Los vampiros renegados eran los más conservadores de entre los no-muertos; querían que los humanos conocieran su existencia tanto como los humanos deseaban saber sobre ellos. Los renegados rehusaban beber la sangre sintética que constituía la principal fuente de alimentación de los vampiros en los tiempos que corrían. Los renegados creían que el único futuro para los vampiros pasaba por volver al secretismo y el anonimato. Estos vampiros asesinaban humanos por la mera diversión de hacerlo, ya que abogaban por una vuelta a los viejos tiempos. Además, lo veían como medio de convencer al resto de que tal secretismo era lo mejor para los de su clase; y, además, este hostigamiento servía como forma de control demográfico.
Bill me había contado que había vampiros afligidos por una culpa terrible o un tedio desolador, tras una larga vida. Entonces planeaban encontrarse con el Sol, el término vampírico para referirse al suicidio que cometían los vampiros al enfrentarse de nuevo a los rayos de luz del amanecer.
Una vez más, la elección tan peculiar de novio por mi parte me había llevado por caminos que jamás hubiera pisado de otra forma. No hubiera sabido nada de esto, ni tampoco hubiera imaginado nunca citarme con alguien muerto, si no hubiera nacido con la habilidad de la telepatía. Los demás humanos me consideraban una paria. No te será difícil hacerte una idea de lo que supone citarte con alguien a quien puedes leer la mente. Cuando conocí a Bill, dio comienzo el periodo más feliz de mi vida. Pero también es cierto que tuve más problemas en los meses siguientes a conocerlo que en el resto de toda mi vida.
– ¿Así que crees que Farrell ya está muerto? -pregunté, a la vez que me obligaba a centrarme en el problema actual. Odiaba preguntar, pero necesitaba respuestas.
– Tal vez -contestó Stan tras una larga pausa.
– Lo más posible es que lo tengan retenido -dijo Bill-. Ya sabes cómo les gusta invitar a la prensa a estas… ceremonias.
Stan miró al infinito durante bastante tiempo. Después se irguió.
– El mismo hombre estaba en el bar y en el aeropuerto -dijo, casi para sí. Stan, el vampiro líder de Dallas, anduvo de un lado para otro de la habitación. Me estaba poniendo nerviosa, aunque manifestar mis pensamientos no era una opción. Se trataba de la casa de Stan, y su «hermano» había desaparecido. Pero no soy amiga de los silencios largos. Estaba cansada y quería irme a la cama.
– Por lo tanto -dije, haciendo lo posible por sonar enérgica-, ¿cómo sabían que yo vendría?
Si hay algo peor que el que un vampiro te mire, es tener a dos vampiros mirándote.
– Si sabían que vendrías, quiere decir… que hay un traidor -sentenció Stan. El aire de la habitación comenzó a temblar y crujir a causa de la tensión que el vampiro producía.
Pero tuve una idea menos melodramática. Agarré un cuaderno de notas de la mesa y escribí: «TAL VEZ HAYAN PUESTO MICRÓFONOS». Ambos me miraron como si les estuvieran ofreciendo un BigMac. Los vampiros, que de manera individual poseen poderes increíbles, a veces se olvidan de que los humanos también han desarrollado algunas habilidades propias. Los dos hombres se observaron con cariz especulativo, pero ninguno compartió ninguna sugerencia práctica.
Al diablo con ellos. Solo había visto estas cosas en las películas, pero me imaginé que si alguien había colocado un micro en esta habitación, lo habían hecho con prisas y con un miedo mortal. Así que debería estar cerca y no muy bien escondido. Me deshice de la chaqueta gris y me descalcé. Ya que era una humana y no tenía dignidad que perder ante los ojos de Stan, me metí por debajo de la mesa y comencé a arrastrarme, empujando las sillas de ruedas a mi paso. Por millonésima vez, deseé haber llevado zapatillas deportivas.
Me había alejado apenas un metro de Stan cuando aprecié algo extraño. Había un bulto negro pegado a la parte inferior de la mesa. Lo estudié con todo el detalle posible teniendo en cuenta que carecía de linterna. No era un chicle usado.
Ya lo había encontrado, pero no sabía qué hacer a continuación. Salí de igual manera que había entrado, algo más sucia, eso sí, y me encontré justo a los pies de Stan. Me acercó la mano y la agarré con ciertas reservas. Stan me ayudó a incorporarme con delicadeza, o al menos esa es la impresión que me dio, pero de repente me di cuenta de que teníamos las caras casi pegadas. No era muy alto, y me detuve más en sus ojos de lo que me hubiera gustado. Levanté el dedo índice hasta la altura de la cara para asegurarme de que me prestaba atención. Luego señalé bajo la mesa.
Bill salió de la habitación ipso facto. La cara de Stan empalideció aún más si cabe, y sus ojos destellaron. Miré hacia todos lados menos hacia él. No quería verlo digerir el hecho de que alguien había colocado un micrófono en su sala de audiencias. Había sido traicionado, pero no de la manera que pensaba.
Traté de pensar en algo que ayudara. Intenté omitir a Stan. Cuando me dispuse a enderezar mi coleta, reparé en que mi cabello seguía en su sitio pero bastante más desordenado. Dedicarme a arreglarlo me proporcionó una buena excusa para mirar hacia abajo.
Ya estaba más tranquila cuando Bill reapareció con Isabel y el tipo que lavaba los platos, que traía un recipiente con agua.
– Lo siento, Stan -dijo Bill-. Me temo que Farrell ya está muerto, a juzgar por lo que hemos descubierto. Sookie y yo volveremos a Luisiana mañana si no nos necesitas más. -Isabel señaló hacia la mesa y el hombre dejó el cuenco.
– Por supuesto -replicó Stan, con una voz tan fría como el hielo-. Envíame la cuenta. Tu señor, Eric, insistió bastante en eso. Me gustaría conocerlo personalmente algún día. -El tono de voz utilizado denotaba que la reunión no sería del agrado de Eric.
– ¡Estúpido humano! -gritó de pronto Isabel-. ¡Has derramado mi bebida! -Bill pasó por delante de mí para agarrar el micro y echarlo al agua. Después, Isabel anduvo muy despacio para evitar que el agua se derramara del cuenco y abandonó la habitación. Su compañero se quedó con nosotros.
Había sido muy sencillo. Y era bastante posible que hubiéramos engañado al que hubiera escuchado la conversación. Todos nos relajamos, ahora que ya no había micro. Incluso Stan daba un poco menos de miedo.
– Isabel dice que tienes razones para pensar que Farrell ha sido secuestrado por la Hermandad -dijo el hombre-. Tal vez esta joven dama y yo nos podamos acercar al centro mañana, y tratar de averiguar si hay planes para alguna ceremonia en breve.
Bill y Stan lo miraron pensativos.
– Es una buena idea -respondió Stan-. Una pareja llamará menos la atención.
– ¿Sookie? -preguntó Bill.
– Ninguno de vosotros puede ir -reconocí-. Creo que tal vez sirva para conocer la disposición del lugar. Si pensáis que es posible que Farrell esté allí, claro. -Si tuviera más datos sobre la situación en el centro de la Hermandad, quizá evitara que los vampiros tuvieran que atacar. Seguro que no estaba entre sus planes ir a la comisaría para denunciar un caso de desaparición y revelar que sus sospechas recaían en el centro. No importaba lo mucho que los vampiros de Dallas quisieran permanecer dentro de los límites de la ley humana para aprovecharse de los beneficios: sabía perfectamente que si un vampiro era mantenido cautivo en el centro, habría humanos que morirían. Con suerte lo evitaría, y de paso localizaría el paradero de Farrell.
– Si el vampiro tatuado es un apóstata -señaló Bill-, y pretende saludar al Sol junto con Farrell, y si esto ha sido planeado por el centro, entonces el sacerdote que trató de llevarte consigo en el aeropuerto debe de trabajar para ellos. Te conocen. Deberías llevar peluca. -Sonrió divertido. Lo de la peluca era idea suya.
Una peluca con este calor… Dios mío. Traté de no parecer malhumorada. Después de todo, sería mejor tener picores en la cabeza que ser identificada como una mujer que se asociaba con vampiros mientras visitaba el centro de la Hermandad del Sol.