. Tal vez pueda limpiar el club después de que cierre. -Me dio la impresión de que la voz de Stan remarcaba este hecho para asegurarse de que no se me olvidaría; una manera de decirme que los vampiros también podían sentir compasión, o al menos ser justos.
– ¡Demonios, eso sería genial! -le gritó Re-Bar a su jefe-. Gracias, señor Stan.
– Llevadlo de vuelta a casa -ordenó Stan a su esbirra.
Ella partió de inmediato, con el hombre lobotomizado pegado a sus talones.
– ¿Quién sería capaz de hacer algo así? -preguntó Stan.
Bill no replicó, ya que su función no era esa, sino protegerme a mí y utilizar sus propias habilidades detectivescas en el momento necesario. Una vampira pelirroja entró en ese instante; la misma que había estado en el bar la noche en que Farrell desapareció.
– ¿Notaste algo extraño la noche que Farrell se esfumó? -le pregunté sin pensar en el protocolo. Los labios brillantes y la lengua oscura de la vampira, que contrastaban tanto con sus blanquísimos dientes, se curvaron en un gruñido.
– Coopera -exigió Stan.
Una vez la cara de la chica se suavizó, toda expresión se desvaneció como las arrugas de una sábana tras pasar la mano por encima.
– No recuerdo nada de especial -terminó diciendo. Así que la habilidad de Bill para recordar lo que había visto un par de segundos era un don-. No recuerdo nada más aparte de haber visto a Farrell más de uno o dos minutos.
– ¿Puedes hacerle a Rachel lo mismo que has hecho con la camarera? -preguntó Stan.
– No -dije enseguida, quizá con demasiado énfasis-. No puedo leer las mentes de los vampiros. Son libros cerrados para mí.
– ¿Recuerdas a un hombre rubio, uno de nosotros, que aparentaba unos dieciséis años? ¿Con los brazos y el torso cubiertos de tatuajes?
– Claro -respondió Rachel sin dudar un instante-. Los tatuajes pertenecen al período de la Roma clásica, creo. Rudos pero interesantes. Me chocó porque no lo había visto pasarse por aquí para solicitarle a Stan privilegios de caza.
Así que los vampiros que llegaban al territorio de otro quedaban obligados a pasarse por el cuartel general de este. Archivé el dato por sí fuera de utilidad más adelante.
– Estaba con un humano, o al menos conversaba con él -continuó la vampira pelirroja. Vestía vaqueros azules y una sudadera verde que me daba calor solo con verla. Pero a los vampiros no les preocupa la temperatura. Miró hacia Stan y después a Bill, que efectuó un gesto para indicar que quería saber más-. El humano tenía el pelo oscuro, y un mostacho, si no recuerdo mal. -Movió las manos, efectuando un barrido con los dedos, un aspaviento que venía a querer decir que ya no sabía nada más.
Después de que Rachel saliera, Bill preguntó si había un ordenador en la casa. Stan dijo que sí, y miró a Bill con curiosidad cuando pidió usarlo un momento, a la vez que se disculpaba por no haber traído su portátil. Stan asintió. Bill estaba a punto de salir por la puerta cuando dudó y me miró.
– ¿Todo bien, Sookie?
– No te preocupes.
– Tranquilo. Tiene que entrevistar a más personas.
Asentí, y Bill salió. Sonreí a Stan, que es lo que hago cuando me encuentro nerviosa. No es una sonrisa de felicidad, pero es mejor que gritar.
– ¿Cuánto lleváis juntos Bill y tú?
– Unos pocos meses. -Cuanto menos supiera Stan sobre nosotros, mejor me sentiría al respecto.
– ¿Eres feliz con él?
– Sí.
– ¿Lo amas? -Stan sonaba divertido.
– No es de tu incumbencia -respondí con la sonrisa en los labios-. ¿No habías mencionado que aún me quedaba gente por ver?
Seguí el mismo procedimiento que con Bethany: sacudí unas cuantas manos y husmeé el interior de unos cuantos cerebros. Bethany resultó ser la persona más observadora del bar. El resto (otra camarera, el camarero humano y un habitual del local -un colmilludo- que accedió a someterse a la inspección) recordaba poco que sirviera de ayuda. De paso descubrí que el camarero vendía objetos robados en la trastienda, y después de que saliera de allí le recomendé a Stan que se buscara otro empleado, o acabaría teniendo problemas con la policía. Stan pareció más impresionado por ello de lo que yo había imaginado. Tampoco quería que se enamorara de mis servicios.
Bill regresó después de que terminara con el último empleado, y tenía aspecto de complacido, así que concluí que había tenido éxito. Bill se había pasado la mayor parte de sus horas de vigilia con el ordenador, lo que no me había gustado mucho.
– El vampiro de los tatuajes -dijo Bill cuando Stan y yo fuimos los únicos que quedábamos en la habitación-, se llama Godric, aunque durante el último siglo su nombre fue Godfrey. Es un apóstata. -No sé si era el caso de Stan, pero yo estaba impresionada. Unos pocos minutos con un ordenador y Bill ya había averiguado eso.
Stan parecía atónito, y yo misma bastante confusa.
»Se ha aliado con humanos radicales. Planea suicidarse -me aclaró Bill con voz calmada, ya que Stan estaba perdido en sus pensamientos-. Godfrey piensa reencontrarse con el Sol. Su existencia se ha acabado envenenando.
– ¿Así que va a llevarse a alguien con él? ¿Godfrey quería que Farrell se uniera a él?
– Nos ha traicionado a la Hermandad -dijo Stan.
Traicionado es una palabra que rebosa melodrama, pero ni siquiera se me pasó por la cabeza sonreírme cuando Stan la pronunció. Había oído hablar de la Hermandad, aunque nunca me había encontrado con nadie que asegurara pertenecer a ella. La Hermandad del Sol era para los vampiros lo mismo que el KKK para los afroamericanos.
Una vez más, me había sumergido en aguas donde no hacía pie.
Capítulo 5
Muchos habían sido los humanos a los que no les había gustado descubrir que compartían el mundo con vampiros. A pesar del hecho de que lo llevaban haciendo bastante tiempo (sin saberlo, eso sí), una vez que supieron de su existencia, decidieron exterminarlos. Y no eran mucho mejores en sus métodos que los vampiros renegados.